Misión: Imposible – Protocolo fantasma

Por Federico Karstulovich

Mission: Impossible – Ghost Protocol
Estados Unidos, 2011, 133′
Dirigida por Brad Bird.
Con Tom Cruise, Jeremy Renner, Paula Patton, Simon Pegg, Michael Nyqvist. Léa Seydoux, Ving Rhames y Tom Wilkinson.

Vuela vuela (bailar) (*)

Fritanga.”Una película con alas”.Minuta al paso. Me fui. Reseña rápida. “Cine industrial bien hecho, entretenido e inteligente. Además para toda la familia”. Qué difícil que es escribir cosas divirtiéndose. Que difícil es escribir algo nuevo sin prender la sartén. Y qué difícil es hacerlo sobre esa clase de películas que –como los cánones del cine de autor- ya vienen con manual incluido, para que la celebración también pase rápido.

Hacer crítica para muchos es también un modo de prolongar esa emoción inicial que nos conmovió en el cine, no es un mero parásito, no es una actitud garrapateril. Es, en todo caso, una interacción en la que, ahí cuando la película duerme, convocamos su presencia y la mantenemos artificialmente en un estado tibio. Calentamos la cama, mantenemos tibia la sopa o enfriamos un poco ese café, pero no por hacer servicio al consumidor (nada más deplorable que ese viejo oficio gacetillero), sino porque queremos continuar el placer por otros medios, citando indirectamente a Churchill.

Misión imposible – Protocolo fantasma es de esas películas que, tal como mencioné, vienen con manual (los prejuicios pueden ser a favor y en contra, claro) y confrontar con ella, o mejor dicho, bailar, no es fácil porque ella baila más rápido y mejor que nosotros, lo hace con la gracia del robo cantado de Willis&Aiello en Hudson Hawk mientras nosotros todavía nos quedamos reflexionando sobre la puesta en escena realista de las Bourne y de Mr. Paul Greengrasss-y-su-cámara-en-mano.

La inclusión de Brad Bird, hombre del cine de animación hasta ayer nomás, le da ese toque de distinción a nuestro baile que comienza rapidito y sin concesiones con Dean Martin y una coreografía que se las trae y que te regalo si querés sincopar con la precisión que logra el director. Ahí hay algo, hay una clave. Bird se la juega al escape imposible, pero mientras el inicio de M: I-III J.J. Abrams ponía toda la carne de lo bigger than life al asador aún a riesgo de que se le queme el asado, en M: I – PF (llamémosla así de aquí en más) la carne se cuece lenta y parsimoniosa, como si necesitara tomarse más tiempo. Digamos que si M: I-III es el cohete camino a Marte de Don’t stop me now, la última entrega de la saga se parece más a Rapsodia Bohemia, con su inicio parsimonioso o sus cambios de velocidades. Incluso, si hay que pensar en bandas, hasta me animaría a decir que el ejemplo más indicado sería el de Wings y más precisamente Band on the run: la película tiene esas alas necesarias para volar y cambiar de rumbos, surcar los cielos a altas velocidades, variar y descender cuando es necesario. Y, cómo me lo iba a guardar, como casi todas las M: I aquí también hay una banda en fuga, más que nunca, más clandestina que antes y más expuesta.

Bird es uno de esos directores humanistas que esconden un corazón gigante detrás de kilos de latón y circuitos. Siempre, en su cine, hay algo que se está jugando en el orden de encontrar lo humano en lo rutinario, en lo maquínico. Consciente de esto en M: I-PF hay toda una extensa gama de gadgets, de juguetes alla Maxwell Smart, que no James Bond justamente porque a diferencia de otras entregas son juguetes que andan mal, que están desvencijados y que apelan a la necesidad de otras estrategias, como si en algún punto de la franquicia se hubiera vuelto extremadamente fácil eso de manipular identidades mascarita de hule de por medio. Por eso la paradoja: cuanto mayor es el avance tecnológico mayor es la necesidad de humanizar la aventura. Esto se comprueba –Simon Pegg de por medio- en los momentos de humor de la película (estamos ante la menos solemne de las cuatro entregas, la más burbujeante y graciosa) ya que cuando la tecnología hace su aparición siempre muestra algún problema, siempre al borde del patetismo. Por el contrario, cuando la seriedad de la misión reaparece casi se da sin omnipresencia de la tecnología: el asunto se resuelve muscularmente.

