Los globos

Por Fernando Juan Lima

Los globos 
Argentina, 2016, 65′
Dirigida por Mariano González
Con Jimena Anganuzzi, Mariano Gonzalez, Alfonso Gonzalez Lesca, Juan Martín Viale, Roberto José Gonzalez.

Lo indecible

Por Fernando E. Juan Lima

Cada vez hay menos espacio para la crítica de cine en los diarios argentinos. Sólo Página|12 parece respetar el lugar de sus sólidos críticos en la semanal tarea de acercarnos su parecer en torno a los estrenos que llegan a las pantallas de cine. Clarín, por su parte, ha decidido poner el acento progresivamente de manera más evidente en el costado superficial del show y el chimento y La Nación ha disminuido el espacio dedicado a la crítica al mínimo, reduciendo caracteres y afectando el desarrollo de cualquier posible argumentación. En este caso, una o dos críticas más extensas (que rondan o superan los 2.000 ó 3.000 caracteres de texto), unas cuantas columnas de menor extensión y alguna “pastillita” perdida en la página conforman toda la cobertura. Aun en ese aciago paisaje, llama la atención la decisión editorial de dedicarle a Los globos algo así como 300 caracteres, casi el epígrafe de una foto. Ignorar una película como esta puede leerse como una toma de posición frente al cine al que se decide otorgar visibilidad y, al menos para una parte importante de sus lectores, virtualidad y existencia.

Soy de los viejos que siguen comprando el diario en papel. De otro modo no podría constatar cómo el crítico de La Nación se refería a Los globos como un “film cálido” (sic) en la edición en papel del jueves 6/7/17, ya que esas “pequeñeces” no parecen formar parte de la edición digital. Al intentar buscar en la página web del diario aquella “crítica” dudé si su inexistencia virtual sería fruto de la toma de conciencia, de algo de vergüenza frente a la gaffe cometida (está claro que la calidez no es una de las muchas virtudes que tiene esta película). Pero creo que esa duda es más fruto de mi maldad que de algún tipo de intento de ocultamiento posterior. En ese sentido, frente a aquella calificación lo que deberíamos preguntarnos es si ella se debe a una sensibilidad diferente, a otra interpretación, a la no visión de la película o a la concreta imposibilidad de enfrentar cierta problemática. No es condescendencia, pero creo que este último es el caso de la situación planteada.

Me explico: contaminados como estamos por la construcción (¿auto-construcción?) de una pretendida identidad que nos presenta como derechos y humanos, solidarios, cariñosos, expansivos, habitantes de un mundo en el que todos los mayores son “abuelos” y los niños amorosos y únicos privilegiados, creo que el choque con otra realidad resulta intolerable, incómodo al punto de generar el reflejo de la negación. Que la paternidad (la relación padre-hijo) sea, o pueda ser, al menos en parte, una construcción cultural y no un instinto es poco menos que una herejía para ese consenso que existe en el relato que explica cómo somos.

La película que escribió, dirigió y actuó Mariano González va el hueso con seguridad e inteligencia, pero sin estridencia ni subrayado. Las imágenes se suceden en el descubrimiento del ejercicio de un oficio manual, tangible, anacrónico como es la elaboración de los globos con la que se inicia la narración. Las escenas de rudo entrenamiento abren paso a un universo masculino en el que la explicación psicologista no encuentra lugar. Así, las elipsis, el fuera de campo encuentran al protagonista con su hijo del cual estuvo un buen tiempo separado. Entendemos que estuvo preso; no sabemos por qué. En algún momento tuvo cierto contacto familiar pero hace tiempo lo perdió. ¿En algún momento supo ser otro? No lo sabemos. En este puro presente la deriva de un viaje y el tiempo compartido, como en toda road movie, pueden dar la idea de que algo cambiará en el periplo.

Sin embargo, no hay aquí lugar para epifanías ni cambios rotundos (lejos estamos de Las acacias, de Pablo Giorgelli). Tampoco para bajadas de línea, deducciones discursivas, ni críticas desde una pretendida superioridad. Las referencias lanzadas por allí con relación al contacto de Los globos con el cine de los hermanos Dardenne (en particular, por ejemplo, con El hijo), no me parecen del todo pertinentes. Y es que los directores belgas, siguiendo con su cámara el derrotero de sus protagonistas, han ido cayendo con el tiempo en cierta explotación que la economía de recursos no termina de disimular. El descenso a determinados infiernos desnuda la ajenidad de la mirada cada vez más censora y menos empática con los personajes que exponen más que construyen o reflejan. Nada de esto hay en la película que sorprendió a muchos en la edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de 2016.

Tan lejos de la demagogia como de la misantropía, Los globos nos interroga, nos intriga, nos incomoda, nos sorprende y logra correr los límites de lo que estamos dispuestos a considerar (al menos para aquellos que somos permeables a ello). El final, tan económico y lacónico como el resto de la película, descubre con sutileza un desenlace posible de la historia narrada, que no de la intriga central, incertidumbre esencial carente de respuesta universal y tranquilizadora.

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