Un monstruo viene a verme

Por Andres Cappiello

Un monstruo viene a verme (A Monster Calls)
España-Estados Unidos,2016, 108′.
Dirección: J.A. Bayona.
Con Lewis MacDougall, Felicity Jones, Sigourney Weaver, Geraldine Chaplin y la voz de Liam Neeson.

Llorar, Llorar

Por Federico Karstulovich.

Usualmente aplicamos el término “lacrimógeno” con una impunidad demente, como si la catarsis tuviera que ser regulada y legislada. Y es que a veces el cine catártico nos demanda una (a)puesta del cuerpo un tanto más extrema.
El cine catártico no es necesariamente bueno por hacernos vibrar (como no lo es malo el cine que busca dejarnos a una relación de considerable distancia), pero si, en todo caso, supone un componente extra que, sostenido sobre un piso justo (un plano justo/justo un plano, decía Godard, con precisión quirúrgica sobre la ética de las imágenes) puede multiplicar lo que apenas era un punto de partida.

En épocas pre-La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), incluso pre-El imperio del sol (1986) y hasta pre-El color púrpura (1985), el pobre niño mimado del new hollywood de los 70’s (entonces le habían colocado el poco imaginativo título de Rey Midas y esas pavadas propias de la contratapa de la colección de VHS de la revista Caras de fines de los 90’s) tuvo que comerse todos y cada uno de los sapos que lo acusaban de sensiblero. Particularmente por E.T. (1982). Sensiblero y lacrimógeno si, pero nadie hubiera osado en su momento a decir que Spielberg construía metáforas groseras sobre el crecimiento de los niños y sobre la necesidad de lidiar con el dolor. De hecho ese componente Truffaut en el cine del joven Steven fue popularizado hacia un público no particularmente cinéfilo.

Si lo pensamos bien, en alguna medida lo que Spielberg logra es una asimilación del lenguaje clásico a ciertas formas del dolor dickensiano (por eso los niños) que el cine americano (y el cine popular en general) no había experimentado cotidianamente. Y lo que logró con pocas películas fue patentar, volver un tópico la experiencia del dolor del crecimiento con diversas metáforas (recordemos que la metáfora es un mecanismo indirecto de representación, mientras que la alegoría suele ser explícita). El tiempo le dio la razón y muchos aprendieron de Spielberg, quien tras la canonización noventista de público y crítica terminó asumiendo que no había que demostrarle nada a nadie (quizás nunca sintió esa presión). El problema comenzaba a ser otro: el cine catártico post-Spielberg.

Un monstruo viene a verme se encuentra con el problema que planteamos: ¿cómo se filma el fin de la infancia, el dolor de las pérdidas, la necesidad de la catarsis sin la inevitable angustia de las influencias? Y la respuesta debería darla el mismo Harold Bloom: conservando lo esencial y olvidando el resto. Lo esencial tiene dos patas: la catarsis como núcleo de este cine, por un lado, y la confianza en el lenguaje clásico como instrumento de formalización de metáforas que dialoguen con esa catarsis.

Spielberg reinventó el melodrama con niños para adultos que formaba parte del mundo dickensiano. Bayona, si bien parte de una base literaria distinta, no le hace asco a Dickens pero tampoco a la herencia spielberguiana. Pero lo hace con una diferencia, inevitable para los tiempos que corren: 2016 no es 1982. Ha pasado mucha agua bajo el río y la película no realiza un ejercicio de estilo y nostalgia. En todo caso debe dar respuesta a cómo trabajar con esa nostalgia para acceder a otra cosa, a otra instancia. Por eso, a diferencia del cine de Spielberg, la metáfora no es tersa sino que es rugosa, porque está intervenida con notas al pie de una explícita autoconciencia, como quien sabe que necesita mostrar todas las cartas ante un público que ha visto el cine del director de Atrápame si puedes (2002) pero que también ha visto miles de parodias sobre los bedtime stories. Y es que desde Shrek (Andrew Adamson y Vicky Jenson, 2001) al presente el cinismo se ha expandido a los niños: hoy sería imposible que vieran La historia sin fin (Wolfgang Petersen, 1984) o Los exploradores (Joe Dante, 1985) sin reírse (por eso Stranger Things está apuntada hacia un público de 30 años o más, como si esa generación fuera la última en conectar con esa sensibilidad infantil encapsulada en los 80’s o mejor aún, en la era pre-internet).

Bueno, frente a ese inconveniente con el cual debía lidiar Bayona, la solución fue el camino de tres vías, en donde catársis, metáfora y reflexividad (a veces un poco redundante, poco antes del final, para ser precisos) lograran convivir armónicamente. Por eso la sensibilidad spielberguiana queda fuera de juego frente a Un monstruo viene a verme, precisamente porque es una película que no niega el paso del tiempo ni las influencias ni la imposibilidad de realizar una operación nostálgica sin algo de riesgo en el medio. En este sentido no deja de ser radicalmente más honesta que las películas que exponen su clasicismo sin dobles o terceras lecturas, ya que en el fondo es un clasicismo sometido al peligro de la imputación nostalgiosa.

Un monstruo viene a verme es una película sobre las pérdidas irremediables y sobre el mundo que intentamos armar alrededor de ellas para que nos hagan menos pelota. Es una película que, como Spielberg y Miyazaki, abraza el dolor, lo vuelve carne, lo piensa y lo devuelve, no para que pensemos que todo tiempo pasado fue mejor, sino para que, incluyendo raptos de autoconciencia, entendamos que también deberemos empezar a pensar qué hicimos con esa sensibilidad tan Siglo XX, para que de repente hasta delante de terceros haya que pedir permiso para llorar, no vaya a ser que nos tomen por bobos fácilmente extorsionables. El lugar en donde tiene puesto el corazón la película de Bayona permite pensar que el presente es posible cuando mira al pasado. Pero también es un llamado de alerta frente a un futuro no demasiado preparado para la catarsis como una manera sensible de pensar el mundo.

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