Poco ortodoxa

Por Carla Leonardi

Poco ortodoxa (Unorthodox)
Alemania, 2020, 4 episodios de 52′
Creada por Alexa Karolinski y Anna Winger 
Con Shira Haas,  Jeff Wilbusch,  Amit Rahav,  Aaron Altaras,  Tamar Amit-Joseph, Ronit Asheri,  Dina Doron,  Aziz Dyab,  David Mandelbaum,  Delia Mayer,  Felix Mayr, Alex Reid,  Eli Rosen,  Safinaz Sattar,  Langston Uibel,  Erik Reisinger,  Gera Sandler, Isabel Schosnig,  Yousef ‘Joe’ Sweid,  Laura Beckner,  Michael Cohen-Weissert, Harvey Friedman,  Tal Hever,  Ita Korenzecher

Elogio de la diferencia

Por Carla Leonardi

Con relación a los últimos movimientos del feminismo -el #MeToo en los Estados Unidos, el #NiUnaMenos en la Argentina, como algunas de sus expresiones- han surgido gran cantidad de producciones audiovisuales que abordan tanto las desigualdades de género que subsisten en relación al lugar que la mujer puede tomar en el ámbito público, como la problemática de la violencia de género en sus múltiples manifestaciones. Muchas de ellas surgieron aprovechando la oportunidad de esta coyuntura, en particular por la llegada que les permite al público, pero acaso adoleciendo de elaboraciones poco acertadas de lo femenino y sus problemáticas (por desconocimiento o falta de investigación) o poco logradas desde lo narrativo -por ejemplo Bruja (Marcelo Páez Cubells, 2019) o Gretel y Hansel (Oz Perkins, 2020), por mencionar algunas que vienen a mi mente en este momento-. En este contexto, ha tenido una gen repercusión la mini serie Poco Ortodoxa, dirigida por la realizadora alemana Maria Schrader y basada en el libro autobiográfico de Debora Feldman. 

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La serie puede entenderse como una historia que da cuenta del despertar a lo femenino de la protagonista. Esty (Shira Hass) es una joven de 19 años perteneciente a una comunidad judía jasídica, que abandona a su esposo y se fuga a Berlín, para allí, sin mediar presiones, encontrar su propio camino. Coming of age, viaje de iniciación, aprendizaje y transformación, en cuyo camino Esty pasa de la minoridad de ser la esposa y madre, tutelada por su esposo Yanky Schapiro (Amit Rahav), a experimentar su autonomía como mujer. Pero al mismo tiempo se trata de una ficción que no elude elementos melodramáticos, pues Esty no encaja en su comunidad y es incomprendida por el entorno. El retorno de pasado – elemento que el melodrama toma del gótico- se palpa aquí en dos dimensiones. En particular en el punto en que Esty, al huir embarazada, repite la misma encrucijada que su madre Leah (Alex Reid) cuando la tuvo a ella. Pero también en el rígido ordenamiento que adopta la comunidad jasídica,  donde su aislamiento del resto de la sociedad y sus estrictas reglas de vida, hacen presente el trauma del exterminio judío en la Shoah.

Esty es la dueña del punto de vista, como bien lo señala el plano con punto de vista del comienzo donde ella mira por la ventana antes de preparar su huida, así como sus subjetivas de lo que va observando con asombro a su llegada a Berlín (a su madre relajada y alegre ante la llegada de su novia, la fogosidad con que dos jóvenes se besan en la mesa de un café). La historia avanza con temporalidad cronológica narrando su fuga de la rígida comunidad judía de origen hacia la liberal Berlín, sus esfuerzos por conseguir una beca para estudiar música en el conservatorio, el descubrimiento de una nueva manera de vivir la sexualidad y el reencuentro con su madre. Sobre esta linea temporal se van insertando recurrentes flashbacks que reponen información sobre la vida pasada de Esty, que explican los motivos que precipitan sus decisiones. Por otra parte, la narración en presente se fragmenta para el espectador mediante el montaje alterno de los descubrimientos de Esty en Berlín y la pesquisa de su paradero que llevan a cabo Yanky y su primo Moishe (Jeff Wilbusch) en la misma ciudad. Que Esty no sepa de la presencia de su esposo, dispuesto a recuperarla y regresarla a la comunidad, es lo que permite crear el efecto de suspenso que sostiene a la narración.

