The handmaiden

Por Raúl Ortiz Mory

The Handmaiden
Corea del Sur, 2016, 144′
Dirigida por Park Chan-Wook

El erotismo como ramificación natural de la vida

Por Raul Ortiz Mory

Ven también ahora para librarme del peso de mis penas;
todo cuanto satisfacer mi ser anhela, cúmplelo:
oh, mi aliada, sé tú misma.

Safo

La recurrencia del sexo en la filmografía de Park Chan-Wook es una fiel señal del tiempo que ocupa esta actividad en la vida cotidiana del ser humano. Un tiempo nada despreciable que va asociado al poder, la manipulación y el sometimiento. Es decir, sexo y poder -fórmula nada nueva en el discurrir de la historia cinematográfica-, aquel tándem explosivo, impulsa, trasgrede y perturba el razonamiento sin opciones a calcular los efectos, así llegue al extremo de desembocar en acciones como el asesinato o el suicidio. Si: para el realizador, el sexo tiene consecuencias nefastas y sublimes, redescubre y trasforma la manera de ver el mundo. En The Handmaiden el director arriesga por el erotismo, convencido de que al blindarlo de elementos como la narración oral, la sutileza de los diálogos y el fetichismo consensuado, logre un resultado coherente en medio de una historia escabrosa.

Desarrollada en tiempos de la colonización japonesa en Corea en el inicio del siglo XX -un contexto complicado que resquebrajó la identidad de los habitantes de la península- desde ese punto de vista, todo lo nipón, en Asia, se propone como superior al resto a nivel cultural. Así, un estafador coreano pretende casarse con una noble japonesa haciéndose pasar por un conde a fin de quedarse con su fortuna, a la que también aspira el tío de la joven, un hombre sin escrúpulos de prácticas sadomasoquistas que guarda secretos en la casa donde vive y tiene encerrada a su sobrina. La empresa del estafador no será sencilla. Por ello debe buscar una aliada: una falsa sirvienta que persuada a la aristócrata para que se enamore del timador y lo ayude a formalizar la unión matrimonial. Todo cambiará de rumbo cuando las dos mujeres empiecen a conocerse de una manera algo más íntima.

La idea de arte erótico que transmite Park Chan-Wook se sustenta en el revisionismo de las narraciones orales japonesas, sobre todo aquellas que proceden del Período Edo -época de samuráis, señores feudales y riqueza literaria a la que solo las élites podían acceder- y las representaciones teatrales de inicios del siglo pasado -antecedente próximo de los albores del cine en el archipiélago oriental. Esa conjunción artística ejerce de friso encadenante para que el erotismo lésbico penetre con suavidad, como una caricia, como un estimulante, como una pluma etérea que sobrevuela cada ambiente de la mansión que habitan los protagonistas: el director coreano dota e inunda los espacios con una estética preciosista y misteriosa donde hasta lo más grotesco destila belleza.

La exploración del cuerpo, a su vez, como en muchos de los más consolidados melodramas eróticos, es la exploración de la psique. Por todo lo anterior el director teje su trama alrededor de la conciencia e inconciencia de sus cuatro protagonistas –la aristócrata curiosa, la falsa sirvienta, el estafador ambicioso y el tío masoquista- pero es el superego de estos lo que prevalece a partir de los pensamientos éticos y morales extraídos de una sociedad que oprime la figura femenina, pero que a la vez la tiene presente en todo momento, sea por la generación de placer o por la funcionalidad doméstica que carga. Más allá de la mirada freudiana, The Handmaiden también vuelve a uno de los temas predilectos de su director: la violencia redentora. El castigo libera y engrandece las emociones. Las intensifica para comprender el desarrollo psicológico de los personajes. Si no hay sufrimiento -incluso placentero- no hay evolución. Si la libertad no se castra, no hay opción para elucubrar soluciones que beneficien/perjudiquen a todos. Se gana y pierde, pero se disfruta. Sin dolor no hay excitación física y emocional.

Otra capa que envuelve a la película como un soporte efectivo es el sonido focalizado en algunos objetos empleados en escenas puntuales y determinantes. Por ejemplo, cuando la sirvienta lima con un dedal una de las muelas de su patrona. La simulación de esta felación homoerótica se revela con el ruido que produce el roce de la herramienta metálica con la pieza nacarada. Instante tenso, liberador. Otro momento de goce sonoro se da cuando las dos mujeres emplean unas curiosas campanas como juguetes sexuales. El tintineo, las risas y los consecuentes jadeos rompen el silencio de la locación sin reparos o contemplaciones. La contraposición entre sadismo y delicadeza -siempre equilibrado por el erotismo- se encuentra entre lo más estimulante del filme.

The Handmaiden mantiene la calidad creativa y el concepto estético audiovisual que ha distinguido a buena parte de la obra de Park Chan-Wook -más emparentada con Old Boy (2003) y Thrist (2009) que con Stoker (2012). Decir que esta es la mejor película del coreano quizá sea prematuro y da para mucho debate, pero algo de eso hay y con toda justicia.

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