Hacks

Por Ludmila Ferreri

EE.UU., 2021, 10 episodios de 30′
Creada por Lucia Aniello, Paul W. Downs y Jen Statsky
Con Jean Smart, Hannah Einbinder, Rose Abdoo, Hayes Beyersdorfer, Tanisha Harper, Josh Lopez, Ulysses Morazan, Rochelle Robinson, Jane Adams, Brittney Alger, Cassandra Blair, Olivia Boreham-Wing, Sean Patrick Bryan, Alexandre Chen, Andi Rene Christensen, Louis Herthum, Presley Schrader, Carl Clemons-Hopkins, Paul W. Downs, Mark Indelicato, Poppy Liu, Christopher McDonald, Kaitlin Olson, Alonzo Saunders, Johnny Sibilly

Mañana será otro día

Desde hace medio año estoy obsesionada con esta serie, sobre la cual le vengo insistiendo al director y editor de la revista que quiero escribir y siempre postergué por motivos que ni yo logro comprender. Bueno, haré justicia con mi procrastinación ya que, aparentemente, los megadevaluados Golden Globes ya hicieron lo propio y la premiaron con justicia. Uds dirán: “Una serie sobre una comediante de Stand Up en decadencia, en serio te entusiasma eso?”. La respuesta es: si está pensada y calcada sobre la figura de Joan Rivers, pero no lo dudo ni un segundo (incluso aunque se trate de una inspiración lateral o lejana). Si encima está protagonizada por Jean Smart (a quien ya habíamos visto en la sobrevalorada Mare of Easttown), una de las actrices con mayor nivel de sofisticación microgestual y capacidad todoterreno para actuar en el nivel que se le pida (intimista y facial, física y gestual, verbal, emocional: no hay uno solo de los niveles que no domine y lo hace con la misma naturalidad que los simples humanos respiramos), compro todos los boletos juntos. Pero todo esto responde al fanatismo, asi que dejemos las motivaciones y explicaciones de lado para pensar por qué Hacks fue una de las grandes series de 2021…pero pasó con bastante pena y poca gloria más allá de las fronteras americanas.

Hacks no es ni busca ser Louie -una verdadera maravilla melancólica que versa menos sobre el mundo del stand up y más sobre la melancolía y la soledad de un tipo triste- ni The Marvelous Mrs Maisel -que narra el autodescubrimiento o el descubrimiento de una voz personal con color y alegría pero también con un dejo amargo-, sino otra cosa, acaso mucho más cercana a las formas del cine de Judd Apatow. En Hacks notamos cómo todo el tiempo su obsesión gira en no parecerse a cosas que ya conocemos. No obstante se trata de una empresa lo suficientemente compleja como para dejarla librada a la planificación obsesiva. Por eso lo que en los primeros episodios todavía tiene algún resto de demanda de originalidad, a partir del tercero aborda una identidad distinta: la confianza en los personajes y en sus correspondientes evoluciones antes que en la composición de un todo homogéneo. En este punto, Hacks funciona mejor cuando se coraliza su sistema narrativo antes que cuando se focaliza en sus dos protagonistas. Cuando abre el panorama, es cierto, pierde algo de unidad en el tono (no todos los personajes son tan interesantes), pero también gana algo más de vida, ya que la historia de la joven que tiene que aprender a convivir con su tiránica y egocéntrica empleadora no se sostiene mucho más que por 4 o 5 episodios. Por eso el resto de las líneas narrativas suponen un armado complementario que le brinda aire al exceso de 10 episodios.

Por otra parte se agradece que las decisiones de “mostrar el backstage del mundo del espectáculo”, a esta altura un tópico remanido y sobre el cual muy pocos han sabido sacar un provecho distinto al clásico relato de apogeo y caída. En el caso de Hacks bien podríamos hablar de una comedia de mantenimiento, lo que la emparenta con esa maravilla llamada Funny People (Judd Apatow, 2012). Por qué “mantenimiento”? Porque sus personajes no son cómicos fracasados. En todo caso son cómicos multimillonarios que continúan sus carreras por la mera inercia de la profesión. Y sus contrapartes son aprendices, generadores de renovación de materiales, que obligarán a sus jefes a ser personas un poco más empáticas. De la misma manera que sus personajes tienen aprendizajes no particularmente trascendentes es que Hacks opera a lo largo de sus 10 episodios: todo el tiempo buscando el tono medio, todo el tiempo evitando la estridencia, todo el tiempo confiando no en el gag ni en la carcajada, sino en la construcción paulatina de un estado de felicidad amarga que es la que la comedia también puede proveernos para vivir. De ahí que la serie no genere ninguna clase de adicción episodio a episodio, sino la necesidad de pasar y visitar a unos amigos cada tanto.

Yo sé que suena a excusa para explicar por qué terminé de ver Hacks a lo largo de casi seis meses. Pero no se me ocurre una mejor explicación. De la misma manera que los personajes establecen vínculos ambivalentes, mi relación con ellos y con la serie también lo fue. Ese destino de visionado oscilante también la convierte en una anomalía, en tiempos en los que se consumen películas, series, libros, música con velocidad ultrasónica. La posibilidad de atravesar un año (o medio) con la experiencia de un acompañamiento determinado por una relación de distancia-afección es también una de las novedades que me regaló esta serie que, como casi todos nosotros, transita el día a día de la mejor manera posible, sin estridencias.

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