Song to song

Por Tomás Carretto

Song to Song
EE.UU, 2017, 129′
Dirigida por Terrence Malick
Con Michael Fassbender, Ryan Gosling, Rooney Mara, Natalie Portman, Cate Blanchett, Christian Bale, Haley Bennett, Val Kilmer, Benicio Del Toro, Boyd Holbrook, Trevante Rhodes, Clifton Collins Jr., Angela Bettis, Bérénice Marlohe, Florence Welch, Holly Hunter, Iggy Pop, Flea, Lykke Li, Patti Smith, Austin Amelio

El mundo sensible

Por Tomás Carretto

Me costó muchísimos días escribir sobre esta película que lamentablemente pasó sin pena ni gloria a los suburbios del cine streaming (hoy está disponible en Netflix, luego de muchísimos meses donde circuló en los antros piratas de internet). Una película que -aun así- no se parece a ninguna otra (obviamente si es que se sale del universo Malick) y que a pesar de ello presenta dos ostensibles tentaciones. Un estilo como el de Malick tan reconocible a esta altura (e imitable por muchos realizadores actuales) aunque nunca igualado. Y la conciencia crítica (al menos la mía) de que estamos frente al más original poeta del cine moderno. Frente a ello existen dos vías: la primera, ensalzar al autor de Días del cielo y El nuevo mundo, como si STS estuviera a la altura de aquellas. Cosa que no es cierto. O la otra: la de masacrar cínicamente el deterioro de un mago al que ya se le conocen todos los trucos. ¿Es realmente así? Ir por una tercera vía implica desentenderse de todo lo que se ha escrito sobre Terrence Malick en el último tiempo y formular preguntas, ideas propias. Independizarse de las frases hechas de los reseñistas de oficina que hablan del “preciosismo” de sus planos. O de la “repitencia y recurrencia del trascendentalismo” que puede sonar como el pastorcito mentiroso. O como aquellos que acusan vulgarmente a Malick de hacer películas qualité (¿señor Mariano Llinás se acuerda?). O de las fobias personales, para encontrar el atajo de un psicologismo que se adscriba a las imágenes. Porque, a decir verdad, poco se sabe del propio Malick para seguir ese sendero. Y no porque uno no lo haya estudiado. Conozco (y no es soberbia, sino celoso profesionalismo y admiración) bastante de sus películas. Pero no soy un fan. Soy un admirador silencioso y distante que tampoco está para salvarle la vida a nadie (si es que fuera necesario hacerlo).

Song To Song Review Negative

Otro camino recurrente es el de entrar en la relación entre la personalidad del director y la singularidad de su mundo poético en una especie de “one hit wonder” que deja poco para después. Además de mucha verdura que no se pueda certificar. Dejemos ese terreno para las crónicas policiales sobre Charles Manson. No para un cineasta que ante cada nueva película (porque el señor Teddy a pesar de los años es un realizador cada vez más activo) nos pone ante un nuevo desafío. Teddy no es un loco, es un hombre niño, más tierno y jodón de lo que muchos suponen. Todas las anteriores vías quedan entonces descartadas.

Hay –eso es cierto y evidente- películas más redondas que otras y un paulatino acomodamiento a las exigencias y desencantos del cine contemporáneo. Un cine (el de Malick) que ha encontrado la emergencia de filmar sin guión para que las estrellas que pretenden inmortalizarse en sus films (muchos de ellos que lo admiran sinceramente y otros que especulan con su mito) no vayan a los tribunales, o lo escrachen ante productores, después de la promesa de papeles prominentes que quedan derrumbados en la sala de montaje. Clooney, Brody, Pullman, Weisz, Michael Sheen, Oldman, Amanda Peet, Plummer, Thornton, Mortensen, Pepper, Rourke, Del Toro, Haas, Patric, y una lista interminable a lo largo de su carrera. Teddy los ninguneó a todos mientras en El árbol de la vida se daba el gusto de meter dinosaurios animados. Otros más concesivos saben que el texano de sombrero vaquero va y viene: Jessica Chastain, Martin Sheen, Christian Bale, RyanGosling, Sean Penn, Javier Bardem, han sabido ganar y perder con las locuras de Teddy. Los mas pillos (como Brad Pitt) se metieron a productor para evitar cualquier sorpresa en la sala de montaje.

El gran Teddy es así: caprichoso como Hitchcock, Welles, Kubrick, Von Sternberg, Leni Riefenstahl, Kenneth Lonergan y ninguno más. Artesanías hechas (celosamente) al milímetro que precisan por ejemplo de poder filmar en “la hora mágica” –su marca de estilo- frente a técnicos peronistas (permítanme la humorada) que te bajan la palanca del generador si te pasas 15 minutos de lo que marca el sindicato. Peronistas hay en todos lados. También en Hollywood. El cine digital -eso es cierto- le ha ahorrado bastante de esos problemas. Equipos más chicos y una poética más acotada. Hablemos algún día de la etapa digital de Malick como del período azul de Picasso, quedará como tarea para el futuro. Y productores –además- que trabajan a reglamento y quieren cumplir con los cronogramas, muchos de los cuales lo quieren moler a trompadas cuando pasan los meses y el tipo no entrega el corte prometido. A ver si entienden tanto está película como Knight of Cups se filmaron en 2011 y estuvieron casi un lustro editándose.