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La comunidad a la que pertenece Esty es la judía ortodoxa jasídica establecida en el barrio de Williamsburg, Brooklyn (Nueva York). Se trata de una línea radical del judaísmo formada por inmigrantes judíos de origen húngaro, sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, que interpretan el Holocausto como un castigo de Dios. Y que para evitar otra ira divina adoptan una estricta observancia de las reglas de la Torá, o las leyes de Moisés. El ordenamiento social que se deriva entonces, es eminentemente patriarcal. El rabino, en ese contexto, funciona como máxima autoridad de respeto y es quien toma decisiones sobre la vida de cada familia y miembro de su comunidad. En esta comunidad el hombre tiene un lugar privilegiado, dedicándose al estudio de los textos sagrados y a la vida pública laboral. Como contrapunto el rol de la mujer queda reducido al ámbito doméstico, dedicándose al cuidado de su esposo e hijos. La posibilidad de cultivar y desarrollar sus intereses personales le está vedada. 

Al mismo tiempo, la mujer queda situada en referencia a su padre -en tanto hija- o a su marido -en tanto esposa-. Es una extensión del hombre, un bien de pertenencia de su territorio, sin autonomía alguna. En esta lógica donde la procreación es una valor sagrado, perder a la esposa, no haber podido mantenerla bajo control es signo de una masculinidad menoscabada. De ahí que se imponga para Yanky recuperar a aquellos a los que se refiere como “su” esposa y “su” hijo: “propiedades” de un narcisismo viril. La joven Esty, con un padre borracho y creyéndose abandonada por su madre desde pequeña, fue criada por su familia paterna. Su situación de orfandad y la llegada a la edad, por ende, determinan que se disponga su casamiento. Esty se alegra y acepta casarse con el joven Yanky Schapiro, pensando que será el comienzo de una nueva vida para ella. Lo que descubre es que nada ha cambiado en realidad, simplemente ha pasado de la tutela del padre a la de su esposo, en un movimiento de alianza entre familias que sitúa a la mujer como objeto de intercambio. Teniendo otros intereses más allá de la familia, Esty termina presa en un orden que no le permite tomar sus propias decisiones pues todo está debidamente reglado y predeterminado de antemano por el rabino y los padres de los flamantes esposos. 

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En este orden social patriarcal estricto, los efectos de sus determinaciones sobre la mujer no se limitan a la imposibilidad de acceder a un trabajo o una educación, sino que recaen y afectan también a su cuerpo, en lo que hace a su libre circulación en la vía pública y a su sexualidad. Esto está muy bien trabajado desde la puesta en escena a partir de la vestimenta de la protagonista, cuyos cambios acompañan su metamorfosis: Esty viste siempre de manera recatada, con camisas abotonadas, faldas amplias y largas, peluca. Se trata de un hábito que no debe hacer público ninguna parte del cuerpo que pueda incitar a la seducción indecorosa. En este punto, el baño en el lago Wannsee, donde se deshace de la ropa encorsetada, del uniforme de esposa y de la peluca, tiene todos los signos del ritual del bautismo a una vida laica y a una feminidad liberada; que contrarresta el efecto del ritual de purificación que fue el rapado de cabello, punto de pérdida de una disposición libre de su sensualidad. En adelante Esty circula por las calles berlinesas con su idiosincrático rapado, que adquiere ahora una nueva dimensión: el de una feminidad que busca ser visualizada y reconocida, más allá que por su belleza física, es decir, por su talento para la música. Al mismo tiempo, luce ropas más ceñidas y el labial rojo. El deseo reconfigurado.   

Por otra parte el rígido reglamento en lo que hace a la práctica sexual, marca a los cuerpos en consonancia con la ley de estatus social que el hombre y la mujer tienen en la comunidad judía jasídica. Como le transmite la profesora a Esty, se concibe la relación conyugal como sagrada. En esta lógica, el sexo tiene como finalidad la procreación. Y si bien no se prohíbe el placer sexual, éste queda subordinado a la reproducción y en una disparidad que hace de la mujer el complemento del hombre, como la cerradura a la llave. En este sentido, el hombre es quien toma activamente, mientras que la mujer ofrece pasivamente el regalo de su sexualidad. En esta estructura, como dice Miriam (Delia Mayer), la madre de Yanky, la mujer tiene que hacer sentir al hombre como un rey en la cama para que pueda llegar a la consumación del acto sexual del cual advendrán los hijos. La ausencia de contacto fisico del hombre respecto del cuerpo de la mujer e incluso a través de la palabra amorosa, garantiza la supresión de la insurgencia del deseo y el goce femenino. La mujer queda reducida a un mero fin instrumental, a su cualidad de máquina gestante. El deber de procrear, aplasta entonces el deseo de hijo en la potencial madre, lo cual es evidente en el caso de Esty. 

