Ballad of a Small Player
Reino Unido-Alemania, 2025, 104′
Dirigida por Edward Berger.
Con Colin Farrell, Fala Chen, Tilda Swinton, Deanie Ip y Alex Jennings.
Una pieza menor
Maldita Suerte es el forzado y trillado título que le cambiaron al original Ballad of a Small Player, basado en la novela de Lawrence Osborne, sobre la decadencia de un jugador en Macao.
El apostador de la película es una especie de estafador, como un Ripley trucho que se hace llamar “Lord Doyle” y que interpreta con magnetismo el actor Colin Farell, quien expande su arquetipo mafioso y oscuro de “Penguin”, ahora al servicio del director alemán de moda, Edward Berger, aprovechando el ascenso de su estrella en la industria, después de los éxitos de Sin Novedad en el frente y Cónclave.
El film llega a través de Netflix y destaca en su barra de ficción, generalmente lastrada por contenido superficial y de exiguo valor, un torrente de cintas de usar y tirar, que antes iban directo a video.
Maldita Suerte es una excepción a la regla, por el oficio de su puesta en escena y de su realizador, pero sufre de las problemáticas que le hemos visto a su creador y otros por el estilo, en sus incursiones recientes para la plataforma de streaming, donde pueden ser carnada fácil para reseñistas amateurs y de escasa profundidad, que quieren posar de duros e inclementes en Tik Tok, como resultó con la endeble de guion, Una Casa de Dinamita, para con la que estos se despachan con insultos y ofensas de bully, al límite de la misoginia. Típico patético caso de un odio hacia el cine hecho por mujeres, que se disfraza de comentario destemplado de troll que ya quisiera rodar medio plano como la directora de “Point Break”.
En fin, lo que abunda en un medio saturado de una pobreza formativa, de una ignorancia que se compensa con el mito de los miles de seguidores, lo que no es igual a criterio y capacidad de análisis. En el mismo sentido, cuando por ahí descubran Maldita suerte, verán que se cebarán con ella, utilizando su batería de groserías y descalificaciones habituales.
Es un recurso que funciona en red al modo de “click bait” o de cebo, para enganchar en la manosfera y explotar el déficit de atención de los haters del cine, que solo esperan que confirmen su sesgo para quemar un largometraje e ir al siguiente, en una rueda infinita.
Decir que Maldita suerte no es una obra maestra, que tampoco tiene apuros por devenir en un clásico automático. Sí es un filme eficiente en lo que plantea, durante sus primeros actos, que diluyen su impacto hacia el desenlace, por la hinchazón del libreto y la reiteración explicativa que hace del subtexto el director Edward Berger, que así como buscó un desenlace efectista e imposible para Cónclave, ha optado por cometer un error similar en la conclusión de Maldita suerte, al evidenciar su misterio en el tercer acto, como en uno de aquellos videos de fans de Youtube, dedicados al trabajo de “explicar finales”.
De manera que la película se hace su propio spoiler alert, para calmar a la tropa que se siente retada e incómoda por la mínima ruptura con el relato tradicional, con la literalidad de la escritura más convencional.
Por eso tanta furia contra Una Casa de Dinamita, que elude el cierre, y de ahí que por defecto Maldita suerte renuncie al tono abstracto y fantasmal de la novela original, por subrayar el mensaje y dejarlo en claro.
De Maldita suerte me quedo con su intro, que dialoga con las alturas de Casino de Martin Scorsese en el nuevo capitalismo de espectros y sueños convertidos en pesadilla, dentro de la caja de colores y luces neón de Macao. Se valora la fuerza estética de saber aprovechar el contexto, a la forma de un Nicolas Winding Refn en Sólo dios perdona o de los filmes espléndidos de la última generación de autores disidentes de China, tras los pasos de Wong Kar Wai y las escuelas asiáticas de vanguardia.
De resto, la película se sabotea un poco así misma, hasta eclipsar su buena intención de erigirse en un ícono del género de los thrillers noir, silenciosos e hipnóticos que nos forjaron en el pasado. Pudo ser una compañera de la lograda Código Negro en el 2025. Le tocará conformarse con una minoridad de pieza de culto, de rareza disruptiva por sus mejores minutos en la estandarizada oferta de Netflix.

