Suzume

Por Federico Karstulovich

Suzume no tojimari
Japón, 2022, 122′
Dirigida por Makoto Shinkai

Nunca abras esa puerta

Es un lugar común (repetido, como todos los lugares comunes) indagar en tradiciones, encadenar herencias, descubrir influencias. En ese orden de cosas Shinkai tiene las de perder cuando se lo vincula con fuerza a la figura de Hayao Miyazaki. Y si bien la comparativa tiene algo de justo, también es un facilismo que muchos críticos utilizaron para sacarse de encima eso que las películas nos piden: pensarlas como singularidades.

Suzume pierde toda singularidad si se la compara. Porque lo suyo es un tropo casi canónico en la animación japonesa: la transición propia de todo coming of age convertido en una literalización de lo maravilloso, Aquí no hay fantástico que valga. Bien por el contrario, en Suzume nos abrazamos a la literalidad de lo imposible, a la suspensión del realismo mimético. Y afortunadamente sobrevivimos. O respiramos un aire mas claro que cuando se nos hunde con fueza y violencia en el terreno de las alegorías. No: la melancolía tópica (y trópica) de la película de Shinkai radica en que a los pocos minutos de entrar en el mundo de convenciones que nos propone el corazón se nos parte igual: ya sea que estemos frente a una persona de carne y hueso como frente a una sillita de tres patas antropomorfizada.

Todo es posible en Suzume porque no nos presenta ninguna clase de especularidad elemental, sino que, litetaralmente (incluso formal y narrativamente) nos abre una puerta y se hace cargo de esa autonomía sin por ello romper con las formas del clasicismo (como si podría suceder con otro especialista en puertas de la percepción: Satoshi Kon). De ahí que Suzume resuelte efectiva, que no efectista, porque su corazón bombea hacia territorios a los que el mainstream hace rato no quiere ir, ya que las agendas vigentes obligan cada vez más a organizar mundos-réplica capaces de entrar en la superficie de una galletita antes que universos con suficiente autonomía (incluso en el territorio de la animación, que debería ser hoy una suerte de último reducto de la imaginación mas libre y plena).

Cuando Suzume termina nos quedamos con la sensación de haber visto lo que vimos una y mil veces, pero también la sensación de no haberlo visto nunca, como sucede con algunos sueños recurrentes. La puerta que abre hacia nosotros continua y prolonga otras tradiciones y otras puertas, Pero acaso eso sea lo que menos importe mientras el juego prosiga.

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