#DiarioCinéfilo – Batman & Adam West

Por Hernán Schell

Batman 1989/2017

Por Hernán Schell

No hace mucho volví a ver las tres temporadas de la serie Batman con Adam West. En el primero de sus capítulos Batman y Robin escalan una pared para llegar a una ventana. Ni bien lo hacen, Robin quiere apartar un gran objeto de metal para tirarlo al suelo desde varias alturas. Su compañero y mentor le dice que no lo haga puesto que abajo puede haber gente, ante lo cual Batman agarra de su cinturón una “batipercha” a la que pega contra la pared y pone así el objeto metálico. El chiste es un disparate pero lo que es interesante es que ese chiste no está ejecutado de forma convencional: no hay una pausa después de que Batman pone su batipercha, sino que lo hace como lo más normal del mundo; tampoco hay una cara desconcertada de Robin frente al hecho de que el cinturón de Batman pueda tener eso, simplemente lo acepta como parte de ese verosímil. Uno se ríe, si, pero esa risa proviene de una comicidad que se decanta sola tanto de lo ridículo de sus situaciones como sobre todo de la propia normalidad con la que se toman sus personajes. Con Batman pasaba eso todo el tiempo: rara vez había chistes verbales, y en general el estado desatadamente eufórico de sus villanos (desde El Guasón de César Romero, pasando por el Hombre Huevo de Vincent Price, El Acertijo de John Astin y el Pingüino de Burguess Meredith) contrastaba con registro seco, muchas veces hasta keatoniano de los policías y por supuesto de los propios Batman y Robin.

Por eso  la definición de William Dozier (productor ejecutivo de la serie y su principal responsable) de definirla como “la única sitcom sin risas de fondo” era en realidad inexacta: el humor de las sitcom suele ser verbal, sin embargo, la gran osadía y creatividad de serie Batman consistía en que su humor fuera eminentemente visual, basado no sólo en la mencionada sobriedad sino también en chistes rarísimos basados en los gadgets de los villanos o en trucos visuales berretas (como el efecto claramente artificial que se usaba para mostrarlos a Batman y Robin subiendo las paredes) que el serial incluía por lo menos capítulo por medio. De hecho, si hubo algo osado en Batman es que en plena década del 60 (época en la cual los programas televisivos no eran otra cosa que poner una cámara al servicio de un escenario precario y unas actuaciones) pensó un programa de televisión desde una puesta tan creativa como la de cualquier película, puesta que era parte orgánica de su espíritu camp regodeado en su propia inocencia. De hecho, me atrevería a decir que esa puesta tan pensada y creativa no volvería a verse en una serie de televisión hasta que David Lynch agarrara Twin Peaks en 1989.

Pero dicho esto volvamos al principio del párrafo y a hablar del cinturón de Batman. Cualquier que haya visto la serie sabe que hay de ahí el superhéroe era capaz de sacar de todo: desde elementos para dar calor, a otros para dar frío, podía sacar láseres, sogas, navajas, antídotos a lo que sea y hasta repelentes para tiburones. Cuando en 1989 veía esta serie a mis ocho años (es de las pocas cosas que recuerdo perfecto de mi niñez) me embelazaba con las posiblidades de ese cinturón, por eso también al día de hoy recuerdo la desolación que sentí cuando en uno de sus capítulos El Guasón lograba hacer una réplica perfecta del mismo para usarla él.  Si en algún punto me pongo a pensar, es impresionante como ha cambiado mi percepción de la serie cuando la veía en ese entonces que cuando la veo ahora. En el 89 Batman era para mí una serie de aventuras, piñas, y patadas, y hasta una suerte de policial con pistas. El cinturón multiuso y sus diversos absurdos eran sólo parte de una lógica lúdica a la que entraba sin problemas.

Hoy en 2017, Batman se me ha vuelto una serie sobre los juegos de chicos, que es por supuesto uno de los temas más adultos que existen. Desde este lugar, ese cinturón multiuso parece ser una de esas fantasías añiñadas que uno tiene cuando juega, en el que se inventa cualquier cosa que sea de su conveniencia para ganarle al villano estereotipado de turno.

¿Y que papel jugó el recientemente fallecido  Adam West en todo esto? Por supuesto que su porte exageradamente aristocrática, capaz de decir los disparates más grandes desde una postura solemne, sin reír casi nunca y expresando en un tono señorial máximas de como vivir a su compañero Robin. Uno ya puede ver que West ha entendido su papel desde su primera aparición en la serie, cuando cuenta la tragedia personal de sus padres al pasar, sin el menor rasgo de pena, entendiendo que ese sólo es un rasgo informativo del personaje pero desde ningún punto de vista algo importante (¿quién podría pensar que existe la menor relevencia acá de temas como la venganza o el sentido de la justicia?). West era un actor inteligente, y las decenas de capítulos que vinieron después de Batman, sumados a sus breves apariciones en películas posteriores (siempre en papeles menores lamentablemente), más sus dignas actuaciones autoparódicas, fueron claras muestras de como muchas veces un actor talentoso puede estar maldecido por el encasillamiento eterno en un rol. Algunos les gusta hacer un panegírico nostálgico con West, exaltando los tiempos de merienda en donde se combinan algo extraordinario como la serie Batman con dibujos animados de animación precaria y dudosa calidad dramática. Pero la serie de Batman no merece eso, justamente su calidad está hecha para traspasar los tiempos y mutar en otra cosa excepcional y en su esencial participación de esa serie de más de 50 años, West terminó encontrando una insospechada trascendencia.

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