Stranger things

Por Federico Karstulovich

Algunas confesiones de invierno en torno a Stranger things

DeLorean

  1. Cumplía 9 años. Y mamá tuvo la gran idea de alquilar algunas películas en el video que estaba al lado de casa. Con dos o tres y 20 pibes alimentados a base de salchichas, chizitos, gaseosas de 2 litros y algo (esas gordotas y petisas) y caramelos, las películas iban a hacer el resto. No se equivocó. El living era amplio, entrábamos todos, la videocasetera Panasonic y la tele (Aurora)Grundig de 20 pulgadas daban el toque necesario de ascenso social para dos profesionales de clase media que intentaban vivir en Belgrano. Igual a ninguno de nosotros nos importaba eso, lo que importaba era que íbamos a ver Cuentos asombrosos. Vimos las películas con mi perrita foxterrier correteando entre todos. Tenía algunos pocos meses de vida pero una energía irrefrenable la muy guacha.
  2. Cuando vi por primera vez Stranger things no entró al torrente sanguíneo por el lado cinéfilo, sino por una sensibilidad táctil, que era la de la rugosidad de mis 9 años volviendo de otro modo, por otro sentido corporal. Ya me había pasado algo similar (aunque en menor escala) con Super 8 (JJ Abrams, 2011), pero en este caso el asunto era más angustiante porque no sabía cómo manejarlo. Creo, en alguna medida, que esta serie conectó emocionalmente con una generación (la que va de los 25 a los 45 aprox) gracias a esa sensibilidad a la que me refiero: la de convocar a un mundo histórico que ya no existe (el del primer Spielberg y el imaginario finisecular de un mundo pre-internet, es decir, pro-misterio, donde el delay de información era moneda corriente y donde muchas cosas no tenían explicación inmediata ni eran googleables) pero también una sensibilidad para convocar a un mundo que existió como experiencia vital para varios que nacimos entre principios de los 70’s y mediados de los 80’s.
  3. Mi cumpleaños de 9 fue uno de los más felices de mi vida. Recuerdo que había una compañera que me gustaba y a la que le hubiera declarado mi amor de no ser porque mis amiguitos se la pasaban bajándose mutuamente los pantalones (y luego a mis compañeras) y mi madre tuvo que separar a nenes y nenas en lugares distintos porque se le estaba yendo el asunto al demonio. Cuando las aguas calmaron, las películas se dedicaron al resto. El piso era de madera y estaba manchado de coca y comida pisada. Pero estábamos felices porque nos íbamos a hacer una panzada de 6 capítulos (venían de a tres en cada video). Cuando los pusimos –exceptuando algún caso aislado que se dormía- el efecto hipnótico nos convocaba. Un par de años después, para el 90, quisimos hacer lo mismo pero era mejor bailar temas de Roxette o los Guns. Spielberg y la felicidad se habían quedado seteados en la década anterior. Al menos en mi cabeza y mi corazón. Un año después me enamoré fuerte fuerte por primera vez y ya no podía apelar a esas películas. 1989-1990 había sido una verdadera mierda.
  4. ST es una genialidad atravesada por mil componentes cinéfilos, especialidad de multiprocesadora que solo el cine (y el mundo audiovisual) estadounidense comprende con especial maestría. De hecho es ocioso hacer un rastreo de todas y cada una de las referencias que pululan por la serie que van de Spielberg a Dante, de Scott a Cameron, de Carpenter a King y muchos otros. Para ello pueden buscar por otros lados, ya que por aquí no lo van a encontrar. O en todo caso ver el hermoso video que dejo aquí. Insisto: ST no es una obra maestra porque resuene en la cultura cinéfila de una de las últimas décadas-mito de la narrativa de los géneros tradicionales (el mito de ciertos géneros como fuente y verosímil y el mito de un cine realizado desde el amor profundo por ese arte, en especial como arrastre de la llamada generación del New Hollywood, la que comenzó en los 70’s), sino porque su cinefilia es una cinefilia compañera. Y esa compañía, a la hora de experimentar todas las pérdidas y dolores de hacerse grande, se agradece de por vida. Daney decía que todos en algún momento encontramos películas que nos miran (y nos cuidan). Hubo un tiempo que fue hermoso porque esa cinefilia experimentaba lo que nosotros. Y nos lo mostraba. Por eso nosotros podíamos vivir un poco en ellos y ellos un poco en nosotros. Y sabíamos entender que si llorábamos era también porque nos empezábamos a ir un poco (y de a poco).
  5. Al año siguiente, en 1989, mis viejos se separaron. Lo hicieron de a poco –como buena pareja progre, para que no me afectara tanto: fue buena la intención, pero no funciona si se mandan puteadas conmigo de mensajero, chicos, va de onda- pero la angustia fue igual. Dejamos ese departamento belgranense (como a todas esas expectativas cifradas de ascenso de clase, expectativas falsas y absurdas que se desarmaron con el ingreso a la década siguiente, la década del 90), con mi vieja nos fuimos a vivir a Cohglan y mi viejo se fue al centro. En el medio pasaron cosas horribles. Spielberg ya no me gustaba. Es más, no le daba demasiada pelota al cine, pero menos que menos a él. Me molestó Hook y Jurassic Park, me parecía subestándar. No obstante lloré con la escena en la que los dos paleontólogos miran a los dinosaurios vivos por primera vez. Lloré porque sus ojos eran los míos y algo volvía. No supe muy bien qué era, pero algo volvía. Pero retornemos a 1989.
  6. ST, entonces, recupera una sensibilidad vital (para algunos), un verósimil histórico preciso (para todos los que vemos la serie), que es el de la década del 80 –y como ya dije, el mundo pre internet y pre caída del muro de Berlín- y una cinefilia inquieta para la combinación y los diálogos culturales en el marco de la cultura popular (la de la generación del new Hollywood, que recababa en toda una tradición clásica a la que aditaba una cinefilia más amplia: Truffaut y Ford convivían en Spielberg, por ejemplo). Lo hace con un corazón enorme porque ninguna de estas tres cosas se antepone a la historia narrada ni a sus gigantescos personajes (que cargan con una humanidad en 4D, porque trascienden la cuarta dimensión, que es la del tiempo y se meten en el pecho para no largarnos) sino que la respalda. Asi y todo jamás podríamos estar frente a un producto concencionalmente retro, precisamente porque no tiene cualidades permutables por otras. El mundo íntimo de ST no es nostálgico, sino que tiene una melancolía presente, de doble alcance: nos hace mirar al pasado pero nos obliga a tomar conciencia de que estamos acá, como si nos convocara a la infancia pero a la vez nos dijera que ya está, que fue hermoso (recordarlo) aunque quizás vivirla fue una mierda. ST nos pide abandonar el mito de la infancia. Pero necesita llevarnos ahí para re experimentarlo nuevamente. Es tan noble que opera contra sus propios intereses. Ya veremos con qué armas lo hace.
  7. Los doce meses que armaron el año que comenzó a mediados de 1989 y terminó a mediados de 1990 fueron de los peores de mi vida. Mis viejos se separaban, dejábamos la casa grande y linda para ir a un barrio que desconocía y a un departamento frío, ventoso, alto (piso 15) y ajeno. En el medio mi perrita comenzó a mostrar síntomas de una enfermedad degenerativa que la afectaba neurológicamente. Durante casi medio año intentamos salvarla pero no hubo manera. Fue desconectándose de a poco. Y cada vez que empeoraba me sentaba al lado de su cuchita a acariciarle el lomo y su cabecita. En los últimos días de vida casi no tenía reflejos pero miraba cada tanto con ojos marrones, vidriosos, como agradeciendo cada caricia. Una de esas noches me instalé en la cocina, puse Encuentros cercanos del tercer tipo. Y acaricié a mi perrita, Ana (Anita en realidad), con el deseo íntimo de un milagro. En esa película la gente que uno quería también se iba. Poco después sacrificamos a mi perrita y la enterramos en un jardín, en el fondo de la casa de unos amigos de mi vieja. Anita había estado para acompañarme cuando mis viejos comenzaron a separarse. Pero ahora se me iba. No mucho tiempo después nos mudamos. Cambiaron los grados de la escuela y mezclaron amigos históricos con gente de otras divisiones. Eso tampoco duraba.
  8. ST respira con dos pulmones: uno de ellos nos hace creer en todo lo que vemos, porque nos convoca a la literalidad más absoluta del pacto de suspensión de la incredulidad, como si necesitáramos olvidarnos de la conciencia, de la información, del cinismo en el mundo y de un montón de mierdas (no porque esas mierdas no existieran en el mundo desde hace mucho tiempo, sino porque precisa que entendamos que el mundo no comprende un solo nivel de experiencia) y nos instara a creer en lo imposible (sosteniendo ese pecto sobre los géneros del fantástico y el cine de aventuras).El otro pulmón que da aire a ST es el de la figuración,que habilita metáforas de por medio a la comprensión de un aprendizaje. Literalidad y figuración, entonces, como dos formas de configurar un mito y hacer consciente su relato. Un mundo con dos caras (literalizado en la misma serie). ST es una serie conciente de su mitología: es una serie que solo puede vivir en el imaginario de una época, una sensibilidad y una experiencia sencillamente porque la hemos mitificado a la luz de los años y del ingreso a la adultez. Los 80’s que muestra no son idílicos, pero son nuestra Itaca, a la que a veces volvemos para llorar, para sentirnos menos solos, para juzgarnos pibes un rato y hacer que nos duela menos hacernos viejos. Por eso ST convoca a un doble duelo: nos hace recordar y duelar lo que ya fue real y lo hace desde un presente que no puede convocar al pasado si no es por medio de actos de espiritismo a través de la ficción. No existe nuestro viejo yo ni existe ese pasado. Ya no somos niños y nos ponemos viejos. Extrañamos lo que nunca fuimos ni vivimos. Extrañamente algo de eso nos identifica y nos conmueve. Nos inmersamos en los ocho capítulos con la idea de que nunca terminan. Pero son ocho. Duran entre 40 y 60 minutos. Y se acaban. Mito y conciencia, como quería Ford cuando pensaba en 1962 el ocaso de un género y dirigía Un tiro en la noche.
  9. Del departamento feo al que nos mudamos con mi mamá nos fuimos casi un año después, a mediados de 1992. Hasta los 30 y pico no volví a tener animalitos en casa y Anita fue mi último recuerdo de una mascota (aunque era mucho más que eso). En 1992 fuimos a vivir a lo de mi abuela y durante medio año dormí todas las noches en un sillón, en la casa de una abuela a la que nunca quise mucho, porque era mala y cruel. Un año después ya nos habíamos mudado de vuelta con mi vieja. Era el año de estreno de Jurassic Park. Me reconcilié con Spielberg en 1999, por medios indirectos, gracias a la cinefilia infinita de Toy story 2 (y nunca tiré mis juguetes, porque no podía). Con Inteligencia Artificial, en 2001, volví a Spielberg y me di cuenta que tenía que rever cosas urgentemente. Asi, casi doce años después de aquel cumpleaños, justo en una época en la que trabajaba en un videoclub, me reconcilié con esas películas de mi infancia, porque me di cuenta que me cuidaron y me cuidaron bien. Y me prepararon para que me doliera todo lo que me tenía que doler y que perdiera todo lo que tenía que perder. Varios años después seguí perdiendo gente y sumando gente nueva a mi vida. Y mi hermosa gatita actual está siempre que se lo pido. La que se muere hoy es mi abuela, con la que me reconcilié luego de 17 años sin hablarnos. Vuelvo a hablarme con ella y a cuidarla en el hospital en la misma semana en la que me encuentro con esa serie que me recuerda todo eso que fui, que debía, que podía ser y no sé si me salió.
  10. ST es un viaje en el tiempo a épocas en las que aprendimos cosas que ni siquiera sabíamos que estábamos aprendiendo. O al menos lo intentábamos. Es un DeLorean cinéfilo que no permite cambiar el curso de los acontecimientos, pero que te llena de experiencia (la que proyectamos, la que recordamos, la que incorporamos) y que nos recuerda que la infancia es un territorio de misterios vitales que habría que visitar más seguido (para que el corazón se agrande y quizás seamos un poco mejores de lo que somos con quienes nos rodean). Un territorio que podremos visitar con nuevos nombres, con walkie talkies, con bicicletas, con miedo, furia y sonido, porque los monstruos van a estar siempre, sí. Pero nosotros también.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter