Llaman a la puerta

Por Ludmila Ferreri

Knock at the Cabin
EE.UU., 2023, 100′
Dirigida por M. Night Shyamalan
Con Dave Bautista, Jonathan Groff, Ben Aldridge, Kristen Cui, Nikki Amuka-Bird, Rupert Grint, Abby Quinn, William Ragsdale, Satomi Hofmann, Kat Murphy, McKenna Kerrigan, Clare Louise Frost, Robert J Morgalo, Debbie Lay, Jerry Lobrow, Nancy Marron Asti, Brian Foreman, Scott Vogel, Jibril Goodman, Michael J. Kraycik, David Cirino Jr., Robert L. Anderson III, Michelle Persiano, Andrew Tubbs, Odera Adimorah, Roberto Lombardi, Dante W Renzulli, Steve Sacavitch.

El espectáculo más grande del mundo

Venimos diciéndolo hace rato en esta revista (aquí, aquí y aquí), pero parece que la idea todavía es resistida: Manoj Night Shyamalan es una síntesis acabada entre la reflexividad hitchcockiana, la clase C delirante de William Castle con la clase B sofisticada del linaje de los Ulmer-Torneur-De Toth. Como si estuviera de vuelta de todo y no le debiera explicaciones a nadie, Shyamalan filma cada vez con mayor libertad y menores ataduras a convencionalismos (o en todo caso cuando opta por esos convencionalismos posibles es precisamente para explotarlos por su costado más imprevisible). No se precisa mucho más que una locación aislada, un puñado de actores, una tensión planteada y una duda cargada como arma de futuro, todo el tiempo.

Shyamalan se asienta sobre las dudas, no sobre las certezas. O mejor dicho: su mejor cine se asienta sobre esos postulados, por eso de a poco el hombre logró aflojarle a las vueltas de tuerca a fuerza de instalación de los problemas, no de sus resoluciones. De ahí que al terminar de ver Llaman a la puerta nos resulta muy difícil no pensarla como una suerte de reversión de Señales pero con polaridad invertida, como si el director se hubiera propuesto abrir todas las puertas disponibles para salir ahí donde sus primeras películas (exceptuando esa obra maestra que es El Protegido) no hacían más que cerrarse sobre un único camino de concatenaciones lógicas.

En Llaman a la puerta Shyamalan encuentra un vehículo para cargarse con igual fuerza al progresismo bienpensante de la pareja protagónica como a las fantasías conspiranoicas-místico-religiosas del grupo atacante. Pero logra cargárselos, precisamente, por el principio de duda y equidistancia que habilita a que todo el tiempo juguemos al juego del “desconfío” con todos los presentes. Desde ya, con el paso de los minutos y la corroboración de algunas de las visiones de los atacantes, habrá quienes piensen que Shyamalan avala el delirio místico y la mirada new age. Pero nada está más lejano del humor sardónico de este señor que tensa la cuerda todo lo que puede, llevando las situaciones a los extremos para que gane el cine (si algo no perdió MNS es la capacidad narrativa, siempre capaz de generar interés).

Pasan los minutos en Llaman a la puerta y nosotros sabemos lo que va a terminar sucediendo. No hay misterio alguno (algo que sí sucede en la media hora inicial). Y así las cosas queremos seguir mirando, conscientes de que un demente nos va a llevar de las narices y va a jugar con nuestras expectativas para confirmarlas o traicionarlas. Es lo que menos importa. Shyamalan filma como si no hubieran pasado 60 o 70 años en el cine, a la vez que lo hace con decisiones formales que no lo encarcelan en un ejercicio retro y estéril. Es pasado y presente. Es cine en estado vivo lo que entrega Llaman a la puerta. Si no la vieron porque se dejaron guiar por una crítica miope, debo decirles que se están perdiendo de uno de los últimos directores para los que el cine todavía es un gran espectáculo con potencia de presente y de futuro.

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