Surcar los cielos, herir la tierra

Por Federico Karstulovich

La aventura es la aventura: los objetos reveladores

Allá por finales de los 90s Aguaviva (Stephen Sommers, 1999) salía a video sin pena ni gloria. Secretamente, esta película revivía el espíritu del género de aventuras precisamente partiendo de un código específico de aquel: la idea de que el mundo todavía cuenta con tesoros ocultos y enigmas que resolver. Este código marcaba una percepción del mundo siempre renovada, en donde  a cada paso el terreno revela sorpresas.

El género de aventuras, en este sentido, con su propuesta, modifica esa percepción globalizada y estandarizada del flujo de noticias y datos que se asemeja a la comunicación y el conocimiento que conocemos al día de hoy. Esa forma de pensar la relación con el mundo, parecía estar pasada de moda por casi un siglo.

En este panorama ingresan a escena cuatro películas, una serie televisiva y un objeto-revelador-de-mundos- posibles (desde ahora ORMP): El avión, como nuevo artefacto dramático, como agente revelador.

Tanto en un documental de denuncia puro (Fuerza Aérea Sociedad Anónima) como en un llamado docudrama o reconstrucción semidocumental en clave de ficción (United 93) hasta en las estructuras-videojuego de cierta  ficción mainstream (Vuelo nocturno a la que le sumo la locura de Terror a bordo: Esas películas que disponen una serie de elementos disgregados en la puesta en escena de los que habrá que apoderarse para poder pasar al próximo nivel y sobrevivir) y finalizando, a una miniserie-videojuego, si de seguir con la nomenclatura se trata, como la apasionante Lost.

El género de aventuras, es factible que siempre se haya valido de todo tipo de ORMP. Alguna vez fue lo fue el barco o cualquier otra embarcación flotante, descubriendo formas en el mundo de los países misteriosos. Estos ORMP no son sino ganzúas hacia el descubrimiento de otras realidades u otros sujetos u objetos (un poco a la manera de el hoyo en Alicia en el país de las maravillas o el tornado en El mago de Oz). Estos ORMP redescubren relaciones, formas de interconexión, relativizan conocimientos y ponen a prueba las certezas de una época.

Paradoja, la aparición de los ORMP no va a ser determinante al recorte sociológico de un zeigeist especifico, dado que todavía quedaría patente esa referencialidad de las figuras retóricas, el peligro de la metáfora, inclusive de la sinécdoque. El avión como novedad en tanto ORMP es menos interesante como elemento referencial (11-S, aparta de mi este cáliz) sino como nuevo artefacto de uso dramático puro.

Los aviones de las películas de Enrique Piñeyro (Whisky Romeo Zulu Fuerza Aérea Sociedad Anónima) no sólo son territorio conocido para su creador, sino que son vías de entrada al laberíntico mundo de la burocracia estatal, de los recovecos del sistema de control que siempre tiene intersticios de descontrol, o, para exponer el oxímoron, un descontrol organizado. Ese uso activo del aparato avión como acceso al caos no es sino un triunfo cinematográfico puro. Es la línea que delimita al cine de denuncia con respecto al cine que revela. El primero, se escandaliza, el segundo, incomoda.

A su vez en United 93 nos introducimos dentro de los recovecos de ese híbrido llamado “docudrama” en el territorio de la política del verosímil (contraria a la política del documento puro de Fuerza Aérea Sociedad Anónima). Y aquí, los aviones, nuevamente son ORMP: el uso renovado de los mismos despierta los sentidos de un mundo entre paréntesis en una falsa Pax americana (ese tiempo fukuyamanico de fin-de-ciclo definitivo). Los aviones de United 93 recuperan la historia, ponen en escena las tensiones de lo que vendrá. Ponen en escena a los desplazados, los desclasados y hacen hablar al tiempo. De ahí que su fuerza referencial triunfe en la falsedad de su reconstrucción y no en su verismo: Todo material de la puesta en escena queda equiparado leído con una lógica ficcional democrática. Es un cine que nos pide que no olvidemos los detalles, que volvamos a ver lo que no vimos: una erótica del desastre. Que renovemos la atención como movimiento opuesto a cualquier despertar paranoico: en vez de interpretar, sensorializar, como gritaba Sontag. Este recuperar la mirada atraviesa la construcción dramática de los restantes exponentes enteramente ficcionales. Esta democracia para con los objetos dramáticos va a remitir a esa estructura definida arriba como estructura de videojuego.

Por eso los objetos más pequeños en Vuelo nocturno (una lapicera, un celular) como en Terror a bordo (un par de aros, un bote salvavidas, un encendedor, valijas) como en la inagotable serie televisiva Lost (una botella de agua, un avioncito de juguete, una hoja de eucalipto) van a ser centrales: es que si no hubieran pasado por esa licuadora perceptiva que nosotros llamamos ORMP seguirían siendo objetos secundarios.

Este redescubrimiento del mundo a partir de la inversión funcional de los objetos que forman parte del mismo mediante la intervención de ORMP’s será aquello que al día de hoy nos puede poner en contacto con ese espíritu del cine de aventuras del primer párrafo: que el mundo todavía es un lugar vasto a descubrir, pero nunca a colonizar.

(*) [Publicado en elamante.com en 2006]

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