Adiós entusiasmo
Argentina-Colombia, 2017, 79′
Dirección: Vladimir Durán
Con Camilo Castiglione, Laila Maltz, Mariel Fernández, Martina Juncadella, Verónica Llinás
El clan
Por Fernando E. Juan Lima
La película ganadora del premio mayor de la sección Vanguardia y género en el último BAFICI pasó previamente por la sección Forum de la Berlinale. Desde entonces no deja de sorprenderme la falta de entusiasmo por parte de la crítica (¿le hará honor al título del film?) que no le ha prestado debida atención a esta obra personal e intrigante. Por alguna razón que se me escapa, esta es una de las películas que, tras conocerse el palmarés, desata esa especie de culpa/ansiedad, ¿cómo? ¿nadie la vio? ¿al final estaba buena?
Sí. Estaba. Habrá que esperar al estreno comercial para ver si se reconoce adecuadamente a este particular drama psicológico familiar. Leo nuevamente los tres últimos términos y me doy cuenta de la confusión que pueden generar. Acostumbrados como estamos al avance del más ramplón psicologismo, no podemos evitar que se nos aparezca la imagen cada vez más inexplicablemente omnipresente de Gabriel Rolón.
No. Nada más ajeno y lejano es lo que propone la deriva narrativa de Vladimir Durán, colombiano que estudió cine en Argentina. Esta última circunstancia y el hecho de que la acción transcurra en Buenos Aires no contaminan de psicologismo una trama en la que, sin embargo, la dinámica familiar, el juego de amor y poder ínsito en las relaciones, es la esencia de la búsqueda.
Axel (Camilo Castiglione), es un niño especial, tiene doce curiosos años pero sus intereses tienen que ver con la escultura, los mapas y la materia negra. Vive con su madre Margarita y sus tres hermanas, Antonia (Mariel Fernández), Alejandra (Martina Juncadella) y Alicia (Laila Maltz, genial actriz a la que no podemos olvidar en Kékszakállú, de Gastón Solnicki). La madre, Margarita, permanece encerrada en su cuarto y la familia interactúa con ella a través de la puerta cerrada de su habitación o por la ventana que comunica aquel ambiente con un baño. ¿Por qué se da esta última extraña circunstancia? Nunca terminaremos de saberlo. Pero ese encierro, que extiende su claustrofobia a toda la trama, no impide que determinados patrones de conducta y de relación respeten (o no) ciertos parámetros más o menos arquetípicos de las relaciones familiares.
Los personajes van apareciendo en la pantalla, extendida horizontalmente en un formato súper-panorámico que resulta perfectamente funcional a lo que se narra. En esta imagen apaisada los primeros planos no pueden abarcar los rostros completos, y eso no tiene que ver tanto con el encierro como con un universo cerrado. En ese universo todo parece normal, la relación entre los hermanos combina amores y odios, momentos de paz y pequeñas rencillas, el interés por lo físico, lo banal, el descubrimiento del sexo, del amor. También hay algunas visitas de familiares y amigos (genial el personaje del colombiano persistente al que nadie parece darle demasiada bola), se canta una canción en portugués, se proyecta una película. El acento está en la observación de costumbres y en la reconstrucción de coreografías familiares, sin abundar en explicaciones o intentar una disección de la psicología individual o grupal de los protagonistas. Tanto el guión como el encuadre formal nos permiten bucear en este mundo, acercando la lupa a aquello que se refleja pero sin imponer un sentido. Una experiencia (también) sensorial en la que se respeta al espectador activo, abierto, curioso. Una obra que cariñosamente sigue pensando que todos somos raros, extraños, freaks, si se nos mira a una distancia suficientemente cercana. Una película que confía en que sigue existiendo una cinefilia que, compartiendo el espíritu de Axel, su protagonista, sabrá descubrir y disfrutar esta impar opera prima.
