Cobra Kai – Cuarta Temporada

Por Rodrigo Martín Seijas

EE.UU., 8 episodios de 30′
Creada por Josh Heald, Jon Hurwitz y Hayden Schlossberg
Con William Zabka, Ralph Macchio, Courtney Henggeler, Xolo Maridueña, Martin Kove, Tanner Buchanan, Mary Mouser, Jacob Bertrand, Gianni Decenzo, Nichole Brown, Vanessa Rubio, Elisabeth Shue, Rose Bianco, Hannah Kepple, Griffin Santopietro, Diora Baird, Randee Heller, Ed Asner, Dan Ahdoot, Bret Ernst, Joe Seo, Annalisa Cochrane, Kwajalyn Brown, Bo Mitchell, Jonathan Mercedes, Owen Morgan, Ken Davitian, Candace Moon, Vas Sanchez, Peyton List, Paul Walter Hauser, Aedin Mincks, Khalil Everage, Nathaniel Oh, David Shatraw, Kim Fields, Rob Garrison, Ron Thomas, Tony O’Dell, Cameron Markeles, Jesse Kove, Marcelle LeBlanc, Jayden Rivers

Un villano marca el camino

Cobra Kai siempre fue una serie sobre padres e hijos, maestros y alumnos, el crecimiento y la madurez, pero también sobre las delgadas líneas que separan las concepciones sobre lo correcto e incorrecto. A la cuarta temporada le cuesta recordar eso y por ende amaga con ser un relato de transición, aunque cuando recupera la memoria termina arribando a un cierre inundado de energía y dinamismo. 

El camino que propone esta nueva entrega hacia el decisivo Torneo de Karate All Valley es de mínima desparejo, con un despliegue de subtramas un tanto excesivo, como si la serie no tuviera claro para dónde ir y estuviera tratando de ganar tiempo rumbo al evento principal. A eso hay que sumarle unas cuantas idas y vueltas en el relato que no aprovechan el potencial de ciertos conflictos. Por ejemplo, la unión de los dojos de Miyagi-Do y Eagle Fang, con esa convivencia entre forzada e improvisada entre Johnny Lawrence y Daniel LaRusso, tiene algunos buenos momentos de aprendizaje mutuo, pero también otros donde los enredos afectivos empantanan la narración y una clausura tan frustrante como apurada. Algo parecido se puede decir de las conflictividades entre los alumnos de Cobra Kai, Miyagi-Do y Eagle Fang, donde los amagues de estallidos están siempre rondando, pero también el recurso de “resolvamos todo en el torneo”, por lo que los choques terminan siendo repeticiones de enfrentamientos de temporadas anteriores sin mucha relevancia. 

Quizás en parte por el arrastre de las entregas anteriores, a Cobra Kai, en esta cuarta temporada, le cuesta movilizar realmente a los protagonistas de los lugares de donde parten en el primer capítulo e incluso algunos personajes terminan siendo más instrumentos del guión que sujetos con entidad propia. Esto último puede apreciarse particularmente en Kenny, el chico nuevo de la escuela; y el gordo Raymond (el gran Paul Walter Hauser), quien retorna luego de su ausencia en la tercera temporada. El primero está para mostrar los efectos perniciosos de la enseñanza de Cobra Kai; los problemas de Robby, el hijo de Johnny, para encarar su propio camino; y para por fin darle un rol concreto a Anthony, el hijo de Daniel, aunque nunca nos llegue a importar lo que le sucede. El segundo está esencialmente para una vuelta de tuerca en el último episodio, a la que hay que reconocer que es ciertamente muy efectiva. 

Sin embargo, cuando amenazaba con caer en la intrascendencia, el último tercio de la temporada ajusta las piezas, refuerza algunos de sus méritos, se sobrepone a sus defectos y se focaliza en lo importante. Cuando decimos “lo importante”, nos referimos a ese “resolvamos todo en el torneo”, que se convierte en el escenario casi exclusivo de los dos últimos episodios, que son francamente estupendos. Allí la serie no solo recupera el espíritu deportivo que siempre la definió, con un despliegue en las coreografías y puesta en escena de los combates muy meritorio. Hay grandes movimientos, escenas cargadas de tensión, conflictos resueltos a las piñas o con un puñado de frases secas, y hasta resoluciones sorprendentes, que sacuden al espectador. 

Pero lo mejor de esta cuarta temporada está presente en casi todos los capítulos, y es nada más y nada menos que Terry Silver (gran actuación de Thomas Ian Griffith), cuya reaparición ratifica la habilidad de los creadores para reimaginar a los antagonistas de la saga cinematográfica. Esto es doblemente elogiable, porque estamos hablando de un villano que, en una película absolutamente tonta y pedante como Karate Kid III, era el colmo de lo caricaturesco, pero que acá se hace cargo de ese absurdo para evolucionar apropiadamente. Si Johnny Lawrence es un caído en desgracia que busca a los tropezones su redención y John Kreese un tipo tan cruel como convencido de estar del lado correcto, Terry Silver es un salto reflexivo en relación con los dos anteriores. Es alguien que progresivamente toma consciencia de que es el malo de la película, que forma parte de su naturaleza y que debe abrazar esa condición innata para superar sus debilidades y sobrevivir. De manipulado a manipulador, Terry Silver construye un recorrido memorable, hasta robarse el protagonismo y marcar la agenda del enfrentamiento entre los dojos. Así, con sus decisiones y acciones, consigue llevar al arco narrativo a un final que le da razón de ser a lo sucedido en la cuarta entrega y a lo que está por venir en la quinta temporada. Al fin y al cabo, si el Bien no puede existir sin un Mal que se le oponga, Cobra Kai es una serie que, para delinear sus héroes, primero necesita de grandes villanos. Silver se suma a esa lista de seres repudiables, y lo hace triunfalmente.

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