Renfield: Asistente de vampiro

Por Marcos Ojea

Renfield
EE.UU., 2023, 93′
Dirigida por Chris McKay
Con Nicholas Hoult, Nicolas Cage, Awkwafina, Ben Schwartz, Adrian Martinez, Shohreh Aghdashloo, Bess Rous, Brandon Scott Jones, Jenna Kanell, Caroline Williams, William Ragsdale, Derek Russo, Camille Chen, Danya LaBelle, Rhonda Johnson Dents

Manual de autoayuda

Después de esa obra maestra llamada Lego Batman, y de una aventura a media máquina como fue La guerra del mañana, Chris McKay dirige una nueva aproximación al mito de Drácula, pero centrada en su asistente, Renfield. Interpretado por Nicholas Hoult, el personaje se aleja de su origen literario (en la novela de Bram Stoker, Renfield era un paciente psiquiátrico) para afiliarse a la manera en que el cine lo retrató en ocasiones; un abogado de bienes raíces que, luego de su visita a Transilvania, queda preso del influjo de Drácula, convirtiéndose en su siervo. Como la historia que vamos a ver transcurre en el presente, lo anterior es explicado mediante un breve y sanguinario prólogo, que homenajea al Drácula de Bela Lugosi (Tod Browning, 1931) y que aprovecha para presentarnos a la apuesta fuerte de la película: Nicolas Cage en la piel del Conde.

Luego de un período de vale todo en su carrera, que lo llevó a erigirse como un icono cultural -a veces de consumo irónico-, Cage parece estar encauzando sus últimos proyectos a un terreno que, si bien no deja de lado lo falopa (antes diríamos bizarro, pero por suerte apareció un término que funciona mejor), requiere cierto piso de calidad y compromiso. Sin embargo, con su Drácula sucede algo que se extiende a toda la película. Lo que al principio nos parece fresco y divertido, poco después comienza a agotarse, evidenciando que algunas buenas ideas rinden más en la anécdota que en la ejecución. Ocurrió hace poco con Oso Intoxicado, y vuelve a ocurrir acá, casi del mismo modo. El desenfreno, la salvajada, el delirio y el humor que prometían las premisas aparecen en dosis esporádicas y hasta temerosas. Todo, además, contado con una pátina tranquilizadora que, evadiendo el riesgo, termina condenando a las películas a ser tan inofensivas como olvidables.

En el caso de Renfield las cosas arrancan bastante bien, con un Drácula debilitado buscando recuperar su poder para llevar a cabo un plan de dominación mundial, y con un Renfield que asiste a un grupo de ayuda para salir de relaciones tóxicas. Una de esas noches en las que sale en busca de víctimas para su amo, conoce a Rebecca (Akwafina), una oficial de policía que lucha por ser honesta en un mundo plagado de corrupción. En el medio, mientras surge inevitable el amor (o algo así), aparecen los Lobo, una familia de mafiosos famosa por sus asesinatos, entre los que se cuenta al padre de Rebecca.

Con las piezas sobre el tablero, McKay construye una suerte de comedia romántica de terror y autoayuda, con escenas de acción hiperviolenta, deudoras del cómic (al estilo Kingsman), intercaladas con otras que van dando forma a un discurso de superación personal bastante naif. Esa fricción entre distintos tonos, en principio atractiva, va perdiendo potencia porque, sin muchas vueltas, Renfield no es ni tan alocada ni tan graciosa, aunque la intención está presente todo el tiempo. Si el Drácula de Cage, lleno de morisquetas, funciona por un rato, quizás se deba a la presencia siempre querible del actor, algo así como un viejo amigo, medio loco, al que visitamos para compartir esos chistes que ya conocemos. Un Nicholas Hoult correcto, una Akwafina más relajada y un Ben Schwartz (en el papel de Teddy Lobo) bastante cómico completan la primera línea de una película simpática pero fallida; otra más que se queda en las promesas y no lleva a fondo su propuesta. Un síntoma de época. 

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