Manchester junto al mar

Por Federico Karstulovich

Manchester junto al mar (Manchester by the Sea)
Dirección: Kenneth Lonergan.
Estados Unidos, 2016, 137′.
Con Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler y Lucas Hedges.

Más corazón que odio

Por Tomás Carretto

“Yo puedo aportar Spencer Tracy a un papel y nadie que no sea yo puede hacerlo. Yo soy el mejor Spencer Tracy del mundo. Y si quieren darme un premio por eso que me lo den, pues me lo habré ganado.”
Spencer Bonaventure Tracy

Casey Affleck es definitivamente el Spencer Tracy de nuestra era. Pero no el Tracy de las películas de Cukor o Minnelli, con ese costado de padre querible (de Elizabeth Taylor) o esposo ideal (de Katherine Hepburn), ese hombre de familia, un tanto cascarrabias, con sus imperfecciones y su capacidad de reírse de sí mismo. Sino el otro, el “fordiano”, el irlandés rudo, seco (los tres: Affleck, Tracy, y Lonergan (el director de Manchester) tienen descendencia celta -los tres tuvieron problemas con el alcohol)), el de las experiencias amargas, el del semblante adusto, el encargado de esas tareas que nadie quiere asumir (en Manchester frente al mar, Affleck se encarga de -literalmente- destapar las cloacas y de cargar con la tutoría de su sobrino adolescente), rol indeseado que también debió llevar adelante en sus otras dos grandes actuaciones cinematográficas: Patrick Kenzie, el detective de Desapareció una noche (Ben Affleck, 2007), donde era el encargado de investigar la desaparición de una nena (hija de una prostituta borracha y cocainómana) por la que nadie quería dar explicaciones, o su mítico Robert Ford, el “wrong man” que tuvo que hacer lo que nadie quería/podía, asesinar al hombre despiadado y maldito, el forajido legendario, el delincuente y asesino más amado en la historia de los Estados Unidos: Jesse Woodson James (en cuya tumba puede leerse nada menos lo siguiente: “En memoria de mi hijo amado, asesinado por un traidor y un cobarde cuyo nombre no merece figurar”). Fueron muchas las veces que la vida y leyenda de Jesse James fueron llevadas al cine pero en ninguna otra el personaje de Robert Ford adquiere la densidad que le da Casey Affleck en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007), opacando y empequeñeciendo totalmente al James que personifica Brad Pitt. Si Mark Ruffalo en Puedes contar conmigo (la ópera prima de Lonergan) era un compendio de los atributos marlon-brandescos, con esa mezcla de rebeldía, vulnerabilidad y tormento tan bien aprendidas en el Stella Adler Conservatory (la profesora de teatro de Brando) y esa sensualidad rodolfo-valentiniana que parecía remitirse al cine mudo, Casey Affleck es (involuntariamente) la reencarnación de la ética tracyana. Y digo ética porque es todo un vía crucis el que tienen que sobrellevar. Affleck (aunque no lo sepa) vuelve a Manchester junto al mar (su ciudad, de la que tuvo que emigrar) a cumplir con una misión: enterrar a su hermano y cumplir con su última voluntad, como si fuera Spencer Tracy en Conspiración de silencio (John Sturges, 1955) . En aquel film un ex veterano de guerra signado por la pérdida de su brazo, Macreedy (Spencer Tracy), llega al pueblo de Black Rock (un caserío perdido en el medio del desierto) a cumplir con su cometido (honrar la memoria de su compañero (Komako) condecorado por haberle salvado la vida). Tracy (con su discapacidad a cuestas) bajaba del tren enfundado en su traje oscuro, su sombrero y su maletín, para caminar imperturbable bajo el sol de ese pueblo hostil e inhóspito buscando al padre de su amigo a fin de entregarle la medalla de su hijo. A Lee Chandler (Casey Affleck) su hermano Joe también le salvó la vida. Ayudando además a que post-exilio su hermano Lee no se recluyera en un ambiente deprimente y deshumanizante. Y si bien Manchester no es Black Rock (es un pueblo tan frío que la tierra no se puede perforar en invierno), Affleck como Tracy tampoco es bienvenido. Lee Chandler no es manco, pero tiene otra discapacidad: su corazón está hecho pedazos.

Sin embargo -a pesar de esa diferencia- hay toda una continuidad entre Terry Prescott (el personaje de Ruffalo) y Lee Chandler, los dos antihéroes lonerganianos que tranquilamente podrían ser el mismo personaje con una década de diferencia (acá estirados a 15 años entre una película y la otra en parte por las enormes dificultades que tuvo Lonergan con su segunda película Margaret -que ya filmada- tardó casi 6 años en estrenarse por una disputa legal), como una especie de Antoine Doinel interpretado por dos actores diferentes y que hasta parecen volver a la misma casa. No hace falta agregar que Lonergan es cultor de un realismo rabioso. La férrea educación irlandesa se siente en un catolicismo marcado a fuego, con sus estigmas, la carga de la culpa, la búsqueda desesperada de una improbable redención (olvídense de cualquier deus ex machina) y dos arquetipos verdaderamente sacados de la parábola del Hijo Pródigo, cumpliendo esa función estructuralista del relato que desemboca en el pathos (lo que los cuentos populares rusos o la mitología griega a un irlandés católico de madre judía). “Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”. (Lucas 15:23-24), pero en Lonergan no hay padre a quién recurrir, ni regocijo ni fiesta. Frente a la ausencia del padre, la tríada aquí está establecida por la relación entre hermanos y un sobrino que sufre la disfuncionalidad del entorno, mientras intenta -a su modo- hacer su propio camino.
Terry y Lee son las ovejas descarriadas. Los dos viven al borde de la sobrevivencia, los dos hacen “changas”: uno como carpintero y el otro como encargado de edificio), y la necesidad los hace volver a ese pueblo del que tuvieron que huir. Mientras que sus hermanos, Sammy y Joe en Manchester junto al mar son los hermanos financieramente responsables y los padres disfuncionales, ellos sufren la orfandad tanto como sus hermanos. Son precisamente Terry y Lee los que reclamados por la urgencia, tienen que asumir de golpe, un rol paterno para el que no están preparados. Sus hermanos, Sammy y Joe, que no son precisamente buenos padres, deben criar a sus hijos en soledad, a ambos les cuesta entenderlos, y son sus vástagos paradójicamente parecidos a sus tíos en su desvarío, sensibilidad e indisciplina; pero Sammy Prescott y Joe Chandler son también son un poco la madre y el padre de sus hermanos. Y este es uno de los puntos quizás más hermosos, luminosos y tiernos de la filmografía del cineasta neoyorquino.

Las películas de Lonergan son como capas de cebolla que se van sumando una a una en rewind. Situaciones y acciones dramáticas que se repiten constantemente de una película a la otra, pero que se resignifican a medida que se enriquecen con la incorporación de nuevos elementos. Margaret (Kenneth Lonergan, 2011) también es vital en la incorporación de un elemento dramático que marca un antes y un después en el relato y que no vale la pena develar. Hay mucho en esa manera de concebir el cine a lo que hacían por ej. Hawks o Hitchcock, aunque el primero trabajaba sus constantes sobre arquetipos y el segundo a través motivos visuales. Lonergan (después de todo, un dramaturgo) elije la veta hawksiana. En cambio solo parece seguir a Hitchcock (actor) cuando hace esos cameos que algunos pueden juzgar tan innecesarios como molestos. Pero bueno así como Solo los ángeles tienen alas (Howard Hawks, 1939) y Tener y no tener (Howard Hawks, 1944) son “la misma película” (en diferentes contextos), con Puedes contar conmigo y Manchester frente al mar sucede lo mismo. ¿Que Solo los ángeles tienen alas es un guion original de Hawks y Tener y no tener se basa en una obra de Hemingway? No. A los efectos de lo que quieren contar Hawks se sirve de los mismos elementos. Párrafo aparte: A cualquier cinéfilo ese bote pesquero de los hermanos Chandler le remite al bote de Bogart y Walter Brennan en Tener y no tener. Como sucedía con la ya citada comparación entre Brando y Ruffalo, en Puedes contar conmigo (Kenneth Lonergan, 2000) hay en esa escena medular entre Ruffalo y Linney: sentados en el banco de la plaza del pueblo prontos a despedirse, una reminiscencia a aquella escena canónica entre Brando y Rod Steiger en Nido de ratas (Elia Kazan, 1954) (“You don’t understand. I coulda had class. I coulda been a contender. I coulda been somebody, instead of a bum, which is what I am, let’s face it. It was you, Charley”). El personaje de Brando en la pelíula de Kazan también se llama Terry.

