Pinocho

Por Ludmila Ferreri

Guillermo del Toro’s Pinocchio
EE.UU., 2022, 117′
Dirigida por Guillermo del Toro & Mark Gustafson
Con voces de Ewan McGregor, David Bradley, Gregory Mann, Finn Wolfhard, Cate Blanchett , John Turturro, Ron Perlman, Tim Blake Nelson, Burn Gorman, Christoph Waltz, Tilda Swinton

El presente imposible

Entre Tim Burton, Henry Selick, Guillermo Del Toro, John Lasseter, Robert Zemeckis y Steven Spielberg hay una inmensidad de puntos de contacto, a la vez que una inmensidad de diferencias, de distancias irreconciliables entre miradas que, si bien pueden parecer verdaderos cruces de caminos, en el fondo se comportan como paralelas que, en todo caso, avanzan muy cerca, pero que claramente no llegan al mismo final de recorrido. Ahí donde Spielberg precisa de la mirada como organizadora cognitiva de la experiencia vista desde los ojos de la infancia que se va perdiendo, en Burton hay una tendencia a eternizar y celebrar ese gesto infantil (a tal punto que lo que en Spielberg es un recorrido, en Burton es un hogar) y asumir una identidad en esa decisión. Del mismo modo, en Zemeckis (el mejor y más inspirado) la cosmovisión infantil es un lugar de reparo al cual volver para definir duelos o traumas no resueltos. Para Selick, en cambio, no hay un mundo infantil y uno adulto, sino uno “adulto”, pueril e infantlizador y otro infantil, pero cargado de dolor y angustia, con el que hay que lidiar. que perfila su mirada infantilizadora para que no podamos crecer y aceptar algunas cosas conforme una mirada infantil, y por lo tanto, poseedora del don del crecimiento. En el mejor Lasseter, el mundo infantil lo que vemos asociado a los niños es meramente una sucesión iconográfica, porque en el fondo las narrativas del primer tiempo de Pixar siempre fundaron una idea: el tiempo pasa y perdemos nuestros amores, nuestra infancia y nuestros afectos. Por eso se trata de un cine celebratorio del aquí y ahora. La pregunta de rigor, frente al estreno de Pinocho, es la siguiente: dónde queda parado Guillermo Del Toro y su obra que toca a todos y cada uno de estos directores con mayor o menor suerte?

Pinocho juega un juego audiovisual deslumbrante y eso puede confundirnos fácilmente, como si no importara el resto, como si la parafernalia audiovisual nos hiciera pasar por alto buena parte de las decisiones más redundantes que ya existían en la obra del director mexicano, pero que desde La forma del agua terminaron por instalarse con la fuerza arrolladora de la canonización de una serie de tópicos, de una sensibilidad y de una mirada convenientemente instalada en el centro de la discursividad presente, donde lo freak (que supo darle de comer a Burton hasta que empezò a autoparodiarse con esa obsesión) lejos de aportar revulsividad, resistencia a lo establecido o cuando menos un imaginario subversivo, no hizo otra cosa que dejar todo el territorio sembrado para que la corrección política organice la ciudad de los nuevos relatos. Gentrificación discursiva que le dicen.

La cuestión es que Pinocho pareciera tironeada entre una historia que originalmente era capaz de ganar en función de su polisemia (no nos instalaba necesariamente en un tiempo-espacio muy definido), un imaginario audiovisual apabullante (que recuerda-rememora-cita a los grandes maestros del stop motion a partir de un hojaldre de citas que es ocioso reconstruir pero que es conmovedor reconocer)…y una mirada presente en la que Del Toro precisa recordarnos todos y cada uno de los lugares comunes sobre los desposeídos del mundo. El problema, claro, es que, para que podamos creer esto, necesita que creamos en el contrato espacio-temporal que nos propone, situándonos en la Italia fascista de la segunda guerra (así como en La forma del agua la elección era el contexto de la guerra fría), con todas y cada una de las representaciones llevadas al máximo de su estereotipo, como si también fuera un poco consciente de que el cuento de hadas que se propone contar también solo puede leerse en la clave hiperbólica y de fábula y no en la clase sociopolítica que si estaba presente en la mencionada película de 2017.

Cuando recorremos Pinocho (amén de sus problemas como musical, que nunca termina de cuajar, amén de sus lugares comunes políticamente correctos, amén de cierto sentimentalismo) resulta muy difícil, no obstante, no caer en las garras del cuento moral del tiempo. Por eso Del Toro sabe que, en el final, solo la sensibilidad frente al dolor es la que reordena la película toda, ya que por momentos se desborda en su hiperbólica narratividad. Cuando todo termina, las lágrimas arrasan (porque es muy difícil no llorar océanos con ese final). El problema es que luego nos preguntamos si no hemos sido usados, nuevamente, para estampar una figurita repetida más en el álbum de sufrimientos aceptables y progresistas. Porque no hay nada más tranquilizador que las fábulas del pasado como pesadilla (ya que revelan un presente, por contraste, esperanzador). El presente vuelto, otra vez, un lugar aséptico.

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