Los espíritus de la isla

Por Amilcar Boetto

The Banshees of Inisherin
Reino Unido, 2022, 114′
Dirigida por Martin McDonagh
Con Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan, Pat Shortt, David Pearse, Gary Lydon, Jon Kenny

Golpe a golpe

Durante la función de Los espíritus de la Isla debo haber recordado varias veces algunas palabras  que le dediqué a Petit Maman de Céline Sciamma en el marco de la cobertura del festival  marplatense del 2021. Sin ánimos de ser autorreferencial, lo que me interesa de este cruce  mental entre ambas películas es la forma en que la de McDonagh pareciera volver más grande mi  decepción con respecto a algunos de los problemas que veía en la película de Sciamma. La  utilización de la ternura como sentimiento confort en el que la película se veía ahogada en su  propio vaso de agua era un problema del que esta novedad de McDonagh parecía ser  consciente.  

Ante una población cada vez más grande en las salas comerciales, pero sobre todo en las salas  de los festivales, de películas naif, cuya inofensividad se demuestra casi con orgullo como un  semblante de una humanidad correcta, la crítica cinematográfica se ha visto, en muchos casos (lo  cierto es que es difícil hablar de una generalidad, pero sí es algo palpable en algunos sectores  críticos) incapaz de ver en ello un problema real. Recuerdo en el caso puntual de Petit Maman a  colegas usar adjetivos tales como sencillez, dulzura, incluso clásica y mágica. Melifluidad  cinematográfica traducida en melifluidad crítica que denota una lectura basada en los propios  sentimientos.  

Los espíritus de la isla, como dije, parece haber sido consciente de que con buenas intenciones  no se construye necesariamente cine. Y para eso no se necesitó ninguna operación tan compleja:  simplemente un personaje, en este caso el de la hermana, que vea la situación desde afuera,  comprenda que la estupidez y la ingenuidad muchas veces pueden ir de la mano, pero no deje de  tener afecto ante ese personaje tierno y vulnerable que interpreta Colin Farrell. Ahí es donde se  ancla el punto de vista de la película: para el espectador no es difícil detectar la estupidez e  incluso la abyección (cuando Farrel engaña vilmente a un joven haciéndole creer que su padre  falleció) que puede ocultar la ternura, pero tampoco es complicado ver en ese personaje  características nobles de la condición humana, como la sinceridad y la camaradería.  

La quietud de Inisherin es la que articula la poética de la película, que se basa en la repetición  hasta el hartazgo, no solo de locaciones, sino de situaciones. En este sentido, McDonagh quizás  no es tan genial encuadrando, controlando los elementos dentro del plano, pero si es atractivo  como montajista, como creador de una cadencia particular que vuelve a la película una ola que  golpea constantemente la costa, para alejarse y volver a golpearla en la brevedad.  

Los espíritus del título, entonces, son los propios personajes que, a medida que avanza el  metraje, empiezan a ser cada vez más conscientes de que viven en un loop, en un círculo sin  centro que no paran de bordear. Ante esto, por supuesto hay diferentes opciones: irse (como la  hermana), la depresión (encarnada en el personaje de Gleeson) y la conformidad (encarnada en  Farrell).  

La dimensión social que adquiere la película, teniendo en cuenta estas cuestiones, es la de ser  consciente que los buenos sentimientos también pueden significar una cárcel para el alma. Que  la inteligencia es una forma posible de maldad, pero en igual medida lo es la estupidez, a  diferencia de los lugares comunes que la sociedad establece respecto a este problema. El ritmo  en el que nos encierra la película es de una quietud que resulta desesperante, y en ello mismo  radica su gracia: en volver la comodidad desoladora. 

McDonagh, sobre el final, no pudo con su genio y sintió que debía darle hondura a su relato con  un golpe bajo, de la misma forma que trató de hacerlo una y otra vez en Tres Anuncios por un  Crimen. La muerte del personaje de Kerry Keoghan es un acto de cobardía respecto a lo que la  película venía planteando en relación a ese mundo. Si bien siempre me había parecido burda la  idea del abuso de su padre como subrayado de una maldad oculta en Inisherin, su muerte es aún  peor como desenlace de una serie de eventos que brillan por su sinsentido. 

Sin embargo, ese sinsentido puede subsistir en la película, a pesar de aquella fatalidad, en un  lindo plano final donde Farrell y Gleeson observan el mar, conscientes de que esa imagen se va a  repetir una y otra vez. Quizás, lo que haya cambiado, sea precisamente eso, que ahora son  conscientes de eso.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter