The act of killing

Por Fernando Luis Pujato

The act of killing
Dinamarca-Reino Unido-Noruega, 2012, 166′
Dirigida por Joshua Oppenheimer

La alegría de matar

Por Fernando Luis Pujato

En 1965 el general Suharto alegando un intento de golpe de estado por parte del PKI -Partido Comunista de Indonesia- derroca al presidente Sukarno. Se desata una literal cacería contra los comunistas en la que, aproximadamente, un millón de personas son asesinadas. Antes de esto, Sukarno declara la independencia de Indonesia luego de la Segunda Guerra Mundial. Antes de esto, los holandeses colonizaron Indonesia por alrededor de cuatrocientos años. Antes de esto desembarcaron en Indonesia los portugueses -¿quiénes si no?- con su famosa ruta lacia las especias.  Antes de esto Indonesia estaba dividida en reinos más o menos autónomos. Antes de esto el Homo sapiens se asentó en Java. Y durante la mayor parte del siglo xx varios antropólogos, fascinados por la extraña y desconcertante cultura Indonesia -para nosotros, los occidentales, por supuesto- produjeron numerosos estudios, centrándose sobre todo en la ensoñadora isla de Bali, algunos más o menos iluminadores, algunos más o menos impresionistas, pero todos con la real presunción de que se encontraban frente a una otredad casi inaprensible, que subyugaba más por sus rituales y su comportamientos que por las bases simbólicas de ambos, aunque el fabuloso libro de Clifford Geertz, Negara, el estado-teatro en el Bali del siglo XIX permitió una lectura un tanto menos folklórica y un tanto más profunda del rol del Estado como tal y su relación con los individuos que, de alguna u otra manera, lo sostenían. Se puede leer, con un poco de paciencia y bastante tiempo, miles de páginas para intentar comprender algo de lo ocurrido en Indonesia a lo largo de su historia y, sobre todo, a partir del fatídico setiembre de 1965. Se puede también haber visto Saló, el tremendo, incómodo, esclarecedor, incómodo, imaginativo, incómodo, film de Pier Paolo Pasolini sobre el fascismo italiano, sobre el fascismo en general, y se lo puede haber visto más de una vez; una proeza fascinante y demoledora. Pero ni los ingentes volúmenes antropológicos, históricos o de cualquier otro tipo, acerca de Indonesia, acumulados en más de setenta, ochenta, años de laboriosos estudios, ni el genial testamento fílmico del gran cineasta italiano, ni cualquier documental o ficción acerca de cualquier aniquilación masiva, y ni siquiera la cruel impunidad de Buenos muchachos, de Martin Scorsese, y los asesinatos de cualquier tipo y grado de parentesco en pro de la continuidad de la familia y sus negocios en El Padrino, de Francis Ford Coppola, pueden prepararnos para ver The Act of Killing, en realidad para enfrentarse con él.

Pero, ¿enfrentarse con qué, en definitiva?: no tanto a lo que se dice sino como se lo dice, no tanto a un discurso sino a la forma que éste adopta, no tanto a una historia más o menos reciente sino a la manera de contarla, no tanto a dilucidar qué estamos viendo sino a receptar abiertamente lo que se ve. Es en esta condición de posibilidad en donde se asienta el film, ella es lo que le permite escapar a la denuncia política per se y a la fácil condena moral, ella es la que posibilita expandir todo un universo cultural a partir de figuras casi irresistibles en un registro que soslaya cualquier categorización. Entonces sí, alrededor de un millón de personas asesinadas impunemente, desaparecidas de la faz de la tierra por el sencillo hecho de parecer o ser comunistas, carta blanca para los asesinos, para los gangters , autodenominados “hombres libres”, que actuaron en  su nombre y en nombre del gobierno de facto, más de cuarenta años de silencio y ningún juicio de ningún tipo y ninguna condena, por supuesto, tan sólo un film, o mejor, el film acerca de esto pero no sólo de esto sino del como representarlo. Porque aquí la representación no solo encuentra sus límites sino que los cuestiona y los desborda, los emancipa de un cerrojo fílmico que podría significar un documental que pretenda traer al presente el horror de un pasado al que nadie parece querer volver, los aleja de un documento serio y gravoso, los separa de una declaración de principios éticos universales y, lo que es aún más importante -al menos en este fatigoso asunto de documentar los crímenes perpetrados por nuestra especie hacia nuestra especie- los aísla de una condena cinematográfica, del cine-panfleto, del cine como panfleto. Es en la representación de los propios involucrados en donde se juega The Act of Killing, pero no en una representación derivada, de segundo o tercer o cuarto orden del tipo “me dijeron que alguien dijo que presenció…”, ni tampoco una historia contada sólo a través de los asesinos sino una reproducida e interpretada por ellos mismos, que es ni más ni menos, a lo que alude el título del film, la puesta en escena del acto de matar, de lo que ocurrió en aquellos, ahora no tan lejanos, meses de 1965 que hoy están aquí no para interrogarnos acerca del cómo puede ser que haya sucedido lo que sucedió sino para mostrarnos como sucedió. Que ese mostrar adopte la forma de interrogatorios al estilo de los films de mafiosos de los 40´ o de films de guerra de los 80´, de westerns en el medio de la jungla y de matanzas colectivas en aldeas, de asesinatos impiadosos en un set de filmación con personas vitoreando detrás de cámara y victimarios travestidos de mujeres, no es otra cosa que cómo se ven -y cómo desean que se lo vea- estos individuos sin culpas, sin cargas que sobrellevar, o casi, porque para Anwar Congo, uno de los tantos líderes gansteriles de ese pasado tan feroz para muchos y paradójicamente tan luminoso para muchos otros también, no es lo mismo actuar que verse actuando, no es lo mismo pronunciar “era la alegría de matar” que pronunciarse sobre los fantasmas que lo acechan, no es lo mismo ensayar unos pasos de baile en el lugar donde se asesinaba que detenerse por unos instantes descendiendo las escaleras de ese lugar, con el gesto corporal de quien no sabe si podrá, alguna vez, abandonar definitivamente a los muertos que aún lo acompañan. Pero es el único, sus amigos están preocupados en volverse dirigentes políticos y para nada preocupados por lo que ocurrió, y entonces no alcanza, no alcanzaría siquiera una disculpa colectiva, como tampoco alcanzan las preguntas del director del film sobre un cierto sentido de culpa moral que, se supone, deberían al menos plantearse estos hombres, y sobre los castigos jurídicos que, se supone también, podrían recaer sobre ellos en algún momento de sus vidas. No hay ni expiación posible, ni condena plausible, ni tampoco, por supuesto, reconciliación buscada; ellos lo saben, ellos no la desean.

Y si The Act of Killing inicia con una panorámica de jóvenes mujeres danzando y las figuras de los asesinos sonriéndole a la vida en el medio de un paisaje poco menos que idílico, hasta que se rompe la ilusión de la representación al ser expuesto el artificio -como a lo largo del todo el film- y finaliza con una panorámica aún más lejana que la primera, de las mismas jóvenes danzando junto a una suerte de pez metálico herrumbrado y de Anwar Congo con su sombrero violeta  danzando a su vez con uno de sus seguidores disfrazado de mujer y con un vestido también violeta. Si esto parece una suerte de feroz comedia surrealista, la pose y la danza macabra de los justicieros y custodios del orden fascista en Indonesia, en cualquier lugar del mundo, esto es porque Joshua Oppenheimer logra lo que Jean Rouch logró en ese magistral film llamado Jaguar: mostrar a los otros tal como ellos se ven, capturar esa diferencia, mantener esa distancia -pero, en este caso, nunca entregar el film a los asesinos. Posiblemente Oppenheimer invirtió tanto tiempo y esfuerzo como el querido Rouch y seguramente no la pasó tan bien como él ni logró esa suerte de inicial empatía convertida luego en amistad duradera, pero forzó un límite, lo resquebrajó, y ya nada será igual para nadie. Los alcances del cine aún son inimaginables.

*Publicado originalmente en revista Cinéfilo 13 e incluído en Hacia lo que vendrá. Escritos desde el cine. Editorial Vilnius. Córdoba, Argentina, marzo del 2014.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter