Mar del Plata 2021 – Diario de festival: Estrella Roja, Outside Noise, No taxi do Jack

Por Ludmila Ferreri

Mar Del Plata no es lo que era. Incluso para quienes pudimos pasar un par de días y escaparnos. La pandemia y los miedos de la cuarentena dejaron una serie de miedos y silencios que se exhiben en los modos en los que la cinefilia se revivió en las salas de La Feliz, que se vio un poco triste, opaca, como oscilante en su recepción de la nueva edición del festival. Pero no es lo único que nos dejó evidencias de no ser lo que era.

La vieja Rusia ya no es lo que era. Ni zarismo no revolución, el presente ruso es un paisaje espectral, lleno de fantasmas de otro tiempo. Sofía Bordenave entiende esto y organiza un sistema de reconstrucción histórica dado por la superposición y concomitancia de recuerdos aislados (valga un comentario: hay que recordarle a Nicolás Prividera, que sale a defender su película desmembrando notas escritas sobre su largometraje Adiós a la memoria, que hay una infinidad de teóricos que hablan sobre la imposibilidad de una memoria colectiva: Nico, buscá en Google, y sino te damos una mano), que nunca configuran una memoria colectiva, que el gobierno ruso no termina de reinstalar en el orden de los silenciados festejos por el centenario de la Revolución rusa. La ausencia de actos oficiales, por lo tanto, da paso a que la institucionalidad haga lo propio con el vacío: lo llena de ornamentación y monumentos. Pero afotunadamente la película de Sofía Bordenave vuela donde los vientos soplan bajito y no se escuchan. De ahí que lo que terminamos observando en Estrella Roja es un acto espiritista que devuelve la voz a los muertos a través de los restos, de los vivos, de los espacios abandonados, de los detalles de la historia en clave menor. En ese recorrido, curiosamente, la película no hace sino desmentir al mismo catálogo, que habla de un recorrido en donde la memoria personal y la colectiva se vuelven una. Craso error: si algo hace potente a la narrativa de Estrella Roja es, precisamente, el modo en el que se articulan los modos de lo individual, como desprendimiento de las imposiciones de lo colectivo. En ese sentido, y desde esta perspectiva, el recorrido nostálgico de las narraciones deviene en un pequeño ejercicio de resistencia silenciosa, curiosamente confundida por una nostalgia por el stalinismo y el recuerdo soviético.

Outisde Noise pertenece a otra programática, una que mezcla una frialdad descriptiva propia del cine autríaco con un vitalismo, en este caso también melancólico, que proviene del cine de Eric Rohmer (y un Richard Linklater desapasionado, con el que se ha querido vincular a la película algo forzadamente). En este caso casi no hay empatía. Es como si Fendt, el director, quisiera operar sobre su material depojándolo de aspectos que no sean estrictamente materiales, ordinarios, casi ritualísticos. En ese plan de acciones filma a dos amigas que se reencuentran en Berlín y en Viena y planifican su vida en el viejo continente luego de retornar de Nueva York.Ahora bien, ahí donde el cine de Rohmer muestra una obsesión por la planificación (que se traduce en una puesta invisible) y en donde Linklater pone el eje en la construcción de personajes queribles o bien excéntricos, lo que resulta del recorrido que propone Outside Noise tiene gusto a poco, como si en alguna medida en el afán de desplegar una programática vista una y mil veces el director buscara asentar una mirada personal que no llega del todo. Y como sus personajes en tránsito, el recorrido que nos propone es también un recorrido desapasionado, casi como si no importara demasiado lo que ocurre con esos personajes en cuestión. Invariablemente se trata de un sistema de trabajo persistente y del cual el cine no parece querer deshacerse ya que sigue multiplicándose.

Joaquim, el protagonista de No Taxi do jack tiene múltiples vínculos con el cine contemporáneo, en particular con el cine de Aki Kaurismaki, a quien esta película le debe el trabajo del ratio de pantalla (en esta caso casi cuadrada), sus colores desaturados, su mirada entre triste, melancólica, contemplativa y a la vez luminosa. Ese es, acaso, el trabajo más interesante que plantea esta película sobre un taxista de 63 años que debe deambular simulando la bùsqueda de trabajo para que un seguro de desempleo cubra sus gastos. Afortunadamente -y con todo a mano para hacerlo- la película nunca opta por el panfleto pobrista sobre las consecuencias de las políticas neoliberales y el estallido del estado de bienestar. No: puede dar cuenta del malestar sin caer en las bondades del miserabilismo de directores como Ken Loach. Por eso se agradece que todo el tiempo la historia oscile entre un realismo al cual aborda de manera elíptica y un desprejuiciado abrazo a la artificiosidad más plena, como si nada importara (los directores portugueses, otra vez, a años luz del resto). En su recorrido monocorde y vitalista por una historia signada por un pasado glorioso y rodeado de fama y un presente en estado de duda es en donde No táxi do Jack funciona con la precisión amorosa de los retratos políticos que iluminan, desde el presente despojado, un pasado de desilusiones programáticas. Para lograr el tono de melancolía modernista aplicada pero a la vez empática su director de vale de una estrategia que a esta altura es escuela en el cine portugués: la indistinción entre documental y ficción, que convierte a todo el asunto en un recorrido que por momentos recuerda a las apropiaciones que efectuaba Pablo Trapero sobre el protagonista de Mundo Grua. Al terminar, con la mirada a cámara, repleta de incertidumbre a la vez que felicidad, sentimos que Portugal sigue siendo el futuro del cine. Una revolución discreta y constante.

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