#Polémica: The Mandalorian – Tercera temporada

Por Ariel Esteban Ramos

The Mandalorian S03
EE.UU., 2020, 8 episodios de 36′
Creada por Jon Favreau 
Con Pedro Pascal, Gina Carano, Giancarlo Esposito, Sasha Banks, Carl Weathers, Timothy Olyphant, Horatio Sanz, Omid Abtahi, Mark Kubr, Barry Hanley, Michael Biehn, Rosario Dawson, Temuera Morrison, Katee Sackhoff, Bill Burr

Ni muy a favor ni muy en contra

Adiós a los héroes

Seleccionemos caprichosamente dos tipos contrapuestos de finales. Si a los dos tercios de una tragedia griega nadie sabe de dónde va a brotar la sangre, hay un problema. ¿Será por eso que sobreviven enteras sólo las canónicas? Edipo Rey, la madre de todas las tortillas narrativas que se dan vuelta, está llena de letreros luminosos que anuncian dónde terminará todo. La gracia es que la máquina del destino, de la justicia, no puede detenerse, y el pobre tipo es el último en enterarse: era tu vieja. Nada más lejos de un final sorpresa. En la otra esquina del ring, “Los sospechosos de siempre”, esa película que no puede verse dos veces, uno de los posibles arquetipos de la especie contraria. Un amigo recuerda que cuando estaba saliendo del cine, alguien les gritó a todos los que hacían fila: “el asesino es el rengo”. Previsible o no, el final pone en fila todos los patitos de la narración. Pone el punto final a todas nuestras hipótesis sobre lo que estábamos viendo hasta hace un minuto. 

Tomemos ahora esta última temporada de The Mandalorian. Pero no, es mucho, tomemos el último plano, que perfectamente se podría llamar “A little house on Navarro”. En la vasta pradera utópica gobernada por el intendente Apollo Creed (el country New Navarro que hasta hace dos temporadas era un Far West Conurbano, sí) hay una pequeña casa con un porche. Por las tardes, allí se sienta un enmascarado con una armadura hecha de un metal impenetrable a mirar (a través de las rendijas del casco) la puesta de los dos soles. Mientras tanto, su hijo alienígena adoptivo, que lo supera en edad cronológica, juega en el jardín haciendo de las suyas. No es el estatismo del happy ending lo que me incomoda, o el agotamiento de toda intriga, tan similar al cierre por liquidación y remate de un negocio. Es caer en cuenta de que, desde el principio, Disney nos ha tratado como a niños encariñados con el muñequito verde y no lo vimos venir. 

¿Es un adiós a los héroes? Ni. Si bien estamos a millas del autosacrificio que campea tibiamente por Episodio IX y que tiene su cumbre en Rogue One (más cerca por momentos de Apocalypse Now), tenemos todavía momentos de redención y grandeza con la escena Rambo de Paz Vizsla. ¿Y es un adiós a los villanos? Sí por lo menos a Moff Gideon, con un actor que daba para tanto más, a menos que nos sigan engañando como a niños. Ni un clon sobrevivió, lo que provocó, con la rabieta del Moff original (momento Gus Fring), el clásico momento Doofenshmirtz en donde el villano revela todo su plan. ¿Acaso una pista falsa para volver en una próxima temporada tras un cierre sin cliffhangers? A la luz del anudamiento de todos los hilos pendientes y sobre todo de la escena final, tan Ingalls que a John Williams le dolería escribir la música, diría que no.

¿Vale la pena sobreanalizar al personaje de Bo Katan a la luz de la agenda inclusiva e igualitaria de Disney? Sólo mencionaría un punto: al igualarla a los contendientes masculinos en la lucha por el liderazgo, parecer reafirmar por un lado que habiendo tecnología a disposición (armas o lavarropas), las diferencias de género son sólo construcciones culturales, pero (y es un pero grande para una agenda inclusiva) también que el camino es la competencia en el marco de un código ético compartido. 

En todas las temporadas hemos tenido un paréntesis. Ese fue el caso del episodio de las máquinas rebeldes, en una ciudad con una estética lumínica y nocturna sacada (digámoslo)… robada del universo Blade Runner. No es el único manoteo grosero de la serie, pero las conclusiones de ese capítulo sí son novedosas por su simplificación extrema y por su optimismo imposible, casi utópico. Las máquinas están OK; son siempre los humanos, estúpido. A la luz de los últimos (¿urgentes?) debates sobre la inteligencia artificial (debates en los cuales las personas de a pie no tenemos la posibilidad de tener una opinión informada), la confianza renovada en el universo pantecnológico resulta pueril. Nuevamente, somos niños. Los niños necesitan seguridad.

Al extremo… quizá se lo preguntaría Nietzsche: ¿Le hace bien a nuestro carácter ver estas cosas? Maldito y sensual muñequito verde.

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