No odiarás

Por Carla Leonardi

Non odiare
Italia, 2020, 95′
Dirigida por Mauro Mancini
Con Alessandro Gassman, Sara Serraiocco, Luka Zunic, Lorenzo Buonora, Lorenzo Acquaviva, Paolo Giovannucci, Cosimo Fusco

Las escalas del gris

Las imágenes del prólogo son un anticipo de la crueldad: asistimos, entorno natural bello y luminoso mediante, a la iniciación en el odio del pequeño Simone. Cruelmente su padre lo fuerza a elegir al gatito más lindo de la camada que se encuentra en un cajón y a abandonar a los otros a su suerte, arrojándolos al río. Todo este comienzo va a resonar con la continuación por una multiplicidad de motivos. 

Ahora Simone Segre (Alessandro Gassmann) ya es adulto, es un médico cirujano, que practicando kayak por el río, escucha el ruido de un accidente automovilístico en la ruta lindera. Al acercarse a brindar ayuda al conductor herido, mientras llega la ambulancia, descubre que éste tiene en el pecho el tatuaje de una esvástica. Por ese motivo, cambia de opinión y decide abandonarlo a su suerte, no sin el retorno de la angustia (que se evidencia en la respiración agitada) correspondiente al trauma de la infancia. Estamos entonces frente a la situación del hombre que comete la desmesura soberbia de igualarse con Dios y que, en franca contradicción con el juramento hipocrático, ejerce el poder de una biopolítica capaz de determinar quién debe vivir y a quien se deja morir. 

La escena, en resonancia con el prólogo, encuentra su sentido cuando el espectador conozca que el ya fallecido padre de Simone, de ascendencia judía, estuvo prisionero en un campo de concentración. De algún modo se invierte la dimensión del odio que los nazis ejercían hacia los judíos en los campos de exterminio. Aquí encuentra su razón el título del film: No odiarás, que también es un mandato que se expresa como “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, y que resulta bastante difícil de cumplir cuando ese otro, no es precisamente digno de nuestro amor y empatía, cuando estaría dispuesto a eliminar nuestro propio ser. El mandamiento en cuestión empuja en realidad a un servilismo masoquista, ante el cual se retrocede. 

El azul que identifica a Simone en su vestimenta, tanto en la vida social como en el hospital, dan cuenta de su carácter endurecido, frío y distante. No obstante, se ve tomado por la dimensión de la culpa como retorno por la transgresión del mandamiento, que lo lleva a averiguar sobre los deudos del difunto, a quienes comienza a seguir. Así Simone toma contacto con Marica (Sara Serraiocco), la mayor de los hermanos (que ha dejado su vida en el Sur  de Italia para hacerse cargo de los menores), y la contrata como empleada doméstica. 

La contrapartida especular de Simone es Marcello (Luka Zunic), el hijo adolescente del fallecido conductor, cuya vestimenta de color negro expresa la oscuridad del odio de la agrupación neo-nazi de la que es parte. El resurgimiento del fascismo en Europa en la actualidad está marcado en las diversas escenas donde aparecen o se hace referencia a los inmigrantes (cuando Marica viaja en colectivo, cuando Marcello vuelca el balde de limpieza del empleado del mercado, cuando Simone le grita agresivamente al limpiavidrios de la calle o cuando se hacen referencias al personal que habitúa a realizar tareas de limpieza o a los ladrones que usualmente asaltan a transeúntes), que suelen ser hoy los principales destinatarios del odio en el viejo continente. 

Cuando Marcello se entera que Marica trabaja para un judío, le va pedir a Simone, de manera apremiante y amenazante, que despida a Marica. Ante su negativa, la respuesta de Marcello será amedrentarlo propinándole una salvaje golpiza en la calle junto a dos amigos. La tensión entre ambos personajes va in crescendo y la trama se sostiene en el suspenso que descansa en el aire misterioso y ambiguo de Simone, pues el espectador desconoce el sentido con el cual se involucra con la familia Minervini: ¿se trata de un intento de reparar el daño causado, movido por la culpa o el rencor que lo habita lo está empujando a tramar en su interior una venganza? En este sentido el carácter ambiguo del personaje se refuerza mediante el recurso al motivo de las rejas que limitan ciertas acciones de Simone que tenderían a la reparación o la pacificación (por ejemplo las de la puerta de la comisaría que lo detienen de denunciar la golpiza de Marcello).

La dimensión especular del vinculo entre Simone y Marcello, se establece no sólo por la agresividad presente en el par de opuestos judío/nazi, sino también en la relación de cada uno con sus respectivos padres. Mientras que Simone no puede tomar contacto con un padre al odia, por lo que considera como una traición (al haber atendido en calidad de médico a los nazis como manera de salvar su vida – y acá también se presenta desde la puesta en escena el motivo de las rejas y del perro agresivo que no permite entrar a la casa paterna); para Marcello, en cambio, se trata de poder separase de ese padre profundamente amado e idealizado, al que sigue en su ideología nazi, sin cuestionamiento alguno.  

Cuando Marcello quede gravemente herido de bala, a raíz del enfrentamiento con un usurero, Marica recurre a la ayuda de Simone. Esta situación va a colocarlo nuevamente ante el dilema ético del comienzo, que traduce su remera de color gris. Pues: ¿Cómo a perdonar a aquellos que representan el odio hacia el propio pueblo y la propia familia?

La torsión que va a darse en el personaje de Simone está puntuada desde lo visual en ese perro de la casa paterna que, poco a poco, va reconociéndolo como amo, en el contacto con sus marcas de origen judío (que se evidencian en el característico candelabro que lleva a su hogar y en el uso del kipá para ir a la sinagoga) y en el rojo de la dimensión romántica, que se vislumbra en la vestimenta que comienza a identificar a Marica. Es la irrupción de la dimensión de la ternura humana, lo que permite un viraje en cada uno de los personajes. Se hace posible entonces tomar otras insignias del padre, más ligadas a la vertiente amorosa de él: las de la belleza ligada a los ornamentos de la tradición judía en el caso de Simone, las del talento para reparar objetos, en el caso de Marcello. 

Apoyándose en un elenco equilibrado en sus interpretaciones y una narrativa que evita el subrayado al afirmarse sobre ciertos elementos visuales, la película de Mancini, funciona mejor en su primera parte cuando sostiene el thriller, más que en su último tramo, donde se vuelca hacia cierto sentimentalismo para enfatizar la dimensión conciliatoria y redentora de Simone. No obstante,  encuentra su valor al permitir reflexionar sobre la importancia de sostener cierta dimensión amorosa del padre, como refugio contra su retorno en su versión castradora, que empuja al goce en su dimensión mortífera y mortificante. Acaso la declinación del padre como soporte de la ley en el deseo en la época contemporánea, nos permite entender No odiarás, sea la dimensión que nos permite comprender (que no justificar) el resurgimiento de los neo-fascismos. 

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