Noche en el paraíso

Por Marcos Rodríguez

Nak-won-eui-bam
Corea del Sur, 2020, 131′
Dirigida por Park Hoon-jung
Con Cha Seung-won, Eom Tae-gu, Yeo-bin Jeon, Jeong-hwan Park, Lee Ki-young, Bong-sik Hyun, Dong-in Cho, Lee Moon-sik, Son Byung-ho

Sangre en el asfalto

Hay algo que simplemente no puede ser. Empieza Noche en el paraíso (Park Hoon-jung, 2020) y empieza una de mafiosos trajeados. Bien. Puro gesto, pura sobriedad. Pero a los pocos minutos encuentro un momento que, como espectador siempre dispuesto a disfrutar con las sacudidas que puede ofrecer una película coreana de género, digo: No, no puede ser. No pueden ser tan hijos de puta. El protagonista, un tipo joven, recio, cara de piedra y presencia entera que le confiere el protagonismo de la película si bien en principio es poco más que un subalterno en la familia a la que pertenece, maneja algunos negocios como deben ser manejados entre gente de honor, y de pronto se presenta, en un rincón casi escondido de la trama, a la familia de Park Tae Gu (nuestro protagonista, interpretado por la cara rarísima de Tae-goo Eom), que resulta que tiene una hermana, que está a punto de morir de alguna enfermedad terminal, y una pequeña sobrina que le da besitos y le saca gestos de ternura al mafioso más duro entre los duros. Él las pasa a buscar, le da un regalo a la nena (que, intuimos, en breve va a quedar a su cuidado, porque es la única familia que tiene y a su madre no le quedan muchos días sobre esta tierra) y las despacha en un auto para que las deje en su departamento mientras él resuelve algunos asuntos. Hablan de qué van a cenar, abrazos. El auto se aleja y (spoiler, ponele, aunque este elemento de la trama se revela en seguida) las dos mueren en un accidente a las pocas cuadras. A los pocos minutos. Apenas de presentadas, pero con todas las simpatías de una moribunda y una nenita feliz. Listo. Sangre por el cemento y regalo tirado por el piso. Así empieza la cosa y después irá tomando otros caminos porque, por supuesto, las chicas de la familia estaban puestas ahí para morir rápido y desencadenar la furia profunda e incontenible de esa especie de máquina perfecta de asesinar que es nuestro gángster.

No es raro, por supuesto, el motivo del mafioso al que le liquidan a la familia y que decide tomar venganza. Noche en el paraíso va a elaborar, incluso, bastante sobre este tema que conocemos bien, para desarrollar giros y sorpresas argumentales que no sé si importan tanto, aunque funcionan muy bien. Pero antes de que nos adentremos en una mar de tripas y contratraiciones, recién empezada la película nomás, me encuentro con la hermana y la sobrinita muertas y quedo absolutamente helado por el nivel de sadismo que despliega la película cuando recién está carreteando para arrancar.

¿Por qué me sorprende tanto ese sadismo? En parte tiene que ver, por supuesto, con un tema puramente personal: me pongo maricón cuando hay una nenita involucrada. Pero al margen de eso, el cine nos regala muertes infantiles con cierta frecuencia y pocas veces nos importan. Hay algo en la forma en la que se presenta a esos personajes breves que es conmovedora. Una cierta naturalidad, un desvío de trama familiar que promete que va a seguir: Noche en el paraíso presenta un rincón de placidez (entretejido de tragedia, por supuesto) con toda la eficacia de un cine que sabe ofrecer esas tramas. No hay, en ese encuentro de presentación, indicios evidentes de las muertes por venir (como podría ocurrir en cualquier otra película de crimen, donde las marcas son claras y uno sabe ya de entrada quién va a tener poca vida en pantalla). Noche en el paraíso despliega todas las estrategias de un melodrama familiar que promete evoluciones y complicaciones y desarrollos y hasta alguna vuelta inesperada. Pero no, el drama familiar se corta apenas como pimpollo: mueren y nada las va a hacer volver. Y es esa pérdida la que atraviesa toda la película.

Es, por supuesto, una jugada maestra, porque más allá de la eficacia con la que Tae Gu destripa y hace crujir a sus enemigos, y más allá de la eficacia con la que Noche en el paraíso lo muestra (notable), el verdadero espíritu de esta película no está en la trama que se va desenvolviendo, sino en la sensación lacerante y nunca resuelta de desasosiego que cada nuevo elemento le aporta. Hay, claro, muertes y descubrimientos y personajes secundarios (y no tan secundarios) muy vívidos, pero en definitiva lo que permea cada minuto de la película es esa sensación que se inaugura con unas manchas de sangre en la calle: la pérdida irremediable, la angustia que la acompaña y la convicción palpable de que nada va a poder remediar eso. Pero, película recia, Noche en el paraíso no se detiene en eso, no pausa su devenir, no explicita diálogos sentimentales, no se complace en la contemplación de paisajes que podrían hacernos pensar en la fugacidad y la finitud. No, Noche en el paraíso avanza a toda máquina (y, como corresponde, a paso cada vez más acelerado a medida que se acerca el final) con un ir y venir y muertes, persecuciones, secuestros y hasta posible historia de amor.

No hay nada en esta película que se escape a los requisitos estrictos de una película de género, y su espíritu no lo traiciona tampoco. Simplemente, con un salto de calidad, con una explosión hacia los extremos (de tripas, de velocidad de muertes, pero también extremos melo), Noche en el paraíso alcanza la plenitud de los sentidos que se esconden siempre en una trama que conocemos todos.

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