Mar del Plata 2021 – Diario de festival: Pr1nc3s4, Dark Light Voyage, Chango, la luz descubre

Por Luciano Salgado

Desde Fávula (2014) (aunque el antecedente mas remoto es P3nd3jo5(2013)) Raúl Perrone viene desarrollando una sistemática idea de la que no se aparta: ir contra su propio pasado, atentar contra su propia obra pre-2013 y reescribirla en clave de reescrituras cinéfilas, literarias y de la cultura popular. En este sentido la empresa no puede ser más ambiciosa: destruir el propio nombre configurando otro a la vez que borroneando todo lo posible cualquier marca personal gracias al régimen de citas infinito al que somete al material filmado. Curiosamente, esa actitud anti-autoral (como bien reza cada una de sus películas de esta nueva etapa) no hace mas que enfatizar su calidad de autor, incluso cuando su referencialidad a la obra de terceros sea olímpicamente negada por el mismo Perrone en su obsesión de reinventarlo y reescribirlo todo. Asi las cosas, y en esa dirección de obra, Pr1nc3s4 es un pequeño prodigio. No porque carezca de errores, de problemas, de inconvenientes. Sino porque en ella (al igual que sucedía en Favula) se concentra toda una serie de ambiciones infrecuentes para el cine argentino, cada vez más reacio a cualquier tentativa de riesgo o de apartamiento de ciertos lugares comunes conocidos y atendibles para un público acostumbrado a esos modos. Lo de Perrone es un salto al vacío (valga decir: un vacío con infinidad de piuntos de contacto con el cine de Guy Maddin, pero vacío al fin) que se disfruta porque, contrario a otras películas, además de haber narración y amor por la construcción estilizada (debe ser una de las películas más simples en recursos del autor pero a la vez de las que mejor ha sabido aprovechar esas limitaciones) también hay una voluntad de juego que se reconoce en cada plano, como si en alguna medida Perrone también hubiera elegido no tomarse demasiado en serio a si mismo y a los materiales con los que trabaja. Desde esta perspectiva, el juego combina extremo oriente con lejano oeste (bonaerense), pasado con presente (anacronismos varios que desarman cualquier tentativa de verosímil). A su vez Perrone logra esto en un espacio abandonado (unas construcciones en hormigón y ladrillo abandonadas a su suerte en un descampado), un puñado de actores, poquísima luz, algunos efectos de postproducción y un sonido envolvente, que por momentos recuerda las invenciones del Lynch de Twin Peaks. Al finalizar Pr1nc3s4 algo nos recorre el cuerpo: la invitación a hacer cine, el arte más fácil y difícil que hayamos conocido.

Dark Light Voyage se propone un experimento riesgoso. Coqueteando con el cine de Raya Martin y de Chris Marker (pero también de Agnes Varda) su director (aunque su hija de 8 años aparezca en los créditos como codirectora) propone un recorrido inquietante en el que un padre y su hija de 8 años recorren Vietnam en tren con el fin de que el primero se reencuentre con un amigo que fue encarcelado por haber cometido un asesinato tiempo atrás. Con ese punto de partida la película discurre en breves charlas entre padre e hija y al mismo tiempo está guiada por la voz de la segunda, quien habla -o recita según el caso- palabras que refieren a la guerra de Vietnam, palabras que refieren a los viajeros, al viaje y a la identidad. Pero también palabras que salen de boca de la niña de manera más o menos improvisada, algo que genera un extraño contrapunto entre la oscuridad de lo narrado y la oscuridad del ambiente. Esa combinación habilita a que nos encontremos con un choque que oscila entre la incomodidad y la ternura, la melancolía y el candor, como si su director buscara someternos a esos extremos deliberadamente. En ese recorrido, que es físico, pero también es emocional, padre e hija no redescubren nada, no cambian nada, no revelan nada. Simplemente se desplazan sobre un carril de preguntas sin respuesta sostenido en la duda: cómo podrá terminar ese viaje?

Chango, la luz descubre es un documental que, curiosamente, no descubre demasiados aspectos sobre la obra del extraordinario director de fotografía Felix “Chango” Monti. Es más: en buena medida lo que cuenta este documental cae en ciertas convencionalidades (desde la puesta de cámara, desde el uso del archivo, desde los modos de encarar las entrevistas), pero no por eso es menos conmovedor todo lo que muestra, que exhibe, desde el fondo de sus imágenes, la carrera de un personaje inoxidable y eternamente joven. En ese sentido lo más interesante que tiene para ofrecer este documental de corte casi televisivo es, justamente, la salida del mito. El hombre en acción trabajando. La timidez de sus modos y decisiones. La humildad ante la labor cotidiana. En ese punto es interesante lo que desmonta la película: por un lado permite que la obra y los testimoniantes den cuenta de la estatura monumental del director de fotografía. Pero el mismo Chango Monti, sus intervenciones a cámara y su persistente trabajo silencioso parecen decir lo contrario: este es el hombre de genio al que todos señalan como el más grande director de fotografía del cine argentino en los últimos cincuenta años? El componente humanista es el que persiste, por lo tanto, para que nosotros podamos descubrir a la persona detrás del personaje. Pero afortunadamente Chango, la luz descubre tampoco se regodea con los datos inútiles de rigor biográfico. Por el contrario, la evidencia del ojo puesto en la labor demuestra el disfrute. Porque si algo exhibe la película es la necesidad imperativa de filmar y trabajar como si fuera la primera vez, en un gesto de juventud juguetona. En esa decisión de vida conmovedora es en donde podemos entender que el paso del tiempo y los cambios en el registro audiovisual del cine argentino (la comparación entre el pasado del cine de estudios y el presente es dolorosa y algo triste) que al Chango nunca lo preocupó el prestigio ni la celebración exagerada. Apenas quiso seguir filmando cada vez que pudiera, como si el tiempo se terminara. En esa melancolía vive esta película sobre una persona entrañable.

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