No es menor el problema del paso del tiempo y el crecimiento de Ethan Hunt en relación al cuerpo y los músculos. Como ya bien lo mencionara Leo D’Espósito en su nota sobre la saga en el site de la revista, hay algo truffautiano en el crecimiento de Hunt. No le busquen paralelo con la musculatura del escuálido Jean Pierre Leaud pero si piensen que la de la saga M: I es también una educación sentimental doble, porque es la educación del cuerpo y del corazón de Hunt. Con el paso de las películas vemos el arco que recorre la desazón inicial de la muerte del padre simbólico, el aprendizaje y dominio de las cualidades en donde predominan rasgos de una sexualidad más urgente, posteriormente el establecimiento y la familia como una opción imposible y dolorosa, finalmente, en esta última entrega la renuncia a cualquier forma de individualidad convencional, la entrega adictiva a la adrenalina y el trabajo (ahí está la cita de otra película sobre la adicción de lo adrenalínico: Jeremy Renner, protagonista de The Hurt locker de Bigelow es aquí coequiper necesario). Pero decíamos también que es la educación del cuerpo y los músculos: Ethan comienza siendo joven y fibroso, pasa a tener un cuerpo atlético todavía preparado para desafíos imposibles en la segunda parte, en la tercera ya se muestra vulnerable, con recursos más limitados, necesitado de los demás. Finalmente en la cuarta parte Cruise le pone todo su cuerpo de casi cincuentón (ver la escena e donde se quiere arrojar a un contenedor de basura desde el borde de la cornisa de un hospital), un cuerpo magullado, donde las arrugas, la caída de la piel y la tensión muscular no es la misma. Cruise se muestra compenetrado con su personaje cuando lo hace padecer el peso de la edad así como nos lo hace padecer a nosotros (hay algo de esa conciencia trágica de esa gran película que pasó desapercibida hace unos años que fue R.E.D. con un Bruce Willis conciente de su vejez).

Pero volvamos a los pasos de baile: la película es un pequeño-gran prodigio de velocidad no porque esté con 5ta a fondo durante todo su metraje sino porque casi nunca pone los pies en la tierra. Siempre está haciendo saltos, piruetas, arabesques y vaya uno a saber cuánto más. Es una película que le debe más a Gene Kelly que a sus predecesoras en el género. Si bien Cruise se mueve con gracia y la cámara siempre es funcional a lo que muestra ya que nunca hay mero revoleo por los aires para que pensemos que la película es más veloz por ello, el tono general, posdesplazamientos de los personajes, la presencia de los paneos y los desplazamientos de cámara por el espacio son elegantes y “dancísticos”. Nadie vuela porque si. Y M: I-PF vuela por donde quiere.

Es difícil hacer un musical de acción pero por momentos uno se siente en el terreno de películas como Chocolate de Prachya Pinkaew. Sin ir más lejos, musical es la escena del inicio con el escape de la cárcel pero también lo es la coordinación de montaje de la escena del intercambio de planos en el hotel. O la bombástica escena de la persecución durante la tormenta de arena. O la pelea final en el estacionamiento (que parece una cita a Minority Report que a su vez cumple el sueño de la escena de escape que había soñado Hitchcock y que cuenta en el libro de entrevistas que le realizara Truffaut) en donde Pixar pareció haber metido la cola y donde los autos y cuerpos parecen de juguete.

Insisto: es difícil hacer una película en donde una contradicción tan fuerte se sostenga durante todo el metraje: a la vez que el cuerpo tiene presencia y peso propio, real, doloroso la película salta, vuela, trepa, baja, se acomoda, se yergue, vuelve a pegar y a dársela contra los objetos como si los cuerpos fueran de goma. Ni “realistas” (Greengrass) ni “inverosimilistas” (Woo), ambos dos, nos dice Bird. Hay que bailar entre ambas, volar y sentirse en un pelotero inmenso e interminable (Misión: imposible – Protocolo fantasma es eso, una película-pelotero). Entonces uno se pregunta: cómo hacer para no sacarse el sombrero frente a una de las mejores películas que va a entregar 2012. Simple y mejor, como Indiana Jones: dejárselo puesto, con el sombrero viene la aventura, la acción, el movimiento y la vida, lo opuesto a la burocracia, a lo previsible, a los discursos hechos y la muerte. Nunca menos, siempre más. Je.

(*) Publicada en El Amante Cine, Febrero de 2012

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