#Polémica: El triángulo de la tristeza

Por Sergio Monsalve

Triangle of Sadness
Suecia, 2022, 149′
Dirigida por Ruben Östlund
Con Harris Dickinson, Charlbi Dean, Zlatko Buric, Dolly De Leon, Woody Harrelson, Vicki Berlin, Henrik Dorsin, Sunnyi Melles, Iris Berben, Arvin Kananian, Jean-Christophe Folly, Amanda Walker, Alicia Eriksson, Malte Gårdinger, Nana Manu, Hanna Oldenburg, Oliver Ford Davies, Linda Anborg, Carolina Gynning, Beata Borelius, Shaniaz Hama Ali, Camilla Läckberg

A favor

Exterminio

Triangle of Sadness gira en torno a la vida de lujo de un grupo de turistas VIP en un crucero, paradójicamente comandado por un capitán norteamericano de orientación socialista, un izquierdista caviar interpretado cínicamente por Woody Harrelson, quien cita a Marx en una discusión ante un millonario de la ex Unión Soviética, un oligarca ruso o un nuevo rico que «vende mierda», según sus palabras, como tantos surgidos a la sombra de Putin, cuyos tentáculos llegan a Venezuela.

 El filme, por ende, es una sátira despiadada y mejor escrita, donde usted verá un espejo, un reflejo monstruoso de la casta nacional de influencers, boliburgueses y ansiosos consumidores de experiencias chic en plataformas suspendidas a 50 metros.

Ruben Östlund se burla de ellos, los disecciona y expone en un yate, al narrar la historia absurda del viaje en un pequeño Titanic, a punto de naufragar y terminar en los predios de una isla salvaje como de Cast Away.

El barco sufre un ataque pirata y la tripulación sobreviviente acaba sus días en una playa desierta, donde los roles sociales se invierten por cuestiones de peso darwinista.

Como en una relectura macabra de un manifiesto de lucha de clases, la cocinera asiática asume el control y el poder del grupo de élite, debido a la inutilidad de ellos para conseguir alimento y a la condición innata de ella para cazar, pescar, preparar la comida.

Por ende, la cinta desnuda los cambios gatopardianos que se suscitan políticamente en los estados ex coloniales y supuestamente emancipados, que terminan siendo dominados por nuevas organizaciones despóticas o sistemas totalitarios.

El ingenio y el sentido del humor negro del autor, revela sarcásticamente los juegos de tronos que se dan en la actualidad del planeta, cuando los pobres suplantan a los ricos, como en Parasite, para imponer nuevas condiciones de abuso, privilegio, tensión, represión y diferencia, sobre la base de la fuerza y la lucha del más apto, del perro come perro.

De modo que Triangle of Sadness puede funcionar como metáfora de la tribalización global, de la propia industria del cine con sus conflictos entre progresistas de doble moral y minorías que explotan el malestar de agendas e ideologías polarizantes en su beneficio, sin lograr llevarnos a una sociedad de encuentros e integración.

De ahí que el filme suponga una crítica del Hollywood contemporáneo, una deconstrucción exquisita del reinado de la apariencia del mismo Cannes, una notable revisión buñuelesca del encierro de El Ángel exterminador, que es una foto tragicómica de las taras y consecuencias del confinamiento.

Así que se trata de un lúcido largometraje que tiene la virtud de cuestionar el capitalismo y el comunismo, con igual desparpajado y sentido dadaísta del desconcierto.

Por ello, saltan a la vista homenajes al El Sentido de la Vida de los Monty Python, en cuanto los protagonistas comen hasta reventar y escenificar una ópera borracha de vómitos y nauseas, que parece inspirada en la viñeta de una caricatura ácida de los Hermanos Marx, con la democracia del gag de un Chaplin coreografiado por Tati.

Emociona el rigor formal de Ruben Östlund, para crear secuencias de diálogos de sordos, en las que se desnuda la incomunicación que padecen sus protagonistas, ahogados por sus contradicciones y falsedades, como discutir por el pago de una cuenta, participar en un casting cerrado que visibiliza la pasividad agresiva de una cultura fashion súper tóxica, concentrada en la exaltación del cuerpo y la imagen, antes que en el espíritu de las personas.

El Triángulo de la Tristeza aqueja a los que posan de felices y exitosos en sus cuentas de Instagram, siendo incapaces de superar el verdadero triángulo de las Bermudas de la existencia, que es la capacidad de resistir y sortear los obstáculos y las caídas, las crisis y las depresiones, a través de la resiliencia solidaria en tiempos de adversidad, como en la era del Covid.

De repente, Triangle of Sadness se erige en el mea culpa y en la Palma de Oro de la mala conciencia, que no es necesariamente una obra maestra, pero que sí representa, como “Parasite”, un acertado diagnóstico de nuestro universo imperfecto y fuera de balance.

 Triangle of Sadness se une a una tradición de negrura que Cannes premiaba antes con más holgura, la de Corazón Salvaje, Barton Fink, Pulp Fiction y ahora Parasite.

Es buena noticia que la comedia se distinga, y se desarrolle con semejante brutalidad formal. Significa que el cine caviar, de solemnidades y estrellas bañadas de oro, merece su golpazo en la mesa, su tour de force, su crónica de muerte y descontento.

Como si se tratara de una lectura retrospectiva y prospectiva a la vez como en el Borges de Kafka y sus precursores, los autores de la modernidad italiana hicieron (a su manera) su Triangle of Sadness. Le llamaron La Dolce Vitta, El Gatopardo, La Noche y Muerte en Venecia. En ellas resumieron la melancolía y el desespero de una condición aristocrática, venida a menos, que conocieron por familia o por el ascenso de sus carreras en el cine.

Por eso Ruben Östlund se suma a la escuela de los Fellini, de los Visconti, de los Antonioni, y más reciente del Sorrentino de La Grande Belleza.

Fija en mi top del 2022.

Fantasía alucinada de principio a fin, con un desenlace abierto de Perdidos en su laberinto de exceso y esquizofrenia.

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