#PostBafici2021 – Self-portrait 2020

Por Marcos Rodríguez

Corea del Sur, 2020, 168′
Dirigida por Lee Dong-Woo
Con intervenciones de Lee Dong-Woo, Lee Sang-yeol

Ahogados

El título es engañoso: Autorretrato 2020 no es un autorretrato en ningún sentido, ni literal ni metafórico. Como todo en este documental punk de casi tres horas, el título resulta a la vez justificado y excesivo: hay una explicación, hay un argumento, pero también hay un desborde, como si Lee Dong-woo quisiera entregarle su película (entregarse) a su amigo Lee Sang-yeol, un loco, un borracho, un criminal, un filósofo de la calle, un director de cine. Podría hablarse, si uno quisiera ser correcto (¿y para qué querría eso?) de un retrato: el joven Lee Dong-woo (un documentalista independiente) se dedicó a registrar los encuentros esporádicos que mantuvo a lo largo de unos tres años con Lee Sang-yeol, un borracho que le pidió unos mangos un día en la calle y que resultó ser un tipo muy carismático y un director de cine que llegó a participar del Festival de Venecia, cayó en desgracia en diferentes frentes y desde entonces viene tejiendo (al parecer) planes borrachos de filmar una segunda película, que ya no está en condiciones de concretar. La idea de retrato, sin embargo, es insuficiente.

Autorretrato 2020 empieza con unas imágenes verdes, de un digital no muy bueno, de otra época, sobre las que se imprime una dedicatoria a Bresson. Se trata, en realidad, del comienzo (¿o final?, no me queda del todo claro) de Autorretrato 2000, el cortometraje que filmó Lee Sang-yeol cuando decidió jugarse todo por el arte, y en el que retrata la caída (¿la suya?) de un hombre que está a punto de perderlo todo por el alcohol y las apuestas. El cortometraje se ve en diferentes momentos a lo largo del documental, a través de fragmentos de lo que debe ser la única copia que pudo rescatar Lee Sang-yeol. Hay, también, registros del detrás de cámara de la filmación del corto y hasta algunas imágenes de cuando el director fue a Venecia y a Francia a acompañar su obra en festivales. Todos esos fragmentos, que no se explican, aparecen en contraste con lo que compone la mayor parte del metraje de esta película: un registro digital desprolijo, casero, turbio, del más estricto presente: sin un plan, sin preciosismo o cálculo, casi sin encuadrar y pateando las calles de Seúl (buena parte, durante la noche), Lee Dong-woo se dedica a apuntarle la cámara a su amigo (que pasa por diferentes grados de ebriedad) y, junto con él, toda una trama de hombres y mujeres que viven en cajas de cartón, puertas de templos, esquinas, plazas. El Director Lee (como lo llaman) se encuentra ahora en una situación un poco mejor: gracias a una ayuda que empezó a recibir del Estado, puede pagar el alquiler de un departamento y se lo muestra orgulloso a su joven amigo (con el cual no se contacta durante meses, hasta que de pronto lo llama un día a las 4 de la mañana), junto con un guardarropas enorme de ropa usada y con estilo, con la que se dedica a vestirse con detallismo y capa sobre capa de gorras y sombreros. El Director Lee es pura vitalidad, hasta que se convierte en pura melancolía. Verborragia sobre dos piernas hasta que se cruza y busca pelea. Lee Dong-woo lo filma, le entrega su cámara, le entrega su tiempo y (sobre todo) el nuestro con esta película que deambula por Seúl, deambula por las palabras de Sang-yeol, que construye futuras películas imposibles, cita autores, escucha Rachmaninoff, se desvive en consideraciones sobre el arte, habla del alcohol, de la calle, de su pasado, de sus deseos.

Lee Dong-woo apenas interviene para puntuar algunos datos. El resto es puro fluir de Sang-yeol, más brusco o más expansivo, más vital o más perdido, con palabras más coherentes o menos. Como poeta maldito, Sang-yeol atraviesa la noche y manguea donde puede unos pesos para comprar una botella más o un plato de fideos. La lógica capitalista/racionalista que lo rodea no le interesa lo más mínimo: esa lógica de la policía que lo persigue, la que le exige pagar por los platos de comida en un restaurante, todo el andamiaje de responsabilidades y deberes que sostiene una sociedad. Eso no le importa. O no le interesa. O ya no sabe cómo manejarlo. En un momento, después de haber tenido un nuevo cruce con los dueños de un lugar de comida y con la policía, Lee Dong-woo le pregunta si de vuelta fue a comprar comida/chupe y se fue sin pagar. Sang-yeol le responde que sí. ¿Por qué te metiste en un restaurante si sabías que no podías pagar? Porque tenía hambre. Una y otra vez vemos al Director Lee caminando por el medio de avenidas, de lo más tranquilo, entre autos que pasan ligero y que apenas lo esquivan: no hay miedo, no hay violencia en su forma de actuar, tampoco hay un mínimo de preocupación por la auto-preservación. Sang-yeol, a pesar de todos los planes que traza, a pesar de sus ambiciones filosóficas, es un hombre entregado. Pero Lee Dong-woo nunca lo mira con conmiseración, con pena, siquiera con distancia. Incluso cuando se equivoca, el Director Lee siempre tiene razón. Su espíritu impregna cada instante de estos 168 minutos de cine incómodo y mugroso, hasta cuando desparece por buena parte del último tercio de la película, y no sabemos si lo arrestaron, se murió, se mudó, está escondido o se reformó y dejó de chupar. Autorretrato 2020 no es un retrato porque no mira desde otro lugar, no busca crear una imagen, explicar, transmitir. Más que un retrato, Autorretrato 2020 es un abrazo: se funde, se mezcla, pierde la perspectiva y nos sumerge.

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