#Polémica: La Sirenita

Por Sergio Monsalve

The Little Mermaid
EE.UU., 2023, 135′
Dirigida por Rob Marshall
Con Halle Bailey, Jonah Hauer-King, Daveed Diggs, Awkwafina, Jacob Tremblay, Noma Dumezweni, Art Malik, Javier Bardem y Melissa McCarthy.

A favor

La ucronía del buen salvaje

Nos sumergirnos en el estreno de La Sirenita con el escepticismo natural del crítico ante dos fases problemáticas del Disney del milenio: la tendencia de adaptar los clásicos animados con actores de carne y hueso, por un lado, y la pragmática absorción de la agenda woke, para complacer a la audiencia demográfica del estudio. No obstante, ambos criterios han sido resistidos por la crítica y el público, por diferentes motivos. 

Los live action despiertan recelo por la reiteración temática, la revisión políticamente correcta de los guiones, y el resultado dispar de las películas, entre una versión de El Libro de la Selva que despierta consenso y una versión de Peter Pan y Wendy que parte en dos al fandom. 

En ese contexto el visionado de La Sirenita se inserta en las aguas tormentosas de la polarización del siglo. Un mercadeo del shock que aguijonea el Ratón Mickey, buscando pescar en río revuelto. 

Nada como una controversia para publicitar un producto que reclama la atención de las masas. 

Así as cosas debo decir y reconocer que La Sirenita nos ha gustado a la mayoría de los colegas en el lanzamiento internacional del filme/ En particular debido a cuatro factores: la capacidad de la actriz de convencer y conmover con su canto, el esmerado trabajo de dirección de Rob Marshall, la performance sarcástica de Mellissa McCarthy como una genuina reencarnación drag de Divine, y la nueva profundidad que toma un personaje como el de Eric, de poco espesor dramático en la versión de 1989. 

Cumplo con advertir que menos unanimidad va a generar la transición del mundo marino al contexto caribeño del segundo acto, donde el ritmo decae, a merced de forzamientos inclusivos e incoherencias con el entorno colonial, elaboradas con el propósito de no ofender al personal centennial

Al respecto, les recomiendo la lectura del ensayo de Celestino Deleyto sobre la película de 1989, en su libro esencial, “De ángeles y demonios”. Nos permite aclarar y comprender que ya antes Disney arrastra con los mea culpas de la conquista, con su manía de edulcorar el pasado, para impulsar una pedagogía del maquillaje histórico, sin asidero en la realidad, ni de la civilización, ni de la literatura universal. 

Recordar que la adaptación de 1989, hoy considerada canónica, se permitía alterar y traicionar el espíritu del cuento original, inspirado en leyendas y mitologías nórdicas, de modo que el objetivo dramático de la protagonista era conseguir un alma, en lugar de echarse al agua con un príncipe azul, a efecto de independizarse de un padre castrador. 

La de finales de los ochenta, propone una recreación afirmativa de la llamada tercera mujer, de un girl power que Hollywood iba a consagrar, al modo de Thelma y Louise, con miras a instrumentar un nicho de la demanda. 

La compañía del Pato Donald atravesaba entonces una severa crisis desde la muerte de su fundador en 1966, salvando su operación comercial, gracias a los parques temáticos. Pero las películas no dan dinero y tampoco ganan premios de la academia. 

La racha negativa cambia con la administración del team de Michael Eisner y Jeffrey Katzenberg, quienes sientan las bases del Disney del futuro, amén de la bomba de taquilla y crítica de La Sirenita (1989), un largometraje que conciben como un musical de Broadway, que moderniza el viejo catálogo de tropos de la empresa, dando la ilusión de un giro de 180 grados, cuando en efecto se cae en los mismos lugares comunes de los contenidos potables, conservadores y familiares del emporio. 

Así, La Sirenita animada renuncia al pesimismo existencial del relato de Andersen, para abrazar un credo tradicional de happy ending, bajo la tutela de un padre que entrega a la hija al candidato del dote y el interés romántico, después de una escena de represión edípica. 

Aquel patrón clásico apenas sufre modificaciones en La Sirenita versión 2023, muy a pesar de su socorrida actualización, que lo es de superficie en la selección de un casting diverso. 

Pero el fondo del mar, nos trae una moraleja remozada con CGI, sirenas multiculturales, reconciliación de especies y un diseño camp de una isla afrocaribeña, más propia de un video clip de J. Balvin, de un pabellón de Epcot Center, que de una Puerto Rico o una Dominicana, en la que para la época, existía esclavismo y escasa mezcla racial.

Esta versión live action va contra la historia, en una ucronía que no es la de un Tarantino iconoclasta, sino la de una educación marcada por el proteccionismo de los últimos tiempos, una suerte de código parental que amenaza con cancelar o suavizar el origen traumático de lo que somos.

Por lo demás, asumido el subtexto del paquete, quedará de parte de cada quien juzgarlo y evaluarlo. Considero que tendrá largo recorrido en la temporada de premios, por las razones antes esgrimidas. 

Personalmente he de confesar que La Sirenita 2023 me ha dejado mudo, como Ariel, venciendo mi escepticismo, suponiendo una revelación. Siento que ella logra lo que una aspirante a American Idol, al demostrar con su arte que su participación se justifica. 

Ahí creo que se cifra la batalla de la actriz, la apuesta riesgosa de la Disney, por rescatarse a si mismo, como en 1989. Veremos si la historia se repite como relato de ha nacido una nueva estrella, a la altura de la Adriana de Bose de West Side Story (2022). Dos musicales hermanados en su cruzada americana por hacerle frente a la guerra de Putin, replanteando sus problemas domésticos, para todo el mundo. 

Porque no olvidemos que el “agendismo” y los estudios culturales, así como de género, pasaron de las Universidades a las películas en los primeros años de la corrección política, por allá por los ochenta. Luego vendrían Forrest Gump, La Sirenita y Pocahontas, a explotarlos como paradigma del buen salvaje. 

Es el poder Thanos del que todavía goza Disney: encapsular nuestras emociones y ansiedades en eventos planetarios, lo cual conlleva un alto precio.

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