#Polémica: La Ballena

Por Pedro Gomes Reis

The Whale
EE.UU., 2022, 117′
Dirigida por Darren Aronofsky
Con Brendan Fraser, Sadie Sink, Hong Chau, Ty Simpkins, Samantha Morton, Sathya Sridharan, Jacey Sink

En contra

“Ha sucedido un milagro”

Se sabe: Darren Aronofsky es uno de esos directores obsesionados en someter a sus personajes a la más indistinta variedad de vejámenes. Pero lo hace, podríamos decir, como un torturador elegante, porque las cámaras de tortura en las que dispone a sus personajes son siempre espacios en los que el sufrimiento no llega gratis, sino que sobreviene con el aleccionamiento. El problema es que Darren, que ya no es ningún joven (ni ninguna promesa) oscila entre la literalidad de la representación religiosa y la secularización como quien cambia de par de zapatillas Como si Aronofsky se hubiera planteado el desafío de narrar una y otra vez la misma historia, con La Ballena vuelve a la matriz habitual: narrar un martirio en clave crística (porque casi todos los personajes de su obra son mártires de alguna u otra forma, lo que cambia, apenas, es la presentación, el molde del flan. Pero el flan queda.

La Ballena irrita más cuando se pone trascendente, cuando se cree importante, cuando se pone por encima de sus personajes (algo casi imposible en el cine de DA, exceptuando la luminosa El Luchador, una de las pocas con personajes desplegándose en un marco de posibilidades y cierta libertad) que cuando exhibe el tabú que la generación de cristal no quiere tocar: el de la agresión al cuerpo mediante la comida. Ante ese horror se menciona la gordofobia como ganzúa para no discutir la salud mental ni la física argumentando el derecho a hacer(se) sobre el cuerpo lo que plazca (incluso el mismísimo deseo de muerte). En unos años hablaremos de suicido-fobia cuando critiquemos la liviandad del suicidio y su tratamiento en las películas bajo la excusa de las libertades individuales? (no, esto no es Mar Adentro, aclaremos). La realidad es que la única fobia que deja expuesta La Ballena es a la raza humana, ya que, exceptuando el insoportable buenismo del protagonista, casi nadie se salva y todos, de alguna manera acechan con alguna bajeza. El problema es que Aronofsky no habilita un camino para que los personajes puedan lidiar con sus contradicciones, sino que los encamina a territorios de purga teatral (si, la película es teatro filmado hecho y derecho). Y a llorar a la iglesia.

La Ballena es una película horrible no por el freak-morbo show que dispone ante nuestros ojos con las comilonas del protagonista intentando suicidarse en ralenti, sino porque en su perversión dispone un cuadro de situación sin escape en donde todos sufren, en donde no existe la menor posibilidad de disfrute, de felicidad o de goce de algún orden. En este sentido, desde hace buen rato, Aronofsky abandonó a sus criaturas a un purgatorio de padecimientos constantes. Pero el problema no es el sufrimiento per sé, sino que es un padecimiento que viene con la carga del aprendizaje, que además se nos verbaliza cada vez que sea necesario, osea cada cinco minutos.

Hacia el final, un rapto de libertad parece llegar y los personajes no tienen nada que esconder. La enseñanza no es bíblica, no es religiosa (DA piensa que nos va a comprar con el anticlericalismo de su protagonista), pero es enseñanza al fin. Cuando ya nada queda por aprender y la vida puede proseguir sin salvación ni caída, sino continuidad del sufrimiento pero ya sin el peso de deberle nada a nadie, la película opta por el recurso más canalla, justamente porque no se apiada del personaje acompañándolo en el padecimiento a la vez que en los pequeños placeres (aquí la comida, el sexo, los afectos cotidianos son la antítesis del placer), sino que lo exonera rompiendo con la secularización. De pronto, ruptura de código mediante, estamos ante un santo. Podemos ver la luz. Ha sucedido un milagro ante nuestros ojos. Pero ni esa fantasía (o posibilidad, de haber planteado las reglas del juego debidamente) le es permitida a su protagonista. El dios menor apaga las luces. La tortura nos queda a nosotros.

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