Música para fanáticos: algunas ideas inactuales sobre Buongiorno, notte
Por Hernán Schell
La escena dura segundos, aparece a los diez minutos de Buenos días, noche (2003) de Marco Bellocchio y es tan sorprendente como simple: se trata del momento en que Chiara, una militante de izquierda, ve por televisión que acaban de secuestrar al líder del partido demócrata cristiano Aldo Moro después de matar a la custodia del político. Ella, que también será cómplice de este operativo (minutos después los secuestradores, militantes de la izquierda revolucionaria, llegan al departamento de Chiara para esconder al rehén), da un grito eufórico que festeja el hecho. Cuando lo hace, Bellocchio pone de fondo una música abrupta de un coro con reminiscencias religiosas, un coro que emite un sonido fuerte y corto (no dura más de dos segundos) pero que sorprende dentro de una película que había empezado con un tono crudo y seco. De hecho la película empieza sin música, con una cámara que recorre objetivamente el departamento en el que el grupo de izquierda terminará alojando al líder del partido cristiano. Mientras la cámara muestra el lugar vemos a un agente inmobiliario describir a los nuevos inquilinos (Chiara y otro militante que se hace pasar por su esposo) las características del lugar en el que se van a alojar. Al terminar la explicación, el agente les dice a sus clientes que disculpen la velocidad en la explicación y cierta sequedad, pero debe irse rápido a otra parte.
El tema de la música no es menor, porque en Buenos días, noche una banda de sonido cada vez más potente (apoyada sobre todo en los sonidos psicodélicos más fuertes de Pink Floyd) se va apoderando gradualmente de una estética en principio despojada. La música también condensa la forma en que parecen tomar fuerza los militantes de izquierda que describe Bellocchio. Esto se ve claramente en el modo en que Chiara imagina todas las situaciones con música de fondo, o en esa especie de coro improvisado que terminan cantando los militantes cuando empiezan a decir, al unísono, que es la clase obrera la que debe gobernar el mundo. Una de las escenas más claras respecto de la relación entre estos fanáticos y la música se da en el momento en que Chiara asiste con el que posiblemente sea su novio (característica brillante de Buenos días, noche: los fanáticos no tienen relaciones fijas y establecidas, se encuentran demasiado obnubilados con sus ideas como para comprometerse con cualquier persona) a un casamiento. Allí hay una familia sentada a la mesa mientras que Chiara, junto a dos militantes, se sientan apartados del resto, reflexionando sobre las ideas de izquierda y su pertinencia dentro de la sociedad actual. De pronto, alguien empieza a cantar un himno en contra del fascismo, la mesa lo sigue y los militantes, de a poco, se van acercando a cantar con ellos.
En Buenos días, noche esta música que envuelve a los personajes genera la sensación de estar viendo menos militantes cerebrales que personas poseídas por una ideología y un sueño. Hay incluso una sensación de locura que se va apoderando de cada uno de los militantes: el que amenaza con irse siempre y después vuelve una y otra vez como si fuera un chico caprichoso, el otro que asume la idea de que representa la justicia popular y habla de un proletariado que posiblemente jamás conoció. Mientras tanto vemos cómo los militantes sostienen que secuestrar a un líder político desencadenará una revolución obrera aunque no tengan el menor indicio concreto de que algo así va a pasar. Chiara, por supuesto, tampoco escapa a todo tipo de contradicciones y es capaz de horrorizarse ante la idea de matar a Moro sin darse cuenta de que pocos días antes estaba festejando un secuestro en el que murieron todos los custodios del político. Incluso en el momento en que parece adquirir cierto sentido del realismo y se da cuenta de que matar al líder político va a convertirlos a ella y a sus compañeros en monstruos, Chiara sólo puede pensar en liberar a Aldo Moro desde los sueños y las fantasías, encerrada en un mundo de ideales. Quizás el ejemplo más sutil y significativo de esta inocencia siniestra sea cuando Bellocchio toma a los secuestradores en plano general encerrando a Moro en un sótano mientras en primer plano vemos un bebé acostado, mirando al techo: en esa imagen parece haber un paralelo entre la inocencia del chico y la ignorancia nociva de esos jóvenes con vocación revolucionaria.