#Polémica: Madres Paralelas – En contra

Por Gabriel Santiago Suede

España, 2021, 123′
Dirigida por Pedro Almodóvar
Con Penélope Cruz, Milena Smit, Israel Elejalde, Aitana Sánchez-Gijón, Rossy de Palma, Julieta Serrano, Adelfa Calvo, Ainhoa Santamaría, Daniela Santiago, Julio Manrique, Inma Ochoa, Trinidad Iglesias, Carmen Flores, Arantxa Aranguren, José Javier Domínguez, Chema Adeva, Ana Peleteiro

Una Masterclass en un jardín de infantes

Desde hace rato algo que supo ser duda se me ha revelado como convicción: Almodovar no filma para nadie más que para si mismo. Ojo, con esto no pretendo someter al director a alguna clase de condena, ya que son muchos (y muy extensos los casos: de Woody Allen a Tarantino, de Tarkovski a Fellini) los ejemplos de obras que a partir de un determinado momento inician una suerte de periplo narcisista sin retorno. Asi las cosas esas obras no abandonan al espectador, sino que an alguna medida se abren ante él entregando algo que podríamos llagar la integridad de un mundo privado, como si el espectador fuera invitado a un parque de diversiones temático en el que fuera capaz de dar toda la vuelta por los juegos una y mil veces sin cansarse. Esas obras, aún en la endogamia, no dejan de ser enormemente disfrutables, precisamente porque nos incluyen, porque no nos expulsan. De la misma forma hay cines exógenos, que todo el tiempo miran para afuera, que precisan cambiar, mutar y no estancarse y en alguna medida son estimulantes por su confianza en el futuro pero también pueden ser agobianytes porque nunca nos presentan un descanso, un remanso en el cual poder sentarnos y deleitarnos con el universo personal que estamos viendo.

Todo esto viene al caso de algo que ya me venía pasando con el Almodovar de Dolor y gloria pero que se profundizó notablemente con el estreno (un poco tardío) en cines de Madres Paralelas. En esta película, como en aquella otra, que funcionaba como una especie de 8 1/2 personal del director manchego, la autoconciencia está presente, los temas caracterítsicos también, el modo de abnordar un género como el melodrama también. Pero también hay un desplazamiento hacia afuera del mundo interior, como si Almodovar nos estuviera diciendo todo el tiempo “Recuerdan que les hablé durante muchos años del cine, de los géneros y actores/actrices que amo? Bueno, yo también tengo una opinión sobre el mundo y sus problemas, sobre la historia reciente y mucho más. Os invito a escucharme en mi Masterclass”.

Allá por finales de los 90s Almodovar comenzó con esta tendencia que casi siempre fue oscilante en su cine: la necesidad de sentar opinión sobre el mundo, pero no gracias a sus personajes y a las hostorias narradas, sino gracias a la necesidad de injertar directa o indirectamente una suerte de constante necesidad de statements (con mayor o menor elegancia). Al finalizar Carne trémula (1997), Almodovar buscaba convencernos de que el milagro económico de la socialdemocracia española había logrado dejar atrás al franquismo. Y que no había que olvidarse de lo logrado (acaso como respuesta al triunfo del conservadurismo filo franquista que había supuesto el triunfo de Aznar en las elecciones presidenciales de 1996) porque los monstruos estaban de vuelta y la historia era un ciclo. De la misma manera, con Madres Paralelas Almodovar vuelve a encender la alarma (ahora el enemigo se llama Vox: ya no es el PP de Aznar, ni de Rajoy ni las agachadas del PSOE de Felipe Gonzalez a Rodriguez Zapatero) y precisa conectar un melodrama hecho y derecho de hijos intercambiados y muertes cruzadas con otro paralelismo de búsquedas que nos llevan a madres hippies ausentes y drogonas y una abuela presente en busca de justicia reclamando la aparición de los cuerpos asesinados por el franquismo y arrojados a fosas comunes sin rostro ni identidad.

Intentaré explicarme: nadie, pero nadie está diciendo que Almodovar no pueda contar la historia que se le venga en gusto. Nadie está diciendo que niegue la historia pasada o presente. En todo caso lo que nos preguntamos quienes admiramos muchas de sus películas es por qué tiene que utilizar a su propios personajes, a sus propias historias y a un género al que ha brindado enormes aporte (como el melodrama) para traernos de las narices y darnos una masterclass sobre el compromiso político de su persona. Es como si, en alguna medida, su cine se hubiera ido vaciando de sofisticación, entregado a los lugares comunes biempensantes a los que invariablemente debe integrar a como dé lugar. En este caso, la historia de la búsqueda, de las fosas comunes y de los paralelismos cruzados no solo es ajena a la narrativa principal, sino que todo el tiempo funciona como una disonancia ante la que la película íntegra termina por entregarse en la última media hora.

Quizás la tontería snob de la pertenencia al club de la preocupación por las causas justas que demuestre todo esto de manera más clara sea la escena en la que mientras las protagonistas cocinan vemos que una de ellas porta la ya célebre remera que reza “Todos deberíamos ser feministas”, como si de paso no necesitara algún otro gesto de expresa demagogia.

Como si fuera un acto invertido, Almodovar no nos invita a subirnos al escenario, sino que baja “para estar a nuestra altura y mostrarles que pensamos igual”. Pero ahí donde pensamos que nos está elogiando, el bueno de Pedro se ha entregado al más liso y llano de los insultos para quienes lo admiramos durante años y no necesitábamos que nos indiquen cómo pensar, como si se tratara de una master class en un jardín de infantes

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