Tiempo de balances (10), Por Federico Karstulovich

Por Federico Karstulovich

La vida (las películas) y todo lo demás (la vida)

Por Federico Karstulovich

Que Verhoeven vuelve. Que la anterior era la mala, pero el musical es la buena. Que no se puede creer la locura de la de Pampita. Que tiene dos nombres distintos, parece un western y es perfecta. Que volvió Mel para tirar todo por los aires. Que por fin el cine de superhéroes tiene a su testamento fordiano. Que el policial argentino es un sismógrafo de monstruos que nos parecen naturales. Que el cine rumano puede ser más que Ceausescu-zone e igual de pesadillesco (e insólitamente familiar a nuestra cultura). Que la prostitución puede ser una gran excusa para hablar de la libertad. Que crecer puede ser el mejor modo de pensar las formas de lo heroico. Que crecer implica reconocer a los amigos que estuvieron en el camino y los que están. Que las instituciones en occidente pueden ser un bello espejismo, pero que estamos a centímetros del caos, siempre.

Si todavía no dedujeron las diez películas (con estreno comercial en Argentina en 2017), van a tener que esperar a fin de mes, donde van a ver todas las tablas de puntajes redactor por redactor.

2017 fue el año de las pesadillas para la corrección política (anticipando un 2018 aún más solemne, castrador, carente de sentido del humor, por lo tanto ausente de empatía real frente a los coletazos de la realidad y sus casos policiales), no obstante ahí estuvo (aunque fuera de 2016) Verhoeven para tirar todo por los aires construyendo un personaje de cinco dimensiones, acaso una de las personas más complejas que haya entregado el cine alguna vez. Elle es un ejercicio buñueliano extraordinario y es también un grito de libertad, reivindicador de las contradicciones humanas más básicas (esas a las que la aplanadora de la corrección política busca administrar). Pero también estuvo la mejor película argentina del año, la que se animó a volver a los 70’s pero no a los previsibles y conocidos, sino a su versión más berreta-publicutaria-erótica y reescribir así un delirio que no se parece a nada filmado aquí en 80 años, que además muestra a mujeres poderosas, cogedoras, inteligentes, en lo que constituye un posicionamiento político que pasó insólitamente desapercibido (si, en 2017 mostrar tetas pareciera ir en contra de la potencia política de un discurso). Si, Desearás al hombre de tu hermana es ostensiblemente mejor que Zama, tiene más vida e ideas de lo que parece y no busca contentar a nadie. El crowdpleaser festivalero de Martel si. El problema del canon es precisamente la ausencia de vitalidad. Por eso la película de Kaplan nunca entrará en ningún canon de nada más que en una lista de la felicidad cinematográfica. Pero en esa lucha contra la incorrección política también está Alanis, que resulta el ejercicio bressoniano-ackermaniano más libre que yo recuerde (haciendo que una escena de sexo anal tenga una potencia política insólita tanto para el cine argentino como para el resto del mundo), llegando a un final que es de una felicidad infrecuente. Las tres películas, cada una a su manera, demostrando que los micromundos son un universo vasto en el que las normas nada tienen que hacer para que la felicidad pueda emerger (de maneras misteriosas).

2017 fue un año, como dije antes, fordiano, en donde instituciones y civilización siempre mostraron los bordes más inestables. Si bien es de 2015 (como me lo recuerda mi amiga y redactora de PB, Cecilia Martinez), en 2017 vi la extraordinaria Making a murderer y tuve miedo. Si, ya en Fritz Larga estaba eso de no poder confiar demasiado en las instituciones. Ya estaba en The thin blue line y en varias otras películas. El problema es que quienes amamos a Ford y más específicamente a Un tiro en la noche creo que buscamos al director irlandés en cada esquina. El tema es que justo con las películas del año pasado varias de estas inquietudes confluyeron en un mismo lugar. Desde la distopía sobre la imposible empatía, cuidado de los propios y civilización de Logan al presente de pesadilla que retoma el pasado de la dictadura y lo proyecta hasta un pueblo de provincia en 2015 (con toda su carga política, claro) con El otro hermanoDesde la imposibilidad de ascenso social que no esté signada por el crimen como en Sin nada que perder hasta la constatación de que la idea de ley y legalidad es bastante más frágil de lo que parece en Viento salvajeEn todas y cada una de ellas está Ford (aunque también y por descendencia directa, Eastwood) y si hay Ford es que no todo está perdido.

Que LaLaLand es una obra maestra absoluta sobre la que hablé largo y tendido en su momento, que Spiderman: Homecoming es la gran sorpresa mainstream Las aventuras del Capitan Calzoncillos es un ejemplo de inteligencia y sensibilidad que detrás de su estallido de colores esconde una melancolía infinita por el paso del tiempo (como si la hubiera filmado Linklater), que Matías Piñero es un puto genio y que en Hermia y Helena hizo algo más que un ejercicio rivettiano: consolidó una obra como casi no existe hoy en el cine argentino. Y en el banco de las menciones me quedaron Una semana y un día (acaso una de las películas más tristes y sofisticadas del año sobre un tema usualmente tratado con solemnidad), pero también quedó el testamento/revisión de obsesiones con su propia obra que es Dulces sueños (película de una autoconciencia y juventud galopantes para un director cada vez menor parecido a nada que conozcamos). Pero también estuvo la maltratada e incomprendida Cuatreros, acaso la mejor y más acabada película de Carri a la vez que una elegía para un tiempo que se terminaba (el kirchnerismo). Y como último ese festival de movimiento que recuerda a Seijun Suzuki. Hablo de esa maravilla folletinesca llamada John Wick 2, que es una fiesta cinética, una exhibición de la revolución que puede lograr el cine de acción cuando quiere.

Me doy cuenta que si sigo hablando voy a caer en esa gran tapada del año que fue La torre oscura (sobre la cual escribí mucho en esta revista), en el mejor no estreno del año que fue la fulgurante Jim & Andy: The great beyond (que no es otra cosa más que Orson Welles, el de F de Falso, vuelto a la vida y mejorado), la sorprendente A fábrica de nada (que demuestra que el cine portugués es una de las grandes cosas que le haya pasado al mundo de las imágenes hoy), que tiene la capacidad de radicalizar lo político a través de lo musical, pero también voy a caer en hablar maravillas de ese artefacto pinchudo y cortante (pero tierno a la vez) llamado Brawl in cell block 99. Me queda la hermosa y triste Estiu 1993, sobre la que también escribí acá. Y Detroit, la última película de Bigelow. Pero cómo va a estrenarse no adelantó nada más.

Quise salir de lo obvio y terminé en el lugar común de explicar mi lista. A veces las cosas no salen como uno las planea. Pero ahí están. La vida también es eso.

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