Mindhunter

Por Hernán Schell

Mindhunter
Estados Unidos, 2017, 11 episodios de 60′
Creada por Joe Penhall
Dirigida por David Fincher
Con Jonathan Groff, Holt McCannally, Hannah Gross, Sonny Valicenti, Anna Torv

La conciencia como tragedia

por Hernán Schell

Mindhunter empieza con un agente del FBI llamado Holden Ford negociando una toma de rehenes con un captor psicótico y armado con una escopeta. La negociación no sale como Holden quiere y este hombre termina volándose la cabeza en uno de los comienzos más gráficamente violentos que ha dado la historia de las series. Después veremos a este mismo Ford lamentándose por no haber podido calmar a este hombre en estado de psicosis y empezando a elucubrar una idea que se irá viendo a lo largo de la serie: entrevistar los peores criminales posibles, que hayan cometido las mayores locuras existentes, para empezar a entenderlos y a prevenir crímenes que podrían ser dañinos tanto para las víctimas como para los victimarios. Esto, que sucede en los primeros minutos, hace que pensemos dos cosas:

  1. Que Mindhunter tendrá como protagonista a un chico idealista y algo ingenuo que atrapará criminales.
  2. Que siendo que vimos a un tipo volándose la cara y siendo además que esta será una serie de criminales terribles, es probable que a lo largo de los capítulos habrá buena cantidad de imágenes shockeantes.

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Sin embargo, la serie se irá encargando de desmentirnos las dos cosas. Por un lado, Mindhunter no es una serie sobre un detective heroico, sino sobre uno que empieza teniendo intenciones heroicas y hasta humanitarias y poco a poco irá tornándose aparentemente en un ególatra frío, incapaz de pedir disculpa alguna por sus actos y convencido de que ha hallado una forma de comprender y manipular psicópatas impiadosos. Por otro lado, Mindhunter tampoco será una serie especialmente gráfica. Sus únicos momentos gore estarán dados por una que otra foto de alguna que otra escena del crimen y todo lo que tiene que ver con la brutalidad y la violencia estará expresada mediante las palabras de asesinos que relatarán sus torturas, violaciones y ejecuciones con inquietante tranquilidad.

Lo curioso es que la acumulación de estos testimonios terminan generando un efecto de progresiva perturbación, un poco lo contrario de lo que pasaría si la película se fuese poniendo cada vez más gore. Seré más claro: cualquier espectador de cine de terror o de películas muy violentas sabe que el efecto de lo gráfico en la violencia se va diluyendo con el correr del metraje. Si a lo largo de una película o de una serie se va agregando más y más sangre, más y más destripamiento y decapitaciones (pensemos en Braindead, de Peter Jackson o en Noche Alucinante, de Sam Raimi), lo más probable es que hacia el final todo se vuelva una gigantesca hipérbole donde el espectador vea el artificio y el efecto terrorífico-catártico termine naturalizado.

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Sin ir más lejos, eso es lo que hace que sagas de terror como las de Jason o Chucky se vuelvan cada vez más paródicas con el correr de las películas. Mindhunter, en cambio, provoca el efecto opuesto. Mientras más se acumulan los testimonios, mientras más su propio protagonista entra en ese universo oscuro, las palabras de los asesinos y su retorcida forma de ver el mundo empieza a calar cada vez más hondo y termina generando un clima cada vez más inquietante. Al mismo tiempo, algo pasa con el género al que parece adscribirse la serie de David Fincher, ya que lo que empieza pareciendo una serie policial, termina mutando hacia otra cosa más rara, que si hubiera que inscribirla en un género, deberíamos considerarla en el marco del terror. Si la tomamos incluso de esta forma, podremos identificar a un monstruo que es la psicopatía asesina y unos combatientes que buscan vencerlo mediante diagnósticos y teorías que uno sabe serán insuficientes.