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La anterior vez que escribí sobre Malick en Perro Blanco hablaba de que esta poética libre de sus últimas películas -inspiradas quizás en aquel final extático de El nuevo mundo (2005) (luego explicaré por qué)- había sido declarada como algo fallido por el propio realizador en una insólita e inédita aparición pública en el festival de cine de SXSW (South by Southwest), un festival de cine menor desarrollado en Austin cerca del rancho retirado donde vive. Imagínense un tipo que se esconde durante 40 años y un día sale a la superficie (sin que nadie conozca su voz siquiera) para decir que se equivocó!!. ¿Pero en qué consiste esa poética de cine libre? Esencialmente en las condiciones cada vez mas restrictivas que impone el cine a Malick para poder plasmar su imaginario: cronogramas, contratos, planes de rodaje, exacerbados ahora por un mercadeo que hoy obliga a triplicar los tiempos, y que derivó paradójicamente en un cine cada vez mas personal, críptico, y arbitrario. Teddy siempre redobla la apuesta. Un cine que rompe con el concepto de escena como unidad dramática y que Malick reemplaza por el pastiche de fragmentos sometidos al arbitrio de su paladar sensible. De la escena como código y lenguaje común entre director, actores, técnicos, críticos y espectadores, a la pura subjetividad del creador. No es llamativo entonces un cine (el suyo) que se ha vuelto cada vez mas panteísta. Malick se da el gusto que no se pudo dar Godard cuando cayó al rodaje de Sin Aliento y pretendía que los técnicos lo dejasen reflexionar por largas horas sobre lo que quería filmar ese día. Godard tampoco tenía guión sino una hoja con garabatos.

Terrence Malick Song To Song Natalie Portman Michael Fassbender

Vayamos a Song to Song, una película que se integra a la anterior, Knight of Cups, concebidas alrededor de una misma idea, y que funcionan como un tándem que busca confluir el punto de vista de sus personajes para amplificar su voz. El mundo de Hollywood y sus seres torturados por las carencias afectivas y morales de un ambiente atravesado por la superficialidad y el distanciamiento. Como el Fellini y Antonioni de La dolce vita y La notte, respectivamente. Como Roma-Milán en los 60, Los Angeles nublada hoy. ¿Cuántos directores prefirieron mostrar sus nubes a su sol apostalado?. ¿Se entiende esa diferencia de concepto entre un cineasta que busca un mundo de imágenes propio, en lugar de reproducir el imaginario publicitario? Filmar con sentido poetico no significa filmar lindo. Parece lo mismo pero no lo es, por algo a Malick se lo intenta copiar sin éxito. De paso nunca como en Song to Song Malick filmó tan feo. Eso la convierte en una película digna de atención.

Pero este estilo se viene pergeñando desde hace rato. Quizás no exista película mas decisiva para el imaginario poetico de este Malick (desde La Delgada línea roja (con la subtrama de Ben Chaplin y Miranda Otto) a hoy) como Carta de una enamorada (Max Ophuls, 1948). El cine epistolar, de fantasía, de tránsito entre el sueño y la vigilia, de lo inasequible de la mente (femenina, una de las obsesiones compartidas entre Ophuls y Mankiewicz), del amor anhelado como norte de la existencia, y finalmente de la violencia y el enfrentamiento como hito subyacente. Del cariz religioso para suavizar la tragedia y el idealismo prístino. Los Angeles de hoy es también la Viena de 1900, si lo pensamos un poco. Malick es un director tremendamente ophulsiano con sus amores en ronda y su apego por el mundo sensible. Pero también hay un ruido, una distorsión. Y esos seres incomunicados y deambulantes, dolidos en su orgullo y distanciados, sumidos en el desencanto, personajes que invocan a Antonioni.

Michael Fassbender Natalie Portman Song To Song Asti.0

Luces y sombras de una concepción platónica de la existencia. Si en su alegoría de la caverna, Platón nos decía que ese mundo sensible era una proyección del otro mundo, el real, el de las ideas, y que la sombra, como esos cielos nublados de Los Angeles no son mas que deformaciones de ese otro real al que no podemos acceder. El cielo velado y un cine -el de Malick- que permanentemente quiere llegar a la claridad. Un sentido de la trascendencia al que Malick pretende aferrarse. Y que solo podemos llegar a lo real a través de las sombras, de ese mundo de apariencias que es Los Angeles. Ese paraíso idílico y etereo del comienzo de Badlands y de El árbol de la vida que es un solo (vean aquellas dos películas y lo van a ver con claridad) y al que no podemos volver. Muchos diran que el cine de Malick, de un panteísmo desaforado, se parece a ese otro mundo cerrado, metafísico y táctil a la vez, el de Bresson. Fundamentalmente por su recurrencia a las mismas imágenes y a ese regodeo permanente con su propia obra, con la composición observa de planos que se empatan entre películas. Quizás sea cierto. También es cierto que esta etapa del cine de Malick se parece a una catártica aceleración de los sentidos, una ebullición paradojal, que en Teddy significa quietud y es el instante previo a la explosión del volcán.

En el medio hay un profundo vacio que lo contamina todo. Un mundo inaprensible donde las pasiones no son tan idílicas y los cielos no tienen tanto sol.

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