#PostBafici 2021 – Monty and the street party

Por Gabriel Santiago Suede

Mugge & vejfesten
Dinamarca, 2019, 80′
Dirigida por Anders Morgenthaler & Mikael Wulff
Con Martin Brygmann, Jan Gintberg, Lars Hjortshøj, Nicolaj Kopernikus, Anders Morgenthaler, Jens Jacob Tychsen, Mikael Wulff, Mick Øgendahl

Normal people

En In The Basement (Ulrich Seidl, 2014), su director cambia el eje habitualmente dramático de su mirada mordaz contra la sociedad austríaca. Pero no por eso abandona la capacidad de observación crítica. Sencillamente Seidl había agotado un mecanismo y había descubierto otro. La novedad de aquella película era la de desplazar el ojo levemente para que aquello que en cualquier otra circunstancia pudiera haber resultado terrible en este caso se revele como hilarante. Porque en definitiva los hechos eran los mismos, pero la capacidad de apropiárselos con la cámara era el movimiento que sentenciaba la gran diferencia del caso. Podemos decir que eso que observaba el director austríaco está tan lejos de la experiencia danesa? No, a decir verdad, no.

Monty and the street party, con su pátina aparente de película para niños, adopta, en efecto, una estrategia no muy distinta a la de Seidl. La gran diferencia es que nos establece de lleno y de movida en un código delirante que la película austríaca jamás podía permitirse. Porque si lo pensamos, en alguna medida, lo que narran Anders Morgenthaler y Mikael Wulff no es otra cosa que una suerte de psiquiátrico a cielo abierto, en donde eso que las sociedades desarrolladas esconden aquí se expone con una naturalidad pasmosa: artistas millonarios y psicóticos, espionaje (voyeurismo naturalizado) de vecinos, nudismo frente a niños, enfermedades de distinta clase, alcoholismo y varias otras miserias que la película no esconde, precisamente porque no juzga a sus personajes ni considera que haya nada que esconder. En este punto eso que suele quedar bajo la alfombra y espanta a las sociedades nórdicas del estado de bienestar en pleno funcionamiento, en Monty and the street party se ofrece como la cara reversible: el sótano queda expuesto a cielo abierto.

La animación colorinche de Monty and the street party puede parecer, a primera vista, la perfecta inversión de cualquier pretensión crítica. Pero es justamente su sencillez, su trazo elemental, su gusto por el color y la luz lo que la vuelve más perturbadora y lo que nos obliga a pensar dos veces si estamos verdaderamente ante una película para niños (acaso porque se concentra en la mirada de un niño que busca desesperadamente revincular a sus padres hippies separados) o si en el fondo no se trata de esas inversiones que llevan a cabo los cuentos oscuros dedicados a los niños (que son la contracara de los cuentos pueriles dedicados a los adultos). Por eso, en cierta forma, detrás de su mirada delirante, de sus personajes maniáticos, lo que expone la película es bastante más perturbador en tanto celebra la locura de sus personajes como si se tratara de la cosa más normal del mundo.

Pero la gente normal no existe. Nada puede darnos más miedo que la normalidad. Por eso Monty and the street party revela la cara amorosa de los que ya no necesitan esconderse entre cuatro paredes y bajo un techo.

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