Reino Unido, 2022, 102′
Dirigida por Oliver Hermanus
Con Bill Nighy, Aimee Lou Wood, Tom Burke, Alex Sharp, Adrian Rawlins, Hubert Burton,Oliver Chris, Michael Cochrane, Anant Varman, Zoe Boyle, Lia Williams, Jessica Flood, Jamie Wilkes, Richard Cunningham, John Mackay, Ffion Jolly, Celeste Dodwell
Borrador de futuro
Podemos encontrar una inagotable cantera de remakes, cuya historia que se remonta a los inicios mismos del cine. No obstante, esa tendencia se expande fuertemente a partir de la década del 80 -algo que da cuenta de la imperiosa necesidad de echar una mirada retrospectiva al pasado del Hollywood clásico…y asi cada década respecto de algùn producto de más de dos décadas de diferencia-. Asi, a lo largo de esa tradición, encontramos mejoras, empeoramientos, casos de nulo interés. Pero a veces suceden cosas curiosas. Y no me refiero a las imitaciones plano a plano, como la que llevara adelante Gus Van Sant con Psicosis (1998) respecto de su homónima de 1960. Lo curioso, en todo caso, aparece cuando en las apropiaciones de produce una suerte de escritura y borroneo, como si se quisiera imitar el original, pero al mismo tiempo se forzaran leves desplazamientos como para que el calco no se apoye exactamente en la misma línea.
Living, como podrán imaginar, forma parte de ese selecto grupo de remakes de borroneo, que incluso nos obligan a pensar -de no mediar la cinefilia y los rasgos inevitables de factura de época- si un espectador no podría pensar que la original es esta versión inglesa. En este sentido, este cine-cover tiene algo de las versiones jazzeras que si bien no podemos afirmar que mejoren a los temas originales, al menos les proporcionan una identidad de la cual resulta muy difícil volver atrás (si no entienden lo que les planteo hagan la prueba con esta hermosa versión de Let’s Dance, el notable tema de David Bowie…y luego vayan a la obra maestra original: claramente son distintos, pero a su vez esa pregnancia de la versión hace difícil el ejercicio de retomar el original cuando entramos en el universo del cover). Bueno, estimados lectores, eso es lo que pasa con Living, que no es superior al original, pero nos obliga a preguntarnos por qué no nos ponemos a compararla con la versión de 1952.
Con guionista japonés por nacimiento pero británico por adopción, inevitablemente el universo de tensiones entre ambas versiones podía ser resuelto con más recursos que si la transición hubiera buscado la anulación del original o la réplica irreflexiva. En algún punto de la estrategia de apropiación, Kazuo Ishiguro logra, como guionista, que creamos que la historia narrada -un gris oficinista, en la inmediata posguerra, contrae cáncer y descubre que le quedan muy pocos meses de vida y debe reconectarse de otra manera con los demás para también cambiar él- es, en efecto, más inglesa que el té de las cinco de la tarde.
Por otra parte, es muy difícil no adjudicar parte de su efectividad a la universalidad de la historia, tan potente en Londres como en Nueva York, Ciudad de México, Nueva Delhi, Shanghai, Lisboa o Buenos Aires. Quizás en su tono menor es en donde esta película impone su humanismo. No necesita sobrevolar ninguna verdad trascendente más que la defensa de la mismísima intrascendencia del uso del tiempo improductivo. O en todo caso la celebración de la improductividad como estrategia para acercarse a la vida.
Al finalizar, no obstante, no prevalece ningún milagro a lo Frank Capra, sino una melancolía perenne, que está directamente asociada a una mirada triste, casi estoica, que arraiga a la película original a la cultura japonesa de posguerra y que, en este caso, nos obliga a preguntarnos si puede interpelar a la cultura inglesa de 1949, pero vista a la luz de un prisma presente, un prisma post pandémico, que se sospecha como posible coartada para imaginar qué llamó a los productores a esta remake anómala.
