Ozark

Por Federico Karstulovich

Ozark
EE.UU., 2017, 10 capítulos de 56′
Creada por Bill Dubuque y Mark Williams
Con Jason Bateman, Laura Linney, Sofia Hublitz, Skylar Gaertner, Jason Butler Harner, Anthony Collins, Julia Garner, Carson Holmes, Marc Menchaca, McKinley Belcher III, Kevin L. Johnson, Michael Tourek, Dirk Allison, Joseph Melendez, Esai Morales, Robert C. Treveiler, Evan George Vourazeris

Expectativa de vida

Por Federico Karstulovich

Dentro del inabarcable mundo de las estructuras narrativas no convencionales (créanme, como docente de guión sé exactamente de lo que hablo, casi parafraseando a Sledge Hammer), hay una que tiene una particularidad que, si no resulta de una justificación previa, parece un mero capricho de nene con dinero. Me refiero a las películas con una estructura de inversión en la cronología lineal, que no son otra cosa que películas que se narran de adelante hacia atrás. El tema es que esa decisión puede implicar literalmente ir del último al primer acto de la película, ir de la última a la primera secuencia de la película o ir de la última a la primera escena. Lo que no recuerdo es una película literalmente en reversa (aunque si indago en mi memoria, creo que una película demente de origen checo hizo algo así a finales de la década del 60). Sea como fuere, una estructura de estas características supone una justificación que de movida no siempre existe en proyectos de estas características. El ejemplo de Irreversible (Gaspar Noe, 2002) resulta uno de los más irritantes y arbitrarios (sumado a su reaccionario galopante). El caso de la más que interesante Vida en pareja (Francois Ozon, 2005) es mucho más complejo y justificado que la baratija de Noe. Es lo que hay. Pero no son los únicos casos. Peppermint Candy (Lee Chang Dong, 2000) es, probablemente, el caso más notable, al menos de los que se me vienen a la memoria.

La pregunta es: ¿qué hacemos hablando de películas con estructuras de inversión cronológica? Bueno, porque es imposible pensar o abordar una serie como Ozark sin pensar en ese coqueteo. Pero no, no se apresuren: nada en su estructura indica algo parecido a aquellas. Al menos en el aspecto estructural. Pero complementario a este (casi toda la serie se desarrolla de manera lineal, apenas con algunos flashbacks poco elegantes promediando la temporada) hay otro, que es el dramatúrgico. Y en ese caso sí la serie parece proponernos un juego. A este juego en cuestión podríamos llamarlo el juego de las expectativas traicionadas (que como nombre de juego se muere de hambre, pero no importa). Y esto se debe más que nada a que todo lo que cuenta la temporada de 10 capítulos de la serie resulta de una inversión de lo que normalmente una serie con la misma premisa (administrador de fondos de inversión debe resolver cómo lavar 8 millones de dólares de un cartel narco antes de que él y su familia mueran y para eso tiene muy poco tiempo y un espacio que hace imposible semejante acción: lavar dinero en un pueblo de mala muerte): en una serie promedio, lo más terrible sucedería al final, el ocultamiento de los hechos se sostendría durante toda la temporada, la degradación de las relaciones acompañaría toda la trama que organiza el conflicto central.

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Pero aquí se da su inversión exacta: asesinatos con ácido y con balazos en la cabeza en un inicio, degradación de una familia a la que se revela que no hay más proyecto familiar sino supervivencia, revelación del delito para casi todos los personajes. Hacia al final del capítulo 2, Ozark nos deja sin secretos. Y sin arco dramático previsible para los personajes. Casi como si sus creadores se hubieran tomado el trabajo de ver Breaking Bad para NO HACER nada parecido. Esa decisión abre la serie hacia caminos insospechados, poniendo en juego a los personajes en su desarrollo como tales y no poniéndonos a nosotros como espectadores a la expectativa de todos y cada uno de los clichés del subgénero de hombre bueno se ve obligado a hacer cosas malas en el mundo criminal y se transforma. El centro de la serie, por lo tanto, no es su trama, sino el lugar hacia donde van dirigidos esos personajes, que parecen lanzados al vacío. Lo notable es que en ese alarde de modernidad la serie nunca cae o se ameseta, sino que plantea una nueva vía de salida hacia el mundo: ¿qué va a pasar con esta gente? Y no nos referimos a sus vidas sino lisa y llanamente al resultado de las interacciones entre personajes tan distintos.

Lo que más nos interesa, entonces, ya no es si el cartel narco X logra asesinar a tal o cuál. O si se pudo lavar el dinero de la manera indicada o con más problemas. De hecho, la serie juega constantemente a estirar los conflictos sobre los que, de un momento para otro, provee de una resolución extraña, como fuera de sincro. Es como si la misma serie atentara contra las posibilidades reales de crear un espectador acostumbrado. Más bien la sensación es la contraria: pareciera construir una respuesta a lo que hemos acostumbrado a consumir, a mirar de manera desatenta, casi como quien se saca un asunto de encima. El planteo es casi experimental, pero a su vez no es una ruptura completa, sino una ruptura elegante, que supone un desafío para la mirada. En Ozark toda tentativa de continuidad es al mismo tiempo un avance reflexivo sobre las propias posibilidades que hoy por hoy (por más que sea de 2017) puede ofrecer una serie.

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En su inversión cronológico-dramatúrgica, la serie proclama una idea no demasiado lejana al cine de Spielberg, que no es otra cosa que el concepto de que toda familia solo puede llegar a ser tal luego de exponerse a una instancia límite. Sin ir más lejos, el final de Ozark es abierto pero también es un cuento moral con cierre. Pero es un cuento moral falso, porque nuevamente nos expone ante un sistema de expectativas que posiblemente vuelva a traicionar. En sus casi 10 horas, hemos visto transitar a personajes sin centro, llevando a cabo acciones que no revelan nada sobre ellos ni sobre su mundo. Pero nos hemos querido convencer de que debajo de esas acciones hay algo parecido a un mundo estable. Por eso asumimos que no hemos hecho otra cosa más que ver un mundo invertido. Pero quizás hayamos vuelto a meter la pata: el centro de la serie es tan enigmática como el capítulo más hermético de Twin Peaks. No hay nada más profundo que la superficie.

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