Pantera Negra (Black Panther)
Estados Unidos, 134′
Dirigida por Ryan Coogler.
Con Chadwick Boseman, Michael B. Jordan, Lupita Nyong’o, Danai Gurira, Martin Freeman, Daniel Kaluuya, Letitia Wright, Winston Duke, Angela Bassett, Forest Whitaker y Andy Serkis.
Salir al mundo
Por Ignacio Balbuena
A veces resulta difícil analizar películas de superhéroes sin considerar muchos factores externos que no necesariamente tienen relación con su calidad. En el caso de Pantera Negra, estamos frente a una película que viene de un enorme éxito de taquilla en Estados Unidos y con un abrumador consenso crítico, producto acaso de la visibilización de la cultura negra y del casting poblado de actores de negros y mujeres. Tan abrumador que es casi ruido blanco: ¡Black Panther debería ser considerada para Mejor Película en los Oscar! ¡Ryan Coogler es el nuevo Spielberg! Y así.
Por otro lado, con las películas de Marvel siempre surge la necesidad de ponerlas en contexto con las anteriores entregas, y así surgen las inevitables comparaciones, con la propia saga y con el resto del género. Es inevitable y en algún sentido, pertinente, ya que el formato de serial de personajes y mundos interconectados le ha dado mucho rédito a la factoría Marvel, no sólo desde el punto de vista económico pero también narrativo. Dicho esto, voy a tratar (énfasis en tratar, de alguna manera tendré que pasar por los puntos anteriores) de analizar Pantera Negra teniendo en cuenta sus virtudes y defectos estrictamente cinematográficos. Porque más allá de que sí, la película parece ir tildando varios casilleros de la planillita de la corrección política a medida que avanza, también tiene varios méritos, que la alejan del molde típico de Marvel y la acercan a un universo más personal.
La película comienza con un doble prólogo: el primero resume la historia de Wakanda, un país ficcional de Africa definido por su tecnología utópica basada en el desarrollo del Vibranium y con una estricta política aislacionista. En el otro vemos a un Pantera Negra anterior al protagonista visitando Estados Unidos en los ‘90, confrontando a su hermano N’Jobu en relación a un traficante de armas, Ulysses Klau (Andy Serkis, que vimos una vez en Los vengadores: Era de Ultrón). A diferencia de otras escenas similares (el prólogo de Michael Douglas rejuvenecido en Ant-Man, la transformación de Michael Keaton en Vulture de Spiderman), es una escena sin mayor contexto, que cobra sentido a lo largo de la película. Pero es también un indicio del tono en el que Ryan Coogler (director también de Creed y Fruitvale Station) elige desplazarse, uno de escenas poco vistosas en cuanto a espectáculo pero significativas desde el punto de vista de la interacción de los personajes y su desarrollo dramático. Ese comienzo que plantea una intriga en vez de un guiño canchero o de recontextualizar información ya conocida, también plantea algunas contrastes que definirán luego la película.
El choque de las culturas ancestrales de Wakanda (‘hay unas minas en la puerta onda Grace Jones’, dice uno) con la cultura americana (los barrios y el hip-hop pero también las políticas internacionales, ambas cosas marcadas por la violencia), y la anticipación de un choque ideológico que recorre la película, el de las dos posturas que aparecen como alternativas al aislamiento proteccionista de Wakanda: una, la violencia armada, la radicalización, otra el humanitarismo y la colaboración en el desarrollo tecnológico con el resto del mundo. El universo de Marvel en el cine es sin lugar a dudas futurista, pero en sus excepciones como la armadura de Iron Man, la inteligencia de Ultrón, la tecnología alienígena. Más allá de esto, el resto de la humanidad vive una existencia relativamente normal (basta ver las series de Marvel Netflix para comprobarlo). Wakanda está un paso más allá y es un país con un nivel de tecnología que hace quedar la armadura de Iron Man como un playmobil. En ese contexto, es esa tecnología lo que determina que uno de los conflictos centrales en Pantera Negra sea el del deber de su rey, T’Challa y si debe utilizarla para mantener su reino protegido del resto del mundo, o ponerlo al servicio de la negritud oprimida históricamente. Pero me adelanto.
