Sandy Wexler

Por Diego Kohan

Sandy Wexler
EE.UU., 2017, 130′
Dirigida por Steven Brill
Con Adam Sandler, Jennifer Hudson, Kevin James, Rob Schneider, Terry Crews, Colin Quinn, Nick Swardson, Lamorne Morris, Arsenio Hall, Samantha Hoopes

Volver sobre los pasos

Por Diego Kohan

Hace rato, ciertamente (abril de 2017), Netflix estrenó (¿será el término correcto o deberíamos aplicar otro verbo tal como “subió”?) Sandy Wexler, otra comedia (y van) medio pelo protagonizada por Adam Sandler (quien supo tener su momento de gloria, pero que desde hace más de 13 años no hace sino atentar contra buena parte de lo hecho a lo largo de su carrera). El que le da nombre a la película es un personaje basado en Sandy Wernick (manager en la vida real y afecto al mismo Sandler, hombre de de poca monta y enorme corazón), pero acaso sea lo que menos importe, sino cómo el mismo Sandler lleva todo hacia su terreno, hacia su tipo de personajes. En definitiva es un problema de apropiaciones y de cine de autor si lo pensamos. Actor-autor, si. El asunto es si hay vale la pena pensar todo esto para un tipo como Sandler, que no es el que era.

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Acaso, a partir de la demanda de cumplir con los productores, Sandler parece con más ganas de cagarse de la risa entre amigos (algo no necesariamente malo) que con ganas de darle un giro de tuerca al mencionado problema de sus apropiaciones a la hora de abordar personajes. El problema aquí es que el chiste con amigos es efectivamente más interno que para quienes estamos de este lado de la pantalla. Ya no hablamos solo de la falta de timming cómico y de un sistema de gas que se adivinan a tres cuadras de anticipación. Ya no hablamos de personajes chatos (que no sería algo grave en una comedia si fuese efectiva) y del código exagerado del mismo Sandler, código que hoy por hoy tiene tanto de marca registrada como de comodidad, como quien se encuentra con amigos del pasado y se dedica a hacer los mismos chistes para no desentonar. Vamos a decirlo con todas las letras: AS está horrendo en este papel. Lamentablemente son más de dos horas así, injustificada duración para una película pequeña. Lo único que la redime es contar con un corazón enorme, un amor por su personaje que permite alguna clase de ternura ahí donde podría haber desprecio (acaso sea otro chiste interno para quienes hayan conocido al personaje de la vida real). Pero no mucho más.

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La estructura narrativa tampoco modifica las cosas ostensiblemente por más de que se apele al recurso del “mockumentary”. En este caso todo transcurre en un evento-fiesta, donde varias personas famosas del ambiente (Judd Apatow, Jimmy Kimmel, Chris Rock, etc, etc) recuerdan anécdotas o características de Wexler. Si, no es mala la idea del registro (en alguna medida sale del promedio de lo que el mismo Sandler hacía con otras películas propias), el problema es que no usa ese recurso a fondo (el del falso documental, que permitiría revelar a un personaje detrás del personaje, a la máscara social del tipo en cuestión) y por ende el resultado termina siendo más un guiño que un uso consciente de un recurso narrativo que a lo largo de la comedia ha dado ejemplos extraordinarios (This is Spinal Tap, por ejemplo). Las pocas cosas que funcionan vienen por el lado de la química con Hudson, el uso de la música, las breves participaciones de Kevin James, el retrato de la crueldad del medio y no mucho más. ¿Parece que estuviera intentando sacar agua de una piedra, no? Quizás.

El problema es que todo nos lleva a volver a Sandler. Ya no basta con la conciencia del propio personaje creado a lo largo del tiempo. A veces la conciencia tiene algo de autoindulgencia  pero nada de creatividad. Un callejón sin salida. El mismo tipo que alguna vez hizo Happy Gilmore, La mejor de mis bodas, Un papá genial, Los declaro Chuck y Larry, No te metas con Zohan, y la melancólica Funny People, hoy se despacha con el piloto más automático que nunca. A tal punto que la película lleva un tiempo on line, pero la tristeza de ver en qué se ha convertido Sandler nos hace volver hoy a ella con un poco de vergüenza ajena. Hoy lo bueno y lo malo proviene del mismo actor en dosis igualmente problemáticas.

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