PERRO BLANCO | NÚMERO 69 | DICIEMBRE / 22

Por Federico Karstulovich

El club de Groucho

Entregados al armado de listas con lo mejor y lo peor del año, como suele suceder en los tórridos diciembres de Argentina, llegó el coletazo de algunas listas previas, que nada tenían que ver con la producción 2022. Por un lado una lista con el canon de las mejores películas de la historia del cine, según la revista Sight and Sound, que correspondiente a su momento de fundación, en cada segundo año del inicio de una nueva década, se propone revisar el canon mundial, que en este 2022 trajo varias sorpresas juntas. Al mismo tiempo, con el ímpetu de la juventud (porque los responsables de la organización de la información fueron los jóvenes integrantes de las revistas La vida útil, Taipei y La tierra quema, jóvenes revistas de cine que amplian el panorama de la crítica local desde hace unos tres años, aunque previamente escribieran en medios que precedían las experiencias actuales) llegó en noviembre el resultado de la encuesta de las mejores películas de la historia del cine argentino. Y ahí también hubo sorpresas. Pero no nos metamos por el costado de los faltantes o de las presencias sin antes hacer un breve excursus.

El canon, como organización, como taxonomía, es una experiencia que tiene bastante más años de existencia de los que podemos contabilizar, pero quizás la experiencia clasificatoria y “ordenadora” la impuso la voluntad racionalista de finales del siglo XVIII y sin lugar a dudas, la sistematización de saberes que el siglo XIX impuso como experiencia cognitiva. Ordenar, en alguna medida, medirse con otros, jerarquizar, era también una forma de dar sentido al caos de un mundo nuevo, en expansión. En este sentido, el canon, como experiencia jerarquizante, siempre tuvo como objeto esta finalidad: ordenar la experiencia y lograr sistematizar un saber que de algún modo pudieran condensar los exponentes supremos de cada disciplina. En ests dirección inevitable, el canon no podía eludir la experiencia estética, por lo que esa clasificatoria también afectó el modo de organizar la percepción del arte. El canon, en definitiva, tiene algo paternal pero también de patronazgo, de establecimiento (antes que imposición) de maneras de ordenar nuestra experiencia sensible frente a una obra de arte.

Si en alguna medida el canon enseña (lo que no quiere decir que tengamos que estar de acuerdo con el mismo), la posibilidad de que el canon pueda discutirse es, precisamente, aquella que lo desacraliza. El canon cinematográfico no debe expresar intereses de época, sino, en todo caso, posibilidades de cambio en el lenguaje. La idea de “evolución” con la que parece tildarse al canon de darwinista, lejos está de ser una flecha que ejecuta un recorrido ascendente, sino, en todo caso, debe expresar la posibilidad de cotejar las invenciones de un lenguaje en donde el futuro puede enseñar y mejorar al pasado asi como el pasado puede seguir enseñando al futuro. Visto y considerando ese espíritu, el canon es necesario siempre, incluso para aburrirnos con él (evidentemente algo indicará la persistencia de algunos exponentes a lo largo de tanto tiempo) o para admirarlo. El problema, en todo caso, pasa por otro lado, costado que abre una puerta difícil de clausurarse.

Canon no es (ni debe serlo) gusto. Canon no puede ser una sumatoria de “experiencias personales”. Canon no puede ser un “termómetro de los intereses de una época determinada”. Y si en efecto podemos confundir ambas cosas con liviandad, entonces el canon comienza a transformarse en instrumento. Acaso un instrumento igual a aquel contra el que buscaban revelarse las vanguardias cuando se horrorizaban de la naftalina del consenso y de la corrección técnica. Habrá que preguntarse si el canon revisado desde el presente suple “corrección técnica” con corrección política. O si superpone ambos creando el peor de los escenarios posibles: estancamiento a la vez que presunción de cambio.

