Pistol

Por Luciano Salgado

Reino Unido, 2022, 6 episodios de 50′
Creada por Craig Pearce 
Con Maisie Williams, Dylan Llewellyn, Louis Partridge, Ferdia Walsh-Peelo, Emma Appleton, Anson Boon, Toby Wallace, Sydney Chandler, Iris Law, Jay Simpson, Jacob Slater, Fabien Frankel, Toby Woolf, Christian Lees, Razan Nassar, Lorne MacFadyen, Tony Hirst, Rory Alexander, Alexander Arnold, Dorothy Atkinson, Olivia Emden, Talulah Riley, Thomas Brodie-Sangster, Francesca Mills, John McCrea, Freddie Wise

Heartless

Las primeras sensaciones que sobrevienen a la cabeza cuando miramos el primer episodio de Pistol no están muy lejos de la vergüenza ajena. Como si se tratara de un juego de citas de wikipedia, la serie dirigida por Danny Boyle pero claramente creada por otra cabeza, Craig Pearce, no se acomoda en nuestras retinas, mas bien nos agrede todo el tiempo sobre la base desnuda de una retahila de lugares comunes sobre lo que cualquier buscador elemental podría narrarnos sobre la historia de la banda Sex Pistols, que a la luz de los episodios, no queda muy bien parada (aunque bastante mejor que su manager, la basura maquiavélica de características fáusticas que fue Norman McClaren). El problema es que la serie no sabe muy bien qué hacer ni con el museo del chisme conocido, al que se entrega a ilustrar sin mucha imaginación. Pero tampoco parece saber qué hacer con la historia desconocida, los hechos laterales, los hechos menores que pudieron derivar en la leyenda de la banda. Ni chicha ni limonada, lo de Pistol es, en su mayor parte del metraje, una suerte de perro que ladra mucho detrás de la reja pero que al momento de enfrentarse sin mediación se asusta y se acurruca entre sus patas, con la cola enredada.

Entonces Boyle. Qué hace acá un tipo con talento como Boyle, que parece no haber pinchado ni cortado para absolutamente nada (más allá de sus clásicas decisiones formales con sus manierismos de montaje, con sus saltos disrruptivos, con sus juegos con la cultura pop)? Cabe preguntarse por algunas de las decisiones por las que Pistol podría ser leída, acaso, mucho más cerca del juego (también pop) de esa maravilla llamada Velvet Goldmine. Digo esto porque si leemos los primeros episodios de la serie como la articulación de un mito, con todos y cada uno de los tropos necesarios para su construcción, aunque en este caso se trate de vidas ordinarias (otra de las obsesiones boyleanas: lo extraordinario que invada lo ordinario), es posible que Pistol se nos vuelva tolerable y se nos aleje del amarillismo de The Sun. El punto es que la operativa nos obliga a hacer unas volteretas discursivas para justificar lo que de otra manera sería injustificable.

Hacia en cuarto episodio la serie comienza a ordenar un poco sus piezas y adopta una mirada mas cercana a los personajes y menos a cualquier forma de composición mítica. Pero ese orden, si bien nos permite generar alguna clase de corriente de empatía, tampoco resume en una salvación. Porque sentimos que es un poco tarde, porque nos encontramos a mitad del rio cambiando de caballo, no muy convencidos, pero seguimos porque al rio hay que cruzarlo. Y en parte porque la serie nos invita a cultivar algo del morbo que promete (Se odiaban todos? McClaren y Westwood eran unos hijos de puta sin corazòn? Sid Vicious era un imbécil radical y Johhny Rotren un genio? Se trató de una de las mejores operaciones de marketing y de instalación de producto de la historia de la cultura popular contemporánea?). El morbo cumple parcialmente y lo festejamos con pudor, como quien ve un accidente en cámara lenta pero no quiere detener el proceso porque desea el fracaso final.

Cuando Pistol termina nos quedamos apesadumbrados, porque sentimos que estábamos empezando algo (a querer a los personajes), pero nos rajaron con lo puesto, como hace la gente sin corazón cuando nos usa, pero ya no tiene más para obtener de nosotros.

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