Después del prólogo nos situamos en el presente, con un televisor que nos brinda algo de contexto. Pantera Negra ocurre brevemente después del final de la última Capitán América, Guerra Civil, que enfrentaba a Tony Stark y al Capitán América en relación en el marco de un conflicto que debía definir si los superhéroes deben rendirle cuentas al estado. Lateralmente, T’Chaka, padre del actual Pantera Negra T’Challa, muere en un atentado terrorista, y así, T’Challa debe regresar a Wakanda para transitar un ritual de transición al trono. Este contexto sitúa a Pantera Negra a un contexto más vinculado a la política y la intriga internacional que a los mundos fantásticos de películas como Dr. Strange o Thor: Ragnarok. De hecho, el primer acto de la película alterna la coronación de T’Challa en un combate ritual con escenas de acción propias de sagas de espionaje al estilo Misión: Imposible: una extracción nocturna en una misión encubierta, un tiroteo que arranca en un casino y se extiende por las calles de Corea del Sur. Sin embargo, luego de toda esta sub-trama el foco pasa al verdadero argumento de la película, la confrontación entre Erik KillMonger y T’Challa. El villano de Michael B. Jordan es uno de los más carismáticos y complejos del universo Marvel, uno que además cuenta con un peinado de un mal gusto notable. No quiero ahondar demasiado en los detalles de la trama, pero basta decir que es un personaje borrado de la historia familiar que viene a reclamar su legítimo derecho al trono de Wakanda. A su vez, es un soldado de élite entrenado en operaciones Black Ops internacionales, entrenado en Estados Unidos para desestabilizar gobiernos, algo que refleja este conflicto que ya mencionamos entre el linaje ancestral y la política exterior.
El culebrón a lo Game of Thrones lo habíamos visto un poco en Thor: Ragnarok. En aquella, Hela era una general borrada de la historia familiar de Odín y de la historia de Asgard en favor de la creación y consolidación de un mito utópico. Ese lugar lo ocupa aquí Killmonger, pero la trama no se siente como una repetición. Es más bien una variación sobre un mismo tema: Si Taika Waititi tomaba el melodrama shakespeareano y lo dinamitaba en favor de los gags y el humor, Ryan Coogler apuesta al afrofuturismo como estética para contar su historia con mayor gravedad, lo más cercano en términos de Marvel a una película decididamente política. Ese costado es más pobre cuando se hace explícito, como en la frase de ‘los sabios construyen puentes en vez de alzar muros’. Pero mientras los críticos americanos se relamen con una película que parece querer pegarle una piña a Trump, lo verdaderamente interesante es ese diálogo que se establece entre el país ficcional de Wakanda y la diáspora africana, en el conflicto que representa el término ‘African-American’. El mito del continente africano es el del conquistador sobre un continente despojado de su historia, y Pantera Negra permitió a Ryan Coogler imaginar una visión de África gloriosa libre de la influencia colonizadora, en donde tanto la tecnología como la espiritualidad florecieron en continuidad, retroalimentándose entre sí. No es la primera vez que Marvel toca tangencialmente un subtexto político: Vigilancia gubernamental excesiva, combate no tripulado vía drones, desarrollo de inteligencia artificial, el conflicto entre CEOs y los blue collar, tráfico de armas y la guerra en Oriente, algo de eso vimos a largo de las 18 películas del MCU (universo cinemátic0 Marvel). Ryan Coogler, sin embargo, logra contarlo a través de una historia profundamente personal, en un drama familiar que cuenta a través de un conflicto fraternal la historia de toda una población. Algo de la épica de Creed, amplificada por el presupuesto mastodónico de un blockbuster.
Si hay un costado negativo, es que esa gravedad en el tono es por momentos excesiva, dado que la película incurre en los típicos gestos cinematográficos para denotar africanismo, que incluyen atardeceres épicos sobre cantos solemnes y un exceso de personajes y situaciones que estiran la trama. Pero este registro no se siente forzado, dado que la construcción del mundo de la película es extraordinario (desde al casting a la mezcla de espiritualidad y tecnología futurista de Wakanda a las canciones de Kendrick Lamar) y en todo caso, lo que se siente más ajeno y accesorio son las escenas de acción, que si bien no son pobres, se sienten como injertadas en la historia para que la película siga siendo un blockbuster PG-13 masivo. No tiene sentido preguntarse por una película que no existe, pero mientras veía Pantera Negra pensaba en la posibilidad de una película que redoble la apuesta de la gravedad y el africanismo y abandone definitivamente la acción y las aventuras. Aún así, Pantera Negra representa un gran paso adelante para el universo Marvel, que aún todavía lejos de presentar películas de autor, está comenzando a encontrar directores capaz de construir una visión del mundo propia tomando sus personajes y universos como base. Hay algo también de cierre de ciclo en esta película, antecedente inmediato a Los Vengadores: Guerra infinita, que promete ser algo así como el ideal platónico del blockbuster contemporáneo. Iron Man, la primera, (y primera película de Marvel Studios) terminaba con Tony Stark revelándose ante el mundo como Iron Man, mientras que Pantera Negra (spoiler alert) tiene una secuencia post-créditos en la que T’Challa decide revelar y compartir la tecnología de Wakanda con el mundo. Hay definitivamente una sensación de comienzo y final, una simetría entre aquella escena del 2008 y este final, que también contiene una sonrisa cálida a cámara. Se acerca un fin de ciclo para Marvel, y Pantera Negra definitivamente anticipada una salida por la puerta grande para estos primeros diez años.
