Matilda: El musical

Por Santiago Gonzalez

Roald Dahl’s Matilda: the Musical
Reino Unido, 2022, 117′
Dirigida por Matthew Warchus
Con Alisha Weir, Emma Thompson, Stephen Graham, Andrea Riseborough, Lashana Lynch, Sindhu Vee, Carl Spencer, Jemma Geanaus, Louis Martin, Noah Leggott, Serrana Su-Ling Bliss, Summer Jenkins, Charlie Hodson-Prior, Kit Cranston, Lauren Alexandra

Un sol para los chicos

Sin anestesia. Roald Dahl’s Matilda: The musical (aclaración: qué molesta esta manía marketinera por aclarar en el título diferenciado para que todos sepamos que se trata de una adaptación que no-tiene-la-intención-de-ofender-a-los-fans-de-la-película-original) es horrible. Ya desde su prólogo el director Matthew Warchus demuestra no tener la más remota idea de cómo filmar un musical. En qué consiste esa ignorancia? En la redundancia informativa. Este director llena los espacios del plano con colores que encandilan a la mirada, que suspenden la pregunta sobre aquello que estamos viendo, quizás porque es conciente de la espantosa falta de timming para que las coreografías vayan a la par de la canciónes -excepto en momentos específicos, y gracias al montaje-.

Pretensiones. Pero Matilda: El musical no es solamente un compendio de males y ausencias de carácter técnico (existe una infinidad de películas técnicamente deplorables pero extraordinarias). En este caso el director, para colmo de males, administra mal sus presuntas influencias. Si Moulin Rougue (Baz Lurhman, 2001) hacía particular énfasis en el gesto de modernizar el género -y se pasaba por el traste todas las convenciones preexistentes, entregando una obra nueva, viva y vibrante-, en este caso todo se presume renovador pero se percibe viejo, televisivo…y muy inglés. ¿Les gusta el cine inglés? Hay grandes directores y películas con ese origen, por supuesto, pero -y aquí arriesgo una hipótesis que puede ser refutada, pero para la que tengo bastantes exponentes como prueba- en general encuentro que cuando se acercan a los géneros (sea de terror, el musical, el de espías) lo hacen desde un formato chato, que oscila entre lo teatral y lo televisivo. Bueno, todo eso pasa en los primeros minutos de esta nueva adaptación de Matilda que lleva esto al paroxismo.

Código y corrección. La primera secuencia transcurre en un hospital donde nace Matilda. En ella se nos habla del milagro de los nacimientos y varios lugares comunes más…pero drásticamente pasamos a… un engendro que se comporta como la versión inglesa de Casados con hijos (algo que si bien estaba en la película original de Danny De Vito, aunque sea aparecía justificada a la luz del código de comedia negra). En este caso algo del código de la diégesis que conforma esta nueva versión de Matilda no funciona. No por su exageración, no por su falsedad, no por su teatralidad. Lo que verdaderamente no funciona es que debajo de todo este display de mal gusto no está el goce por el exceso (que si estaba en la película original, que era triste, incorrecta y desoladora), sino en su voluntad de corrección política.

Progresismo. Pero el asunto no termina en la chatura o el mal gusto amparados por la corrección política de turno. La cosa empeora cuando Matilda entra al colegio, un colegio gris donde todo es gris a excepción de algunos tintes de colores que podrían estar hablándonos de potenciales cambios que se avecinan en la trama. Todo este subrrayado recuerda a ese capítulo de Los Simpson donde Bart y Lisa utilizan uniformes escolares que los vuelven aburridos hasta que la lluvia los destiñe y enloquecen. Créanme, no exagero, es eso realmente. En su voluntad de celebridad la alteridad de la forma mas previsible, Matilda: El musical cae en todos los posibles cliches progres (personaje de color bueno, personajes extranjeros bien tratados, discursos en contra del bullyng, etc). La cosa era insoportable hasta que recordé que la otra versión la de DeVito…que en cierta medida, si bien pertenece a otra época, también me generaba lo mismo. Sé que se trata de una película querida, con un cierto culto detrás, e incluso reconozco al gran director que es Danny DeVito. Pero si tengo que ser sincero, nunca soporte a Matilda ni sus conflictos, ni a su maestra, ni a su padres villanos. Ni a ese mundo mágico que inventó Roald Dahl.

Atentos s lo que sigue que no estoy loco. ¿Entonces por qué me gusto esta nueva versión de Matilda? Por un motivo que me permite reivindicarla, incluso contra mis propias palabras. Un motivo que excede todos los problemas que la película carga sobre su espalda. Permítanme irme por un rato y explicar las razones.

Un par de ojos nuevos. Mientras miraba Matilda: El musical, cerca de la mitad de la película, tuve que sacarla porque a pesar de que había algún detalle valioso (los niños bailarines tienen una destreza física impresionante y podrían servir de maestros a Ryan Gosling para que le inyectara sangre a su baile en La La Land) nada de lo que veía me estaba interesando en absoluto. Por el contrario, me resultaba soporífero. En su lugar busqué una especie de antídoto que me sirviera doblemente: por un lado contra el sopor de la desdichada Matilda,, pero por otro porque necesitaba sacarme la sensación de decepción que me había dejado The Fabelmans (Steven Spielberg, 2022). El antídoto fue Hook (Steven Spielberg, 1991), que ojo, tampoco es una gran película: tiene problemas de ritmo, ideas subrayadas un insoportable sentimentalismo. Asi las cosas hey en ella una escena que me conmueve (esto es habitual en Spielberg). Y que creo que es la única recordaba. Me refiero a aquella en la que Robin Williams recuerda su niñez y se convierte nuevamente en Peter Pan. A partir de esa escena algo hizo click adentro mío y con esa idea en mente volví a Matilda. Pero volví al principio. Y traté de verla como un niño. En la versión de DeVito todo era contado desde el punto de vista de la protagonista… y eso mismo ocurre en esta película. A partir de ese momento me cerró Matilda: El musical. No porque sus errores desaparecieran, sino porque había que entrar en el juego de la mirada de un niño de esta generación: una mirada colorida, subrayada, exagerada, que ve a los adultos y las instituciones de esa forma y sueña con cosas que son imposibles, acaso con cierto grado de puerilidad. Esto no redime a la película. Pero, en todo caso, me redime a mi, que termino el año recordando(me) que a veces nos tenemos que quitar el traje de adultos y permitirnos disfrutar como niños, incluso contra nuestras propias ideas.

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