Santiago

Por Federico Karstulovich

Santiago
Brasil, 2007, 80′
Dirigida por Joao Moreira Salles

Conjuro y Apropiación

Por Fernando Luis Pujato

Más de seis mil años de historia universal compilados en el transcurso de treinta años, la misma cantidad de éstos trabajando como mayordomo de una familia de la alta burguesía brasileña, y trece años de espera para editar una película sobre alguien que en ese momento tenía ochenta años. El film de João Moreira Salles bien podría ser acerca de números, de como éstos adquieren su significación dentro de una estructura operante de vida a través de un discurso público que los pone en circulación social, que los resignifica. Junto a esto Santiago es, obviamente, una película sobre la memoria, la de alguien que casi proustianamente -sólo que aquí se trata de la memoria voluntaria, aquella en la que Marcel Proust menos confiaba- deposita ante una cámara reyes y reinas, papas y arzobispos, mecenas y traidores, Bethoven y Giotto, valses aristocráticos y recepciones pantagruélicas, Bergman y Fred Astarire -en una secuencia de baile que al parecer ya nadie quiere o puede filmar-, Verdi y La Divina Comedia, el esplendor del Quattrocento italiano y el glamour de los albores del siglo pasado. Las artes y la ciencias, la moda y las costumbres al servicio, al arbitrio, a la merced de un arte que cambió para siempre la forma de ver esos mundos, por lo tanto la manera de situarse en ellos.

En forma un tanto menos novelesca y tal vez con menos matices Santiago es, de manera explícita, una reflexión sobre el cine, o más exactamente sobre la puesta en escena. Indicaciones sobre cuando empezar una toma y como seguir con ella, preguntas y repreguntas acerca de un tema, cavilaciones en off del mismo realizador sobre el material rodado hace tiempo atrás “¿el movimiento del agua de la piscina al caer las hojas era natural o una mano fuera de cuadro lo provocaba?”, elucubraciones del porqué de la cámara fija o la ausencia de primeros planos “estaba muy influenciado por Ozu” o “seguía manteniendo la distancia entre señor y servidor”, arrepentimientos y olvidos “debí haber filmado el comedor en tal o cual hora del día” o “no tenía más rollo de película” y la acuciante búsqueda de un plano que no estuviera controlado, ajustado, medido, por la feroz autoconciencia fílmica de Salles…trece años después. Pero más allá de lo que el director ve de su película -y que a veces pareciera ser lo que tenemos que ver en ella, una suerte de dirección de la mirada- hay un (doble) conjuro y una (doble) apropiación en ella. Al final de su vida Santiago puede exponer ante el mundo, fuera de sí mismo, sus recuerdos y su erudicción, su obra y su nostalgia “vivo en el Medioevo” sabiendo que van a quedar inscriptos en algo quizá tan poderoso, y quizá también igual de perecedero, que los ingentes volúmenes de historia apilados en su mobiliario y en su memoria. Y Salles puede, más de una década después, exorcizar el fantasma de una filmación colocando a ésta en el vórtice de una cavilación que puede tener sus paralelos fuera del cine -la enfermedad del diario la denominó cáusticamente Roland Barthes- pero que dentro de éste sólo ha sido marginal o esporádica o puntual.
Al igual que Sabzián, el entrañable personaje de Primer Plano (1990) de Abbas Kiarostami, Santiago, el seductor personaje de Santiago, toma para sí -aunque en forma menos fraudulenta- algo que no le pertenece en cuanto a su condición de clase: una labor, un oficio, una profesión para la cual nunca estuvo preparado y frente a la cual la estructura societaria exige algo más que ostentar un deseo, poseer imaginación, y acreditar una voluntad; exige la pertenencia. Aquello que de sobra tiene Salles pero que a veces no basta para adueñarse de algo o de alguien. Saber que esto se sabe e intuir que otros también lo saben no es una posición cómoda, una postura relajada o una certeza marginal. La tensión que existe entre ocuparse cinematográficamente de un otro durante el rodaje y llevar el producto terminado a una pantalla de cine, desembarazándose del fastidio -o al menos manteniéndolo a raya- que provoca aprovecharse de alguien más o menos ajeno en beneficio propio, es algo que sobrevuela todo Santiago; la superación de la incredulidad nunca ha sido fácil de conseguir y el valgo más de lo que filmo aún más difícil de probar.
Hay muchas cosas dentro de un film que es una voz fuera de campo acerca de ese mismo film, que es a su vez un film acerca de una pretendida mentalidad renacentista frente a la moderna pretensión de encapsular el tiempo en imágenes; una relación casi imposible. Ese casi tal vez sea Santiago o como leer La Distinción de Pierre Bourdieu a través de las formas del cine.

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