#37MarDelPlataFF – Diario de festival: Tres hermanos, El rostro de la medusa, As bestas

Por Marcos Rodríguez

Animales

Los dioses del festival quisieron que las tres primeras películas que vi en esta nueva edición del Festival de Mar del Plata fueran todas habladas en español o en dialectos del español (chileno, francés, gallego, porteño… tal vez algún otro) y todas incluyeran diferentes animales, abundantes, centrales para la trama de sentido, algunos más exóticos que otros. Por supuesto, la coincidencia probablemente no quiera decir nada, pero del azar aparecen también sentidos, así que vamos a ver qué surge de un texto que junta estas tres películas.

El jabalí simbólico (sobre Tres hermanos)

Esta película (de Competencia Internacional, argentina y chilena, filmada en la Patagonia) comienza con la cacería de un jabalí en la montaña. Antes que los personajes, vemos su violencia en plano secuencia: con la ayuda de un par de perros, atrapan al animal, lo sostienen de a varios, le clavan un cuchillo hasta que el animal se desangra, cae y lo liquidan. No queda claro bien quiénes son estos cazadores ni por qué cazan: ¿es su trabajo, su pasatiempo, una forma de buscar alimento, una terapia? ¿Esa violencia es simple crueldad o es señal de un contexto salvaje? La película irá proporcionando respuestas (para absolutamente todo) pero evidentemente hay algo que quiere dejar en claro: Tres hermanos considera que la crudeza es garantía de verdad y, por tanto, va a intentar ser lo más frontal y escandalosa posible, para darnos la sensación de que está cantando la posta: te muestra cómo mantan un jabalí, te muestra a una puta que no logra que se le pare al hermano enmercado, te muestra merca todo el tiempo, te muestra al hermano puto reprimido intentar hacerse una paja mientras mira un encuentro de lucha, te muestra un testítulo extraído. Todos esos elementos (y hay más) tejen la trama de un contexto duro, frío, inhóspito, que replica la dureza de sus personajes: hermanos huérfanos, demostración (según vengo leyendo) de los poco variados matices de la “masculinidad tóxica”.

Preferí, cuando leí el aviso de que esta película era algo así como un “estudio de masculinidades”, no pensar en eso y ver qué pasaba en la película, pero el problema es que la película pide exactamente eso: hablar del tema que viene a ejemplificar una y otra vez. No con uno, no con dos, sino con tres hermanos que vienen a ser algo así como un muestrario de las pocas opciones que les quedan a los pobres pibes que crecen en la toxicidad. No hay autonomía para los personajes de Tres hermanos, no hay empatía posible, aunque sí hay explicación, síntoma y demostración. ¿Deberíamos sentir simpatía por violentos, violadores, tóxicos reprimidos y demás calaña? No necesariamente, pero si uno busca hacer cine, deberíamos sentir por lo menos algo. Los hermanos de esta película no llegan a ser monstruos, aunque bien podrían haberlo sido (bastante hijos de puta), pero no les da ni para eso (el cine ama a los monstruos) porque cada una de sus actitudes viene con una etiqueta pegada: explicación o diagnóstico, los hermanos no tienen nada para decir.

Al final (se viene el spoiler, digamos) resulta que el jabalí que mataron los hermanos no era para nada: capaz que se lo iban a comer pero lo guardaron en un freezer, en un arranque de furia tóxica uno de los hermanos lo desenchufó y lo único que nos queda al final es carne podrida. Para eso murió un jabalí: para ser metáfora del desperdicio.

La mirada del pavo real (sobre El rostro de la medusa)

Hay algo que me resultó profundamente simpático en esta película (también Competencia Internacional, también argentina) y tiene que ver con las libertades que se toma para narrar, con las ganas con las que juega con el medio que está explorando: El rostro de la medusa más que narrar, reflexiona. El punto de partida es un absurdo hermoso, que incluso se muestra una vez ya arrancada la historia: un día Marina se levanta y descubre que le cambió la cara. La película empieza con una cita médica: excusa floja para resumir lo poco que había para explicar: un día se levantó toda hinchada y cuando se deshinchó, su cara era otra. Se nos muestra una y otra vez: antes tenía esta cara que vemos en fotos (que, por lo que entiendo, sería la cara de la propia directora) y ahora tiene esta otra, que vemos en la actriz, claramente diferente. No hay traumas, no hay explicaciones. Tampoco vemos siquiera las primeras reacciones (esas que hubieran obligado a la narración a seguir ciertas lógicas): para cuando empieza la película ya pasó algún tiempo y Marina desapareció del trabajo, dejó el departamento en el que vivía con su novio y está encerrada en su cuarto de infancia, en la casa de sus padres, recluida.