Quizás Lonergan no sea un virtuoso. Sus películas nunca van a tener la espectacularidad visual de otros directores. Pero aun así son películas nobles y hermosas. Hay por las referencias, una cinefilia casi seguramente alcanzada a golpes de dramas secos de la década del 30, del 40 y el 50. Como si fuera la rígida educación sentimental del director. Sorprendentemente (o no viendo el costado autobiográfico en su cine) su etapa como guionista estaba más marcada por la escritura de comedias. A pesar de eso, su cine se nutre reflexivamente de otras búsquedas contemporáneas: El cine de Ben Affleck (y especialmente de las historias de Dennis Lehane (Río Místico, Clint Eastwood, 2003), Desapareció una noche, La isla siniestra (Martin Scorsese, 2010)) y sus personajes irlandeses y católicos que dirimen sus pleitos a alcohol y trompadas, y sus comunidades cerradas que buscan esconder sus traumas, ignorándolos, encerrándolos o enterrándolos bajo tierra (el invierno impide que Lee entierre a su hermano, lo que lo obliga a quedarse en el pueblo, una lectura de gran sutileza del universo lehaniano) sin olvidar que el propio Lonergan fue uno de los guionistas de Pandillas de New York (Martin Scorsese, 2002); y la influencia judía que también forma parte de su ideario (a través de su madre) con la influencia probable de Los amantes (James Gray, 2008), el drama dostoyevskiano de otro de los grandes directores americanos contemporáneos. En aquella gran película de Gray, Leonard, interpretado por Joaquin Phoenix, era también el elemento disfuncional de una familia que se sostenía los tumbos, un hombre agobiado por sus obligaciones familiares, incapacitado de expresar sus emociones y de vivir de acuerdo a sus deseos. Joaquin Phoenix y Casey Affleck se conocen bien, son ex cuñados y amigos. Casey dirigió a Joaquin, en I´m Still Here, un “mockumentary” (falso documental) que se encarga de explotar con humor su fama de actor genial, marginal y maldito. Hay mucho de semejanza en la pose de ambos personajes, incluso el vestuario (esos camperones verde militar, que para ellos son la armadura y la “contención” frente a la agresividad del ambiente (que no tiene que ver solo con el clima)), y el traje impuesto para los asuntos protocolares que ambos preferirían evitar, las manos en los bolsillos (I pugni in tasca), la misantropía, el semblante desangelado, la desesperación, las dudas y el hartazgo contenido por una realidad que abruma. La madre de Lonergan, una psiquiatra judía, seguramente sea la responsable de haber educado a su hijo en las referencias “cultas” que pueblan sus películas, desde la ópera (Casta Diva, Bellini) a la música sinfónica de Bach, Handel, Albinoni, pero que aquí sirven para dotar de “aire” al relato, a sus personajes (y a los espectadores) que por momentos apenas pueden respirar. Dándole a sus películas ese indispensable vuelo romántico, ese elemento catártico, la proyección (a través de la música) de los sujetos y sus sentimientos. De lo intuido por sobre lo razonado. El einfühlung, el “autogoce” frente al dolor, que conecta al cineasta y el espectador y promueve su identificación. Y que no sirve para razonar la muerte, presente todo el rato en los films de Lonergan, pero que por lo menos ofrece un consuelo para poder sobrellevarla. Son puntos para destacar, como también en la singular elección de Anna Paquin como la protagonista de Margaret, la indiscreta, difícil, arrojada, justiciera, sensual e irrepetible adolescente que parece sacada de su papel en La Hora 25 (Spike Lee, 2002). Cuya pequeña subtrama con su profesor (Philip Seymour Hoffman) es por lejos lo mejor que tenía aquella película. Y que aquí trata de reemplazarla de alguna forma ¡¡con las dos novias de Patrick!!. Eso también hacían muy bien Hawks (y Wyler) “robar” (como les decían ellos) las mejores ideas contemporáneas que andaban dando vueltas e incorporarlas a la propia poética. Que no es lo mismo que el robo liso y llano, injertado, con una poética prestada y sin una visión de mundo. Mercachifles abstenerse.

Deudor de su formación teatral, su cine apunta más a un realismo cotidiano y al lucimiento destacable de sus actores protagonistas. Si hay algo que pueden decir tanto Mark Ruffalo, como Laura Linney, Anna Paquin o Casey Affleck, es que a pesar de ser grandes (gigantes) actores nunca antes y nunca después alcanzaron las cotas y la generosidad de los papeles que Lonergan les puso a disposición. Quizás las próximas películas del cineasta vayan evolucionando en cuanto a la riqueza de la puesta en escena se refiere, asumiendo más riesgos y aportando más valores para el análisis. No hay que perder de vista que Lonergan es el cineasta del “pequeño gesto” donde la observación del mundo en su cine tiene un peso preciso, dándose de manera muy sensible y honesta, con el dolor a flor de piel, pero sin golpes bajos ni manipulaciones.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter