Qué será del verano

Por Mariano Bizzio

Argentina, 2021, 85′
Dirigida por Ignacio Ceroi
Con intervenciones de Ignacio Ceroi, Mariana Martinelli

Mentiras verdaderas

Hay algo del aroma, de la influencia de Llinás en todo lo que vemos detrás de las imágenes (detrás de ellas hay una voz o la voz está adelante? O al costado?) de Qué será del verano. Pero a su vez no deja de haber algo de injusticia en asignarle a la ópera prima de Ignacio Ceroi la relación directa con la obra y estilo del director de Balnearios. Está el juego llinasiano de la voz over si, pero mucho más el juego wellesiano de la falsificación sobre el mismo documento que simula ser un material encontrado por el director, que narra o simula una historia personal que no sabemos cuánto tiene de real y cuánto no.

Si las películas del género found footage presumen un cierto grado de virginidad del material, una suerte de hecho del azar, bien sabemos que no hay nada mas contrario en la concepción misma del género, particularmente proclive a meter mano en el material ajeno. Pero el asunto es cuando no sabemos si en efecto estamos ante esa clase de material o ante su mera simulación. Ahí, en ese cruce de posibilidades es en donde nada y flota la película de Ceroi, más preocupada en fabular, en hacer avanzar la narración con lo que tiene en sus manos que por precisar la relación con los materiales de origen.

El juego, como buen exponente de las derivas de lo contemporáneo, también vuelve sobre el propio director, sobre sus posibilidades frente a los materiales y sobre la factibilidad de que algo de lo que esté narrando sea efectivamente autobiográfico. Pero en cierto punto la ética narrativa de Ceroi pone en crisis, ya que estamos, a las inefables ficciones del yo que tanto pulularon y pululan por los festivales. Hay un gesto de resistencia en esta suerte de parodia? No lo podemos saber nunca.

En Qué será del verano la excusa del material encontrado proviene de una presunta memoria olvidada en una cámara comprada de segunda mano por el director, en un viaje europeo. A partir de ese encuentro el director decide ponerse en contacto con el propietario anterior para intentar reconstruir los hechos filmados, le demanda algunos datos y, al parecer, le confiesa que va a inventar otros. Que al final de cuenta es la película que estamos viendo. Pero lo que hace Ceroi no es, acaso, otro exponente onanista del cine adentro del cine, sino que el punto de partida le permite (lo alienta a) multiplicar los rincones narrativos hasta el límite de lo posible en donde la invención no revele el truco y el artificio, en donde el juego se termine. A lo largo del camino hay perros, un matrimonio, una serie de trabajos más bien extraños que derivan hacia experiencias aún más raras, como las situaciones que vive entre guerrilleros revolucionarios en África, en medio de la selva. No obstante, una sospecha se hace evidente hacia el final, lo que sugiere un rizo al rizo autoconsciente. Esa sospecha está sugerida por la intermediación de datos narrativos de la experiencia del director en su viaje a Francia. Y es la que nos indica, finalmente, que quizás no estemos ante otra cosa mas que un artefacto tan artificial como el plástico.

No obstante Ceroi no se inmuta ni se pone en un lugar de superioridad frente a los espectadores, sino que muestra su fe ciega en los poderes curativos de la fabulación, como si jugara, más que a lo Llinás, a ser una versión pequeña de Raúl Ruiz. Y lo mejor es que sale airoso.

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