A la luz de los acontecimientos, la encuesta por las mejores 100 películas del cine argentino parece haber experimentado un problema ya sea en la formulación o en las respuestas, que no solo fueron listas sino también fundamentaciones por escrito. Curiosamente, en una gran parte de esas respuestas (me atrevería a decir que la mayoría) las menciones aluden no al canon y su rol de organizador de la evolución del lenguaje (por más decimonónico y aburrido que nos pueda resultar un canon hace eso, sino desestimemos la idea de canon y de mejores para hablar de otra cosa), sino a las “preferidas”, que es una categoría resbalosa en donde lo personal y exclusivamente subjetivo (“me parecen importantes”, “son películas que hablan de cada época”, “son películas que no tuvieron voz” y así) suple, preferencia mediante, la posibilidad de evaluar los hallazgos en el lenguaje. En este sentido sabemos que hablar de estas cosas es una batalla perdida ya que la acusación se impone: “pretender defender al canon como un sistema de jerarquías atrasa un siglo” podrían decirnos. Afortunadamente, en nuestra presunción de reaccionarismo (visto desde afuera, claro), lo que hacemos al defender el canon es, justamente, defender la posibilidad de discutirlo, incluso de presentar un contracanon. Pero no de entregarlo a los intereses de turno y a las excusas personales para que el cine termine siendo lo que menos importe a manos de la corrección, en este caso política.

Otro tanto ha sucedido con las mejores 100 películas según Sight and Sound, donde también primó la corrección política por sobre el canon estético, acaso de manera más flagrante. No, no se trata de un problema de nombres y de si Chantal Akerman es mejor que Hitchcock y Welles (asi como tampoco importaba si Martel es mejor que Hugo Santiago o que Mario Soficci). El problema que desnudan ambos casos es que el sistema de preferencias simula la organización de un canon, como si por un lado se avergonzara de esa categoría a la vez que la necesitara para legitimarse.

En La filosofía en el tocador Sade construía un sistema perfecto, una estrategia de judo, utilizado la fuerza de su adversario (el pensamiento hiperracionalista) para configurar una suerte de instrucción minuciosa para el libertinaje. Pero como todo amoral, Sade disfrazaba el discurso moral del racionalismo para subvertirlo desde el interior del sistema, no para suplirlo. La experiencia de organizar un canon como un sistema de preferencias encubierto (y expuesto a los intereses político-ideológicos de cada época) es justamente la antítesis de ese movimiento subversivo y libertario de Sade. En esa libertad de mirar al canon y cagarse en él, pero no para reemplazarlo, es en donde nos sentimos cómodos. A veces, como exigía Groucho, hay clubes a los que no hay que pertenecer. Máxime si las reglas no son precisas (y no por responsabilidad de los organizadores, aclaremos).

SUMARIO

ESTRENOS SALAS OFICIALES
Juego Perfecto por Marcos Ojea
Hasta los huesos por Mariano Bizzio
Noche sin paz por Luciano Salgado
El libro de los placeres por Gabriel Santiago Suede
#Polémica
Ruido de fondo (a favor) por Sergio Monsalve
Ruido de fondo (en contra) por Amilcar Boetto
Avatar: El camino del agua por Federico Karstulovich y Rodrigo Martín Seijas
Legítima defensa por Ludmila Ferreri

ESTRENOS INDEPENDIENTES: SALAS & PLATAFORMAS
Herbaria por Gabriel Santiago Suede
Los inoportunos por Mariano Bizzio

ESTRENOS EN PLATAFORMAS & V.O.D.
Sr. por Pedro Gomes Reis
Matrimillas por Mariano Bizzio
Glass Onion por Rodrigo Martín Seijas
Matilda: el musical por Santiago González
Abbey Road: Si las paredes cantasen por Raúl Ortiz Mory

DIARIO CINÉFILO
Tres cortos sobre la mirada por Amilcar Boetto
El mundial como cine por Federico Karstulovich

ENCUESTA ANUAL
Lo mejor y lo peor de 2022 según Perro Blanco por AA.VV.

Participaron en este número:
Mariano Bizzio
Amilcar Boetto
Tomás Carretto
Ludmila Ferreri
Pedro Gomes Reis
Santiago González
Federico Karstulovich
Sergio Monsalve
Marcos Ojea
Raúl Ortiz Mory
Marcos Rodríguez
Luciano Salgado
Rodrigo Martín Seijas
Gabriel S. Suede

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