Otra madre

Por Sebastián Rosal

Otra madre
Argentina, 2017, 70′
Dirigida por Mariano Luque
Con Mara Santucho, Eva Bianco, Julieta Niztzschmamn, Ana Tenaglia, Cecilia Antonozzi, Celina Ludueña

Rayuela

Por Sebastián Rosal

Como en un círculo, los días de Mabel pasan siempre por los mismos puntos, empezando por la salida temprana al trabajo y el regreso tardío, siempre de noche, sin el tenue brillo del sol invernal en las sierras cordobesas. Antes, y después de eso, quedan en casa una madre una madre aún joven sobre la que sin embargo hay que decidir si se la enviará o no a un geriátrico, una sobrina adolescente y una hija pequeña que es la encargada de regalar los únicos momentos de juego y de felicidad a todas. En el medio, un trabajo no demasiado estimulante como profesora de gimnasia y otro menos interesante aun colaborando en el negocio y en la atención de la casa de su tía Pini. Allí también hay tiempo para compartir algún que otro momento con esa prima con la que pasó muchos de los días de una infancia y una adolescencia que ahora, a la distancia y con el paso de los años, asumen la forma de un pasado ideal.

Otra Madre 1

En la superficie del mundo de Mabel hay algunas cosas más, aunque ni tantas ni en absoluto memorables. Un divorcio reciente con un padre amoroso y preocupado por una hija en común, la tenencia compartida que transcurre civilizadamente, el traspaso de la niña como una posta, como un testimonio del amor que alguna vez supo ser, el deseo de poder ahorrar aunque más no sea unas pocas monedas, algún que otro hombre ocasional. En ese pequeño recorrido de situaciones mínimas, vaciadas de estallidos, reticentes en su información, Luque construye con paciencia y delicadeza un mundo de mujeres, de varias generaciones. Un mundo de abuelas, de madres y de hijas entrelazadas, de gestos cotidianos, heroínas silenciosas de clase trabajadora que de tanto en tanto encuentran algún resuello dentro de un presente que siempre aprieta pero nunca termina de ahorcar, en todo caso transcurre con esa terquedad irrevocable del tiempo en su empeño por avanzar.

Casi silenciosamente la película va acumulando hallazgos, empezando por ser capaz de retratar ese universo evitando la mirada falsamente estetizante, la condescendencia o la idealización. Es siempre demasiado sencillo, demasiado al gusto de los grandes festivales y sus financistas poner en el pedestal una vida gris, pero nada de eso ocurre aquí, tan lejos de la candidez del buen salvaje de provincia como de arrebatos mágicos que tuerzan un destino que asoma inexorable. Otra madre también muestra que la vida de un pueblo chico puede no ser un infierno pero al menos puede asumir la aridez de un páramo. Sin embargo y a pesar de todo esto, esos momentos en apariencia banales, monótonos, están insuflados de un aire, de una respiración que se expande gracias a ciertos destellos, a ciertos excedentes sutilmente felices que aparecen aquí y allá. Para eso son fundamentales esos largos planos, mayormente fijos, en los que el sonido y las voces, la más de las veces proveniente desde fuera del cuadro, expanden la significación, mientras la mera duración deja penetrar inexorablemente pequeñas pero vitales dosis de lo real en toda su imprevisibilidad.

Otra Madre 2

A veces se presentan de forma expansiva, en particular en todas y cada una de las apariciones de Julieta, la pequeña hija de Mabel y enorme hallazgo; a veces lo hacen para dar cuenta, sin subrayar, de una desdicha que parece enquistada, como en la larga charla de Mabel con su prima en la que se puede prescindir del esperable contraplano para centrar su atención únicamente en su mirada, en sus reacciones. En todos esos gestos, en todas esas acciones que las mujeres se prodigan entre sí o realizan en soledad no solo se genera el contrapeso a la abulia del presente, sino que es posible encontrar momentos de una serena belleza, incluso de cierto insospechado glamour. Luque no solo logra plasmar cierta extraña elegancia en esos ambientes siempre saturados de elementos, en un lavadero en el que la luz se filtra tibia por la ventana o en una habitación de sábanas revueltas, sino que cuando Pini examina unas prendas y luego fuma recostada en la cama con gesto de diva o cuando su hija mira por la ventana mientras extiende su pierna para curarse el pie, el encanto puede surgir prescindiendo de cualquier artificiosidad para desarrollarse de manera natural, orgánica, simplemente echando luz sobre aquello que de tan habitual suele dejar de ser visto.

Otra Madre 3

Mencionaba al comienzo cierta idea de circularidad del tiempo. En realidad lo que Otra madre pone en acto es una especie de duplicación de su devenir. El tiempo es la materia prima indispensable sobre la cual se construye lentamente pero sin descanso el universo que la película plantea, así como las relaciones entre los personajes y la empatía con los espectadores. En esa sucesión de pequeñas acciones y derivas, menos es finalmente más, en una progresión que va acumulando el capital emotivo sin necesidad de apelar a picos dramáticos acentuados. Pero el tiempo es también aquí el fondo sobre el que se juega todo un entramado que avanza y retrocede en los años para dar cuenta de ciertas experiencias de vida que parecen encapsuladas en ciertos derroteros previsibles, aunque no por ello reprobables. La melancolía del momento fugaz de una vieja foto de la madre de Mabel en su juventud alterna con la vitalidad de la hija de Mabel y toda su vida por delante, en un movimiento que se ancla en el presente pero que oscila hacia uno y otro lado. Solo en un momento la película se permite salir de allí, cuando avisora un futuro posible, seguramente lejano de la perfección, pero así y todo aún sostenido en la calidez y el afecto mutuos. En ese vaivén el futuro es el presente por venir y el pasado puede ser anticipado. Es atributo y potestad del cine jugar a la rayuela sobre el tiempo.

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