Only Murders in the Building

Por Luciano Salgado

EE.UU., 2021, 10 episodios de 30′
Creada por John Robert Hoffman y Steve Martin
Con Steve MartinMartin ShortSelena Gomez, Aaron Dominguez, Vanessa Aspillaga, Tina Fey, Ryan Broussard, Michael Cyril Creighton, Esteban Benito, Russell G. Jones, Adina Verson, Jonathan Burke, Teddy Coluca, Adam DeCarlo, Quincy Dunn-Baker, Meredith Holzman, Nathan Lane, Amy Ryan, Sting, Lylan Carson, Olivia Reis, Jackie Hoffman, Zainab Jah, Julian Cihi, James Caverly, Jayne Houdyshell, Ali Stroker

Una bodega secreta

Hay algo del orden arqueológico cuando ingresamos a y cuando terminamos de ver Only murders in the building. Casi nada de lo que narra, casi nada del tono elegido. Casi nada del humor sofisticado que exuda. Casi nada de los modos actorales que despliega parece reconocerse en el presente. Bien por el contrario, su mirada está puesta en el pasado. Aunque la única excepción es la presencia de celulares, de internet…y de la centralidad de los podcast, como síntoma de contacto con el presente, acaso el único gran vínculo que la serie demuestra.

Deudora de un mood woodyalenesco (recuerdo que siempre se sostuvo que Steve Martin era el cultor de un humor propio del newyorkino, pero en la costa oeste), Only murders in the building conecta con esa maravilla llamada Misterioso Asesinato en Manhattan, donde Woody Allen construía un templo en torno a las formas del policial clásico y a las diversas formas racionales para resolver un enigma como excusa para narrar la reformulación del vínculo afectivo de una pareja. En este caso el asunto apunta a otro lado, pero no tanto: el recurso del whodunit (el policial en espacios cerrados, con múltiples sospechosos, en una cantidad limitada de tiempo) habilita a la serie para pensar una serie de ideas sobre las formas de amistad.

Pero decíamos que Only murders in the building se proponía darle la espalda abiertamente al presente, no como un gesto reaccionario, sino como una necesidad de supervivencia, como si buscara demostrar(se) que es posible narrar historias clásicas con formas clásicas sin morir en el intento, sin caer en el cinismo posmoderno de la nostalgia prefabricada o sin plantearse meros ejercicios de estilo. No, en OMITB no hay nada de eso. Hay, en todo caso, una omisión del presente, como si este no existiera, como si no tuviera que rebelarse frente a las modas o las nuevas olas. Bien por el contrario, la sofisticación de la serie se concentra en manejar las formas de la tv clásica (ganchos al final de cada episodio, un gran cliffhanger al cierre de la temporada, personajes con arcos dramáticos bien definidos: el ABC que muchas series hoy eligen evitar como maniobra re renovación) con soltura orgánica.

No hay nada nuevo en OMITB. Ni trucos ni formas raras ni arabescos. Apenas una confianza desplegada en los personajes y en la narrativa, como si la serie hubiera estado guardada en un cajón desde hace tres, cuatro o más décadas. Como si no hubiera sido tocada por los años, guardada en una bodega secreta, añejando y asentando sus gustos hasta conseguir su mejor recepción. Asi las cosas, la revelación no parece haberse dado en el mejor de los mundos ni el mejor de los tiempos para con la estrategia que la serie opta para narrar. Y de todas maneras la serie ve la luz, ordena un poco sus ideas para no sonar tan disonante, pero se la percibe como guardiana de un tiempo antiguo, con el cual nos permite conectar impunemente. Como si el envejecimiento le resultara un monstruo ajeno y lejano.

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