Okja

Por Hernán Schell

Okja
Corea del Sur/EEUU, 2017, 120′
Dirigida por Bong Joon Ho
Con Tilda Swinton, Paul Dano, Giancarlo Espósito, Jake Gyllenhall

Diarios, guerras y cerdos

Por Hernán Schell

Si uno analiza la filmografía de Bong Joon Ho puede darse cuenta que en su cine hay una tendencia a mirar el mundo de una manera particularmente oscura y de construir un héroe que siempre termina obrando casi del mismo modo. En Memorias de un asesino tenemos una pareja de detectives que intenta atrapar un criminal en el contexto de la feroz dictadura de surcoreana. Es un mundo sin ley o mejor dicho donde las autoridades que supuestamente deberían de resguardarla hacen lo que sea. En ese contexto de anarquía total, la pareja termina desesperada haciendo lo que sea por atrapar al asesino, incluso en un caso rompiendo con el propio protocolo. En The Host el mundo es un lugar mentiroso y los monstruos son generados por una consecuencia de daño ecológico. Allí una familia, contra todas las advertencias del estado, la prensa y los científicos de turno, deciden abandonar la cuarentena e ir en rescate de un familiar. En Snowpiercer el protagonista decide abandonar el “lugar” que tiene en el tren para iniciar una revolución y llegar hasta un psicópata que comanda toda la nave. Y finalmente en Okja una nena está dispuesta a ir contra todo un sistema empresarial siniestro y cínico para poder estar con su cerdo.

En todos estos casos pasa algo, y es que los personajes principales terminan confiando más en su instinto, en una suerte de ética propia que a veces ejercen con mayor o menor tino, antes que en los que le dice un mundo que esencialmente está empapado de falsedad, de dobles discursos y engaños que vienen en todos estos casos mencionados por parte de una propaganda manipuladora que disfraza mensajes tendenciosos de información (vengan estos en forma de diario, o de videos supuestamente educativos). Es posible incluso que uno pueda calificar al cine de Bong Joon Ho como el de un misántropo arrepentido, o una persona que odia la humanidad pero tiene la esperanza en seres humanos individuales, en ciertos gestos de bondad o generosidad. Es más, el director parece creer en varias de sus películas que el gesto humanitario debe prevalecer incluso por sobre la humanidad en sí, tal y como lo hace el protagonista de la extraordinaria Snowpiercer cuando decide poner en riesgo lo que queda de humanidad con tal de que la misma deje de sostenerse en base a la esclavitud y explotación permanente.

Desde este lugar el último largometraje del cineasta surcoreano es algo raro. Su protagonista ya no es tanto alguien desesperado en búsqueda de un fin ético, sino una chica aislada del mundo, a la cual la crueldad del mundo empresario -así como las extrañísimas actitudes de los ecoterroristas  liderados por el personaje de Paul Dano- le es extraña durante la mayor parte de la película. Por primera vez, el héroe bongjoonheano ya no es alguien que vive y padece el mundo sino una persona que más bien vive en otra parte del mismo, con otras reglas propias que Bong Joon Ho ve como más nobles, más pacíficas y a su modo también más piadosas. Hay algo de desolador en esto. Si antes el director creía en la posibilidad de cambiar el sistema -o por lo menos hacerle frente con dignidad- desde adentro, en Okja la única solución es el aislamiento de la civilización en un lugar que idealiza un mundo más conectado con lo natural y raíces más tradicionalistas.

Por otro lado, por primera vez, Bong Joon Ho hace uso y abuso de personajes cínicos, desagradables o fácilmente transformables en objeto de burla. Ahí está el veterinario patético, ahí están las dos empresarias interpretadas por Tilda Swinton, y ahí están también los ecologistas, con buenas intenciones pero que finalmente no logran ni por asomo ni hacerle cosquillas al sistema que quieren combatir. En todos estos casos hay una desolación y una agresividad muy fuerte hacia el mundo por parte del director, y un discurso que incluso cae a veces en el más elemental trazo grueso. Tal es el caso por ejemplo de las hermanas empresarias. Para que Ho por ejemplo pueda señalarnos que la hermana de capitalismo “buena onda” y comprometido no es muy distinta de la otra antipática, lo soluciona haciendo que lo interprete la misma actriz.

No hay nada de malo en estar furioso como no hay nada de malo en estar desesperanzado. Pero si puede transformarse en un problema cuando este viene envuelto en una película que intenta hacernos emocionar con una historia entre una nena y su mascota -un chancho gigante hermoso y adorable- que desemboque en un final lírico y tierno. Hay algo que choca ahí con la oscuridad del mundo propuesto, un intento torpe por encontrar un corazón en una película que basa su estética en una mirada furiosa. Desde ese lugar, a partir de ese choque, todo momento tierno termina pareciendo falso e impostado, un intento por vendernos una ternura que nunca puede creerse del todo. Desde ya, estamos ante Bong Joon Ho y por ende no todo será descartable. Ahí habrá una escena de persecución larga y virtuosa en medio del tráfico, habrá chistes excelentes (el personaje del chofer que debe trasladar al chancho es genial) y una utilización de la música ocasionalmente maravillosa y capaz de hacer que guitarras españolas suenen como la cosa más pertinente de mundo en una escena de acción. En esos momentos es cuando se nos recuerda que quien está detrás de esta película fallida es también uno de los mejores directores vivos, y que no es para nada irracional seguir poniendo muchas expectativas en la película de Bong Joon Ho que vendrá.

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