Llamas de venganza

Por Ludmila Ferreri

Firestarter
EE.UU., 2022, 94′
Dirigida por Keith Thomas
Con Ryan Kiera Armstrong, Zac Efron, Sydney Lemmon, Gloria Reuben, Michael Greyeyes, Tina Jung, Lanette Ware, Neven Pajkic, Danny Waugh, Isaac Murray, Kurtwood Smith, John Beasley, Hannan Younis, Gavin MacIver-Wright, Jeremy Ferdman

Los olvidados

Lejos de la manía compulsiva de reescribir falsamente cosas por completo dejando el nombre original (desde Candyman hasta Scream), lo de Llamas de venganza es, antes que una remake, una reconexión con una época. Por eso cuando escuchamos el sintetizador no necesitamos que se nos lleve de los pelos a los 80 como una diégesis elegida, sino que estamos plantados bien en el presente pero con una mirada espiritual que nos reconforta en el íntimo núcleo de la clase B más carpenteriana, económica (pobre de recursos materiales, pero no de recursos narrativos), elusiva, ambigüa en su concepción más clásica (la que alimentó a toda una serie de ficciones entre los 40s y los 80s), no en su vertiente incapaz de resolver la narrativa.

Firestarter es Carpenter por otros medios. Pero esto no la convierte en una de esas películas que tienen una vida vicaria en función de aquel a quien pretenden vampirizar. Tiene su vida propia no a la luz de una autoridad que la legitime, sino que, se siente contunuadora de una saga invisible que, si indagamos en la historia del fantástico post 40s, es legión. Su anonimato no autoral es lo que la vuelve más digna que el promedio de expectativas que solemos ver cuando arrecia algún evento (“la última de Almodovar, Cronenberg” o Montoto).
El problema es que esta clase de películas, que eran parte de una normalidad arrasadora hasta los primeros años noventa, hoy es una anomalía plena. Por eso la película de 1984, con Drew Barrymore -del artesano incompetente del trash involuntario que es el director de aquella, Mark L. Lester-, podía pasar por las salas sin pena ni gloria (aunque sin haberla vuelto a ver en mas de 20 años le guardo un cálido recuerdo, acaso mezclado con baches en la memoria que mejor no reparar). Pero no es el caso de esta Firestarter (qué pelotudez supina cambiar la lectura: Llamas de venganza indica una violencia reactiva, Firestarter, en cambio, nos habla de alguien que la inicia).

La historia es simple, como sus personajes, casi estrictamente bidimensionales, por eso se desplazan como flechas por el camino de esta road movie desesperada y rural. No necesitamos saber si estamos ante alguna clase de tolerable metáfora de crecimiento, si estamos ante alguna parábola indirecta sobre el bullying, o si en el fondo lo que narra Firestarter es, en esencia, el nacimiento de una superheroína bajo la luz de una oscuridad como la que Shyamalan pensó para sus personajes de la trilogía Unbreakable-Split-Glass, que también coqueteaban con la clase B de otras épocas mejores. Sea como fuere, las armas de Firestarter son tan pero tan nobles que pasan por debajo del radar de la crítica miope que la mira como si se tratara de un estreno mas de los jueves (aunque ninguna película se merezca el desprecio de los gacetilleros compulsivos que caminan alfombras de festivales con doble vara).

Firestarter es, por otra parte, uno de esos estrenos que merece un público de trasnoche. No uno de esos públicos de multisala apuradito por salir. Merece menos de 30 personas por sala, que la miren con amor, porque amor carpenter-cameroniano es lo que entrega en sabias dosis. Por eso su final no puede ser mas que desolador a la vez que abierto. El mundo es de los desclasados, los mutantes, los que no encuentran salida a su violencia, los que pugnan por encontrar, en historias que vivirīan en un basurero, su propia historia. Una que por un rato, cuente el cuento de los rotos, en pantalla grande. Para luego si, ser olvidada como una más.

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