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Por esto último es que mientras veía Mindhunter no podía dejar de pensar una y otra vez en la escena del psiquiatra de Psicosis. Allí Hitchcock filmaba un especialista que se ponía a explicar de manera precisa las razones por las cuales Norman Bates hacía lo que hacía y que tipo de responsabilidad le cabía por esos crímenes. Una escena después sin embargo, Hitchcock decidía contradecir sutilmente la teoría psiquiátrica mostrando con un monólogo interior de Norman sumado a una mirada inquietante a la cámara que eso que habíamos escuchado no era más que una simplificación absurda de una oscuridad imposible de ser reducida. Esas explicaciones  psiquiátricas eran, si se quiere, el equivalente literario de los capítulos de Moby Dick en los que el narrador empieza a hablar de los tipos de ballenas catalogados por la ciencia cuando uno intuye ya de antemano que no va haber forma de racionalizar ni a la legendaria ballena blanca ni a la locura de perseguirla.

En todos estos casos, lo que persiste es una mirada desconfiada hacia la ciencia. O mejor dicho, una mirada desconfiada hacia la ciencia como una forma de explicarlo todo y una idea de que hay misterios que sencillamente nos superan. En el caso de un conservador católico como Hitchcock o un místico desesperado como Melville, es fácil atribuir esta desconfianza al espíritu científico por razones religiosas. Sin embargo en Fincher sospecho que la cosa pasa por otro lado. Esto se debe a una idea desesperada y pesimista: si el mundo y la humanidad están dominados por la crueldad y el absurdo, la única manera de tener algo parecido a un control sobre los primeros es siendo un sociópata igualmente cruel y absurdo.

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Piensen en Red Social, en Perdida, en Zodíaco, en Pecados Capitales. En todos ellos el sociópata gana de alguna u otra forma y hace que su entorno termine adaptándose a ellos. Incluso en la propia Mindhunter se menciona la teoría de que es imposible llegar a ser presidente de los Estados Unidos sin ser sociópata (algo que después de todo ya está insinuado en House of Cards, serie de cual Fincher dirigió algunos capítulos y a la que ayudó a definir su estética). No es que estos seres carentes de toda moral tengan las cosas claras, pero aparentemente su forma caprichosa y totalmente brutal de actuar va en mejor sintonía con un mundo dominado por una caos amoral. Desde este lugar, uno puede entender un poco que lo que va pasando con Ford durante la serie. No es que él se vuelva un psicópata sin conciencia, sino que es alguien que -quizás aprendiendo inconscientemente de los propios psicópatas que entrevistó- empieza a actuar sin conciencia para poder llegar lo más rápidamente a un resultado esperado.

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El problema es que uno sabe en el fondo que lo que Ford ha hecho es construirse una máscara para poder hacerse lo más fuerte posible ante situaciones que lo exceden. Uno lo intuye permanentemente por que la mención que hay en la serie a Erving Goffman y su teoría de las máscaras sociales no puede ser gratuita, pero también porque aún cuando Ford pueda jugar a que nada le interesa mientras logre su objetivo de comprender la mente criminal, diversas actitudes nos van mostrando que su conciencia todavía está ahí, obligándolo a reflexionar sobre los hechos y a admitir, finalmente, que la maldad que lo rodea sencillamente lo supera pero también lo atrae. El final de Mindhunter, uno de los grandes desenlaces de temporada que se hayan hecho recientemente, es justamente la expresión perfecta de esa tragedia personal. Allí vemos a Ford caer literalmente desesperado, implotando de tanta tensión acumulada. Mientras tanto la serie nos muestra que afuera, en otro espacio, un asesino serial va quemando las fotos de lo que presumimos son sus víctimas. Lo hace con la tranquilidad de quien sin conciencia se limitó a seguir sus instintos aberrantes. En ese momento es imposible no sentir viendo esa acción una sensación de horror, extrañamiento y angustia, no tanto por su el asesino, sino por una forma de maldad que se nos vuelve tan oscura que sabemos que no hay forma de poder iluminarla de forma adecuada.

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