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A lo largo de esta ficción, hay un objeto que acompaña a la protagonista y la representa: la brújula que le regala su profesora de piano antes de partir. El viaje a Berlín puede leerse para Esty como un retorno al pasado, para elaborar las determinaciones familiares de la linea materna (su madre es  judía procedente de Alemania, también rechazada por la comunidad judía jasídica) y de la línea paterna (los judíos procedentes de Hungría sobrevivientes de la Shoah), para descubrir su propio camino. En la aventura de este periplo que va desde la sujeción a las demandas de la comunidad judía ortodoxa y pasa por el extravío inicial de quien arriba a un mundo nuevo, la brújula es el instrumento que le va a permitir poco a poco orientarse, teniendo como norte su propio deseo.

Muchas veces se confunde la orientación al goce femenino con la locura desamarrada o el rechazo radical al hombre y la maternidad. En música, como bien le dice el profesor a Esty, romper las reglas es condición para crear una obra. En este sentido, la música como aquello que se inventa más allá de las determinaciones previas y como experiencia de cuerpo que no puede ser totalmente traducida en un saber, da cuenta de la orientación al goce femenino de la protagonista. Por otro lado, cuando Esty llega a Berlín, sabemos que está embarazada de Yanky e incluso vemos que decide continuar adelante con su embarazo, aunque no regrese con él. También desarrolla un interés romántico por su compañero del Conservatorio Robert (Aaron Altaras).

Cuando realiza su audición para ser admitida en el Conservatorio de Música, hay ciertos detalles interesantes. El primero es que Esty interpreta un tema compuesto para un registro que no es el suyo. Como novata y siempre hablada por otros, entra a la música (que bien podemos leer como metáfora de ese redescubrimiento de la feminidad), sin saber cuál es su propia voz, la cual va a ir encontrando y desarrollando con la ayuda de los profesores. En segundo lugar, siendo mujer, da el paso de cantar en público. Rompe así con el peso de una tradición que impide que las mujeres puedan hacerlo, al considerarlo seductor, donde la dimensión del secreto en que era cultivado da cuenta de aquello que un hombre nunca termina de acceder respecto de la alteridad de lo femenino. Y al mismo tiempo, viniendo de un linaje de ilustres hombres judíos cantantes, en ese mismo acto, Esty se forja la posibilidad de inscribirse en esa sucesión con un nombre de mujer.

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La cultura Occidental ha realizado ciertos avances en lo que hace al reconocimiento de la mujer como sujeto de derecho y es cierto que en este contexto, la serie Poco ortodoxa, da cuenta de una comunidad muy específica y extrema en su organización. No obstante, su mérito está en visualizar aquellos aspectos pre-modernos que conviven dentro de la sociedad contemporánea de aparente avanzada y liberalidad. Más allá de los derechos que la mujer ha conquistado, perviven aún ciertas desigualdades, que se palpan en el incremento de la violencia hacia la mujer. Esto da cuenta de resabios del estatus de género en los lazos afectivos, que no terminan de entrar y articularse al orden contractual que rige las relaciones entre los sujetos en la modernidad. Es entonces, al dar cuenta de los restos del patriarcado en la actualidad, que Poco Ortodoxa trasciende las particularidades de la comunidad judía jasídica en que ancla su relato y encuentra una resonancia universal que puede explicar su fenómeno.  
En su primer encuentro con Yanky, Esty le dice, casi al modo de una posición ética: “Soy normal, pero no soy como las demás mujeres.”  En este sentido, tomando la voz de Esty, ya se trate de una comunidad donde la religión ordena la vida a través de la sumisión a reglas y prácticas válidos para todos o de la sociedad consumista que uniformiza los modos de gozar mediante la alienación al consumo cada vez más homogéneo, Poco Ortodoxa encuentra su valor en el hecho de hacer valer la diferencia, esa que encarna la singularidad de la feminidad en tanto tal y que sólo puede ser abordada de una en una.

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