#PostMarDelPlata2020: Adiós a la memoria

Por Ludmila Ferreri

Adiós a la memoria 
Argentina, 2020, 92’
Dirigida por Nicolás Prividera
Con Héctor Prividera, Nicolás Prividera

Sin duelo

La crueldad del documental de Nicolás Prividera tiene dos frentes, que se retroalimentan, acaso no muy afortunadamente, dado que contrario a una interdependencia por momentos lo que prevalece es una actividad de parasitación. Necesaria? Si, para as certezas del director, no para la película. Porque en Adiós a la memoria conviven dos miradas: una repleta de cuestionamientos, misterios, oscuridades: cree en el poder del cine; la otra sobreviene a partir de la necesidad de aportar conclusiones, aseveraciones sobre un mundo al que el director precisa anclar su material para que lo privado se vuelva material de interpelación de lo colectivo: esta última se vale del cine para construir un aparatito encargado de bajar línea.

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Esa coexistencia y reversibilidad entre lo público y lo privado, ese recorrido de la conciencia política entre lo privado y lo público, entre lo individual y lo colectivo, no es nueva. Más bien podemos decir que es uno de los pilares de eso que conocemos como cine político. En todo caso el problema que ostenta Adiós a la memoria es el resultado mismo de ese ejercicio de idas y vueltas, de tensiones irresueltas, de doble vía de entrada entre las certezas del documental de ensayo y las preguntas del documental autobiográfico.

En primer lugar el director elige homologar cosas imposibles: la memoria colectiva y el recuerdo individual. Para aclarar eso eso vale la pena hacer un breve excursus. Solo les pido unas líneas y luego volvemos al documental. Como diría Menem, síganme.

No existe tal cosa como la memoria colectiva. No hay tal cosa como la memoria de un pueblo, unidad incomprobable en su pretensión homogeneizante. A su vez nadie podría ser dueño de una memoria semejante en caso de que esta fuera posible. Lo que si existe, en el mejor de los casos, es una suma de recuerdos fragmentarios, parciales, imposibles de generalizar, a los que, cuando convergen en un eje problemático, podemos llamar recuerdos colectivos. Las memorias colectivas, en cambio, son operaciones políticas. En muchos casos, inclusive, son políticas de estado, en otros, en cambio, se trata de operaciones determinadas por colectivos conducidos o guiados con un cierto grado de organicidad. La memoria colectiva, a la larga no es sino un atentado contra la memoria individual y sus circunvoluciones problemáticas.

Menciono todo esto porque NP utiliza en su película a la memoria individual como polea de transmisión para activar un acto de denuncia de una desmemoria colectiva (o peor aún: un olvido digitado por los medios para distraer al pueblo, esa figura imposible). Es decir: Prividera utiliza a la propia memoria en proceso de fade out del padre (quien eligió replegarse y despegarse del recuerdo de su mujer desaparecida por la dictadura a la vez que, avanzado en los años, se ve afectado por un Alzeheimer que termina de borrar los últimos vestigios de un pasado que no puede reconstruir) como un recurso discursivo para otra cosa. En alguna medida, curiosamente, Prividera “entrega” la desmemoria de su padre -que tiene un origen poco claro en sus años de juventud y uno bien definido y biológico, con la sucesión de la madurez- para habilitar una demanda de memoria colectiva que lo posiciona en un lugar de superioridad moral (definiendo qué memorias están bien y qué memorias no).

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La memoria colectiva (como contrapunto demandado y derivado de la presunta desmemoria que propone el director) termina sirviendo como aleccionamiento de la falta de memoria individual (o la elección de un olvido), una suerte de castigo frente a las decisiones privadas. Al mismo tiempo, esa desmemoria privada es también una estrategia retórica, en donde la parte por el todo funciona como indicio de una desmemoria colectiva. La memoria del propio padre se vuelve herramienta de lo político-colectivo antes que cuestionamiento emocional (ojo, cuestionamiento que se siente real, palpable, pero que se revela una excusa cuando el recurso de lo privado-público y la bajada de línea reaparece).

Es curioso, entonces: Adiós a la memoria funciona como una despedida dolorosa de un hijo a su padre (una despedida que mira hacia atrás con bronca, como muchas de las miradas retrospectivas de los registros autobiográficos), pero es, al final de cuentas, la estrategia que habilita una cruel invasión a la memoria personal, un ejercicio autoritario que suelen llevar adelante las demandas de memoria colectiva uniformes. Igual (y afortunadamente) frente a la resistencia y el dolor del padre (dolor que como bien mencioné también queda en un extraño suspenso, en una irresolución, en un duda) la película no parece habilitar la fundación de una contramemoria, como muchos de los discursos del revisionismo. No pareciera ser esa la estrategia de NP. De hecho no hay una celebración por la llegada del Frente de Todos a la presidencia, pero si un goce inocultable por la salida de Cambiemos, destino principal de los dardos de la desmemoria colectiva por la que NP sostiene su acusación.

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Lo que para Prividera resulta intolerable es la administración del olvido como una herramienta de supervivencia. Porque en alguna medida, en la relación personal con el duelo, lo que le resulta intolerable al film es que esa administración del olvido sea asociada con una amnistía despolitizadora. El derecho del olvido, como parte del duelo, jamás puede confundirse con amnistía: el olvido permite que la vida prosiga, que los duelos se realicen (de manera personal, cada uno con sus tiempos, formas y rituales si eso fuera necesario) pero sobre todas las cosas que otros problemas, contradicciones, derivas del pasado entren a escena para discutirse. Sobre la naturaleza esquiva de ese olvido selectivo jamás hay indagación, acaso como si esa respuesta (en caso de existir) pusiera en riesgo a toda la estructura lógica de lo narrado, en particular la de volver al padre un personaje dramático y metafórico que expresa la amnesia colectiva que el film señala.

En esa práctica cruel de exponer el dolor y señalar cómo administrarlo viven las imágenes melancólicas de Adiós a la memoria, una película incapaz de realizar el duelo en paz.

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