Desde este punto inicial se va construyendo El rostro de la medusa: sin avanzar apenas, rebotando sobre ciertas ideas que giran en torno a la identidad, la identificación, la unidad y la ruptura. Es en este costado lúdico donde la película encuentra su mayor atractivo: cuando se despega de sus personajes y juega: juega con fotos, con collages, con mapeo facial, con huellas dactilares, con caras de personas y caras de animales, primero los más antropomorfos (monos y simios), después con los más humanizados por el contacto cotidiano (fundamentalmente, gatos), después con cualquier tipo de criatura: empezando por peces, pasando por medusas hasta llegar a unos hermosos planos de un pavo real. La pantalla de El rostro de la medusa cita sus propios parlamentos y después sale a pegarse un viaje por zoológicos europeos, por animaciones y diseño gráfico. Todo muy bonito.

El punto donde la película se vuelve menos interesante, paradójicamente, es en el aspecto que supuestamente la sostiene: la ficción (escasa) que avanza poco y, una vez planteadas sus ideas, no tiene mucho para agregar. Como instalación, El rostro de la medusa es simpática; como narración, parece olvidar que una historia también puede plantear muchas interrogantes, que no hace falta que se formulen como carteles, que pueden ser inquietantes o innovadores o lo que uno quiera, pero deberían ser por lo menos algo. Lo que es una pena todavía mayor es que, contando con esa premisa argumental absurda y tan bonita, el humor de la película vaya exclusivamente por el diseño gráfico y no por las situaciones y diálogos que atraviesan sus personajes: como si se preocupara demasiado por plantear los temas importantes que supuestamente está desarrollando como para dedicarse a jugar también con sus personajes.

El vecino pialado (sobre As bestas)

Una de las cosas más interesantes de As bestas (película de Rodrigo Soroyen que forma parte de la sección Autoras y Autores, aunque confieso que nunca había escuchado el nombre de este autor, mala mía) es que se juega a todo por todo y no deja nada sin decir. Las bestias del título, más allá de la abundancia de animales que se pasean por los paisajes hermosos de Galicia, vendrían a ser los gallegos brutos que viven en ranchos miserables perdidos en la montaña. La historia arranca empezada y la iremos reconstruyendo de a poco, pero casi no hace falta: lo importante es que un francés (profesor, se nos dice; viajado, se nos dice) se mudó hace unos años al medio del monte gallego para cultivar tomates orgánicos y dedicarse a restaurar viejas casas abandonadas del pueblo: sin fines de lucro, desinteresadamente, para que la gente vuelva a mudarse al pueblo, para restaurar un paraíso natural. Y a los del pueblo les cae mal. En particular, a dos hermanos que son precisamente sus vecinos de al lado: Xan (un genio bruto) y su hermano Lorenzo (que quedó un poco tonto después de un accidente con un caballo, lo cual se muestra, suponemos, en los hermosos planos con ralenti que abren la película). La tensión es evidente, es directa, aumenta y va a terminar por estallar. Vos que sos ecologista, ¿por qué no quisiste firmar para que instalaran turbinas eólicas en el pueblo?, le preguntan varias veces. Antoine (“el francés”, que habla un español fluido y es pura presencia cinematográfica) contesta varias veces que porque esas turbinas son una trampa, que porque pagan una miseria, que porque él eligió ese pueblo como su hogar y no piensa dejarlo.

As bestas es una película construida a tensión pura, en un contexto donde uno no lo hubiera imaginado: en los bonitos paisajes campestres, con campesinos ecologistas y gente de pueblo. Sin embargo, no da respiro. Dice lo que tiene que decir y permite el espacio para que todos tengan su punto de vista: los brutos también tienen sus razones y sus argumentos son difíciles de rebatir, por más que uno se identifique con el francés bonachón al cual acosan sin descanso. Sin embargo, a diferencia de lo que pasa en Tres hermanos, As bestas tiene tanto para decir, quiere tanto a sus personajes y sus lugares, que se permite argumentar lo que quiere, permite argumentar lo contrario y después va mucho más allá, como una locomotora arrastrada por las tensiones y los personajes, la película empuja a fondo sus conflictos, reflexiona sobre temas complejos y contemporáneos sin por eso descuidar la solidez de su trama y, sobre todo, de sus escenas. Cuando uno creía que un conflicto terminaba, arranca otro, aparecen diferencias generacionales, sororidad y unas cuantas cosas más que uno podría bordar en su lectura sobre esta película que tiene, antes que nada, una vitalidad punzante.

Eso es la materia del cine.

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