Muñeca Rusa – Segunda temporada

Por Pedro Gomes Reis

Russian Doll
EE.UU., 2022, 7 episodios de 30′
Creada por Leslye Headland, Natasha Lyonne y Amy Poehler
Con Natasha Lyonne, Charlie Barnett, Elizabeth Ashley, Brendan Sexton III, Yul Vazquez, Greta Lee, Jeremy Bobb, Stephen Adly Guirgis, Rebecca Henderson, George Aloi, Maria-Christina Oliveras, Alberto Bonilla, Marmee Regine Cosico, Whitney Devlin, Jocelyn Bioh, Jes Davis, Tawny Sorensen, Emmanuel López Alonso, Dascha Polanco

Todas las vidas mi vida

Si la primer temporada de la serie protagonizada por Natasha Lyonne era arrasadora era por su manera de combinar divulgación de física cuántica con dosis igualmente virtuosas de humor y velocidad. Todo esto sostenido con una capacidad notable para iluminar zonas inquietantes sobre las relaciones interpersonales y sobre la autopercepción. En buena medida, la serie no se olvidaba de construir un mundo de posibilidades en torno a la angustia de envejecer y de aproximarse a los 40s como un tren sin freno. En cambio en la segunda temporada algo parece haber cambiado. Lo que no logro responderme todavía es si ese cambio ha sido, necesariamente, para bien o para mal.

No tengo respuestas ante una segunda temporada que arranca con un ritmo que parece querer imitar a la primera (cuya sucesión de repeticiones la convertía en un Match 5 a toda carrera: imparable), pero que a los pocos minutos demuestra ir plenamente en otra dirección, como si se diera cuenta que imitándose a si misma no podría sino estar destinada al mayor de los fracasos. Por eso la opción por la que juegan sus creadoras en esta segunda temporada se acerca mucho más a la tristeza del primer Spike Jonze, el de Quieres ser John Malkovich?, con la que tiene mas de un punto de contacto. Pero también con al Charlie Kaufmman de Synecdoche NY, pero en ambos casos sin la carga de la reflexividad narrativa. Es en ese sentido que toda la serie asegura y acelera un recorrido hacia una suerte de melancolía woodyalleniana (incluso presente en parte de la banda de sonido de los últimos tres episodios, banda que en los primeros estaba mucho mas cerca generacionalmente de los 80s, a los que despide con furia) en donde la necesidad de reconciliación con la historia familiar es mucho más potente que la autosuperación y el cuento moral de la primer temporada, que estaba mucho más emparentado a El día de la marmota.

Ahora bien: vivimos de las referencias cinéfilas y melómanas? La serie depende fuertemente de ellas. Y de muchas paradojas temporales que juegan con los multiversos en los que la protagonista habita para poder comentarlos desde el presente, algo que la ciencia ficción irónica hizo históricamente. Pero tampoco va por ahí el asunto. Porque lo que narra la serie también es una sucesión de ambiciones desmedidas, que no se traducen en exceso de velocidad pero si en multiplicación de ideas: desdoblemientos de espacio tiempo, multiplicidad de variantes del yo, alteraciones históricas, alegorías de la muerte, historia en mayúscula (desde los robos de los nazis hasta la caída del muro de Berlīn!), como si las creadoras hubieran querido poner toda la carne al asador para hacer un asado satánico que exorcice tantos miedos y horrores familiares juntos, que, como nos dan entender, son los que nos definen como personas.

Hacia el final, la serie parece prometernos una tercer temporada en la que se produce una reconexión, un encuentro y una reconcicilación con la historia familiar precedente, con los deseos postergados y, antes que nada, con el aprendizaje derivado de las limitaciones vitales de haber elegido horriblemente mal, pero todavía estar viva para poder